miércoles, 31 de octubre de 2018

Push-ups, o masculinidades enclenques

Por diversas cuestiones, hace 5 años comencé a hacer ejercicio; como nunca me gustó el esfuerzo físico, tomó algo de tiempo que encontrara qué me gustaba (o, por lo menos, no padecía demasiado) hacer. Comencé con pesas y natación, me encanta el agua, la sensación de estar dentro del agua, el olor a alberca me hace sonreír, así que fue un buen comienzo. Hasta que me metí al agua. Tenía 20 años de no hacer natación, no sólo no tenía condición física, con pulmones de fumador y dificultades para entender las indicaciones (ya había tomado clases, sabía la técnica de todos los tipos de nado, pero no fue como con la bicicleta, esto sí lo olvidas) fue toda una odisea. Pero me gustó, salía agotada y feliz, emocionada.

Poco a poco, mi cuerpo se fue convirtiendo en otro: fuerte, marcado, resistente al esfuerzo. Poco a poco, dejé de ser sólo un ratón de biblioteca chupa-libros, y me convertí en otra mujer, aunque no supiera aún en cuál o de qué tipo.

Hace cuatro años comencé con las clases de TRX, mi fascinación absoluta. Es mucho ejercicio, en todos ejercitas la espalda media (muy importante para alguien que, como yo, tiene problemas de espalda), y los resultados son bastante rápidos de percibir. Tres horas a la semana y, en unos meses, tenía los brazos y la espalda marcadas. Además, tenía más fuerza, más resistencia, comenzaba a gustarme poder hacer ejercicio y la mujer en la que me estaba convirtiendo.

Un año después, decidí combinar TRX con entrenamiento funcional (el primero por las noches, el segundo por las mañanas), y me sentí aún más feliz. Podía hacer tantas cosas, cargar pesos que jamás pensé que podría. Maravilloso.

Pero, esto no se trata tanto de mi amor al ejercicio como de las masculinidades, así que retomemos el camino.

En ambos entrenamientos haces ejercicios para las piernas, para el abdomen, y para la parte superior (brazos, espalda, pecho). Como era de esperarse, los hombres hacían con mayor enjundia los ejercicios de la parte superior, eso es "lo suyo". No sé por qué o cómo (más bien, si es cierto) pero me entró en la cabeza que una forma de evitar que mis pechos lleguen al ombligo es tener fuerte el músculo que les sostiene (porque sí, los pechos son pura grasa, tejidos y glándulas, nada de músculo), además, una espalda fuerte aminora el dolor de espalda y mejora la postura. Así que ahí estaba yo, dándole duro a los ejercicios de espalda y pecho, de hombro, de brazos; con mi amigo/compañero de TRX retándonos y picándonos para hacer los ejercicios, fui metiéndole más fuerza, más intensidad (no recomiendo, nadita, escoger como compañero de ejercicio un ex-jugador de americano, le meten a lo superior con gusto y, si además les gusta el reto, es una dinámica dolorosa), haciendo los ejercicios al nivel de él, más repeticiones, más enjundia.

(Por supuesto, él tenía 20 años de delantera respecto de mi, había ejercitado esa parte de su cuerpo desde niño y, por más que yo quisiera superarle, era imposible.)

Un día, a media clase de TRX, el entrenador dijo que haríamos power-push-ups y una chica, muy asustada, gritó "esos son ejercicios para hombres". CASI ME MUERO Y ME LA LLEVO DE CORBATA. "Esos son ejercicios para hombre", ¿qué es eso? hasta donde sé, los únicos ejercicios "para hombres" son de pene, porque el resto de los ejercicios, en tanto implican músculos que TODOS tenemos, no son exclusivos de un sexo. Después de quejarme con mi amigo, caí en cuenta que esa es la creencia generalizada: las lagartijas SON para hombres, las mujeres no hacemos esos ejercicios. Habrá quien diga que es porque no tenemos fuerza para hacerlas, habrá quien diga que si haces muchas te bajan los pechos.

Después, me fijé que esto era tan cierto, que muchos hombres se juegan toda su masculinidad en unas lagartijas. Es muy divertido verles cómo se frustran y enojan cuando una mujer hace más que ellos, cuando una mujer no se cansa y ellos sí. Hacer lagartijas se convirtió en una demostración de quién es y debe ser el hombre (para ellos) y, en esa demostración se les va la vida. No quieren aflojar, no quieren parar, no quieren utilizar menos peso, quieren seguir sosteniendo esa bella masculinidad, aunque esté un poco magullada.

Pobres machitos, pobres hombres, pobres masculinidades, expulsados de su espacio (el gimnasio), sus ejercicios (las lagartijas), su lugar en el mundo. Pobres.

Tal vez, en unos años, puedan ser tan fuertes como una mujer. Ya casi.

martes, 30 de octubre de 2018

Morralla: la cosificación de la vergüenza

No sé si pasa en todas partes del mundo, pero en mi bello país (México), la morralla (es decir, las monedas, "el cambio") y los billetes de baja denominación (como el billete de $20) son motivo de vergüenza; pagar con cambio resulta, casi siempre, algo que da pena y que se hace sin que el otro se dé cuenta.

Podríamos decir que, en términos de dinero, también existen jerarquías, y no sólo en el sentido de que más dinero te hace más, sino que la denominación del billete con el que pagas dice algo de ti. A veces, uno paga con un billete de $500 y, por eso mismo, el trato recibido es diferente, como si el simple hecho de tener uno de ellos significara que tienes muchos más (si no, ¿cómo es que tienes por lo menos uno? no es lógico, es obvio, ja); algunas de esas ocasiones, uno paga con un billete de $500 porque es el que te dio el cajero y, para ser honestos, es todo el dinero que tienes para la semana.

Tal vez sea cierto que la morralla se gasta más fácil, que es mucho más difícil llevar un control de cuánto se ha gastado si lo que tenemos es cambio,  porque saberlo implicaría contar monedas (varias) y más billetes (que si fuera de alta denominación) cada-vez-que-compras-algo. Mucho trabajo, mucho esfuerzo. Como consecuencia, solemos guardar los billetes (de $100 para arriba) y ser más prudentes a la hora de gastarlos, porque "romperlos" significa que gastaremos tooooodo ese dinero más rápido y sin control.

Para mi, el dinero es dinero y lo que importa no es en qué forma (moneda, billete) lo tienes, sino que lo tienes (o, como bien sabemos, que NO lo tienes), que puedes pagar algo con eso. Recuerdo que, cuando saqué mi coche (hace ya 15 años) pagué el enganche con el dinero que había ahorrado de propinas (trabajaba de mesera) y otros ingresos y ahorros; como una parte eran propinas, podrán imaginar cómo llegué a pagar $30,000 con un señor fajo de billetes bien grandote, porque eran billetes de todas las denominaciones, y la pobre cajera me miró como si estuviera loca, me lo dijo y reprochó que llegara "con tanto dinero" (no entiendo de qué otra forma pensaba que iba a pagar $30,000 ¿con billetes de 5,000 del Turista?¿con cheque de caja? tenía 21 años...).

Irónicamente, un billete de $500 es tanto una bendición como una maldición. Hay pocas situaciones más frustrantes que tener sólo un billete de $500 y necesitar pagar algo. En la tienda, no te cambian el billete, ni tampoco "tienen cambio" si quieres comprar algo de menos de $100; en el transporte, no puedes pagar con él; en la papelería; la vida de a pie y de a diario no es compatible con los billetes de altas denominaciones, porque nadie quiere/puede cambiártelos, o porque creemos que son falsos (¿por qué no harán billetes de $100, $20 y $50 falsos? sí, sí, sí, es más difícil con los "nuevos billetes", pero de todas formas me lo pregunto, porque creo que esos pasan más fácilmente de mano en mano, y pocas personas se cuestionan siquiera que puedan ser falsos, en cambio, los de $500 pasan por un examen y estudio bastante más riguroso, aunque no por ello infalible).

Tal vez, al final del día, el dinero contante y sonante tiene un lugar tan indispensable y complejo en nuestras vidas bajo el capitalismo, que no puede estar exento de prejuicios, juicios y tratos diferenciados. Porque, y eso lo sabemos todos (aunque no lo sepamos), los ricos o cargan muchos billetotes (pero muchos muchos, cual fajo de gasolinero) o sólo tarjeta, porque tienen tanto, que ni siquiera se molestan en esas nimiedades. Y nosotros, los proletarios, tenemos que hacérnoslas con los billetitos, con las monedas, con la morralla y la vergüenza que implica no ser parte de los otros.

viernes, 19 de octubre de 2018

Son machos, y son muchos

Recuerdo mucho una frase/broma de mi papá, que solía decir para referirse a un grupo de hombres (del que él, en ese momento y/o contexto formaba parte) que no cumplía con los estándares de masculinidad "no seremos machos, pero somos muchos". Me daba mucha risa, una frase que, ante la evidencia de una falta apelara a la cantidad, además, mi papá le aplicaba una inflexión que la hacía muy cotorra.
Pero dejemos atrás el machismo de mi padre, que lo tiene, un poco por quién lo educó, otro poco por su época, otro poco porque el patriarcado es un sistema, no una situación aislada y, por lo mismo, nos chinga a todos en el camino. Sólo diré que, ahora, a sus 65 años, se cuestiona mucho esas actitudes y procura cambiarlas, pararlas, relacionarse con las mujeres desde otro lugar; y eso, también tiene su mérito.

Así las cosas, volvemos a los machos. Hoy me cayó el veinte (y me cayó como cuando te pegas en el codo y el nervio y sientes que vas a morir de dolor) de que casi todos los hombres que me rodean SON MACHOS y, como es evidente, SON MUCHOS. No es que no lo supiera, no es que no lo hubiese criticado, es más bien que de alguna forma lo dejaba pasar porque "no me pegaba a mi" (porque el machismo no te pasa, te pega, son golpes sólidos y con todo, incluso los más nimios) directamente, y porque como amiga de ellos podría estar ahí dando zapes para que ellos fueran la amiga que se da cuenta. 

Pero no, no era así, el machismo de mis amigos me da de lleno y en la cara, constantemente y lo dejo pasar, principalmente, porque no sé cómo poner límites sin que impliquen emascular o castrar al otro (ya sé, si es un macho y me trata mal, no debería importarme quedar como la loca culera súper violenta, pero qué les digo, me sigue pesando terminar por ser esa mujer).

Para muestra, dos botones:
1. Tengo un amigo que un día dijo "yo, la verdad, sí agradezco que las mujeres se vayan sexys al gimnasio, porque me gusta verles mientras estoy en la caminadora". (sí, sí, sí, FOCOS ROJOS, a esos hombres se les da un madrazo y se les manda a chingar a mi madre). Obvio, en ese momento le dije que su comentario era súper macho y ofensivo, que eso está del asco y que no debía hacerlo... pero no me estaba pasando a mi... hasta que, la última vez que nos vimos para comer, me dijo "yo esperaba que vinieras en vestido, quería verte las piernas". ¿¡QUÉ PEDO!? ¿POR QUÉ CREE QUE PUEDE 1. VERME LAS PIERNAS, 2. EXPRESAR QUE ESO QUIERE? Asco, asco, asco. 
Claro, no le dije nada cercano a que se fuera a rechingar a mi madre ni le arranqué los tanates. OTRA VEZ, me quedé pasmada, no podía creer que pudiera decir esas cosas y CONSIDERAR QUE ESTABA BIEN, QUE NO ERA INVASIVO, QUE TENÍA DERECHO DE HACERLO.

2. Me escribió un amigo, hace rato, porque quería verme hoy, le dije que no podía, así, sólo "no puedo". No di explicaciones ni razones ni nada. Simplemente eso, porque ahora que tengo un grupo de amigas, las más hermosas mujeres feministas y cariñosas, he entendido que no, que buenos modales no puede ser sinónimo de permisión de violencia machista. Como era de esperarse, el caballero contestó: "¿No puedes cambiar tus planes? yo quiero verte ¿o qué, vas a ver a un galán? tú di rana y yo salto". Me tomó un par de minutos dejar que me permeara lo que estaba pasando, pero ya que lo sentí, no hubo vuelta de hoja. El pendejo fue ofensivo, pretensioso y machista. PUNTO. Ofensivo porque cree que cambiaría mis planes (sin importar cuáles sean) porque él quiere verme, porque mi respuesta "no puedo", no fue razón suficiente para entender que no iba a pasar, porque él quería verme, que es lo importante; pretensioso, porque se cree prioritario y más importante que cualquier otra cosa que tuviera que hacer, cualquier otra persona con quien yo ya hubiera hecho un plan... todo eso vale nada cuando él quiere verme y, por lo mismo, puedo cancelarles sin pedos, vamos, él quiere verme; machista, porque el único motivo que podría ser razón suficiente para no verle es OTRO HOMBRE, ¡háganme en pinche favor! sólo si hay otro hombre en el asunto está bien que no le vea, porque mis planes, mi vida, mis decisiones NO SON RAZÓN SUFICIENTE PARA NO DEJARLO TODO POR ÉL [nota al pie, es un pendejo a quien he visto sólo tres veces en seis años, quien nada sabe de mi día a día, ni de las cosas importantes, ni nada... nos conocemos desde hace veinte años, pero no hemos sido amigos en casi diez años... pero él quiere verme hoy].
Respondí, simplemente: 😂😂.
Obviamente, no entendió y preguntó por qué eso. Contesté que porque sus mensajes habían sido ofensivos, pretensiosos y machistas.
¿Y cuál fue su respuesta? "Quitando eso, el mensaje es que quiero verte". ¡Quitando eso! ¡QUITANDO ESO! OTRA VEZ, ofensivo y machista, "quitando lo que yo digo, quitando lo que yo siento, quitado lo que yo opino, lo que importa y queda es que ÉL QUIERE VERME. NO MAMAAAAAAAR, es demasiado. D E M A S I A D O. Haciendo acopio de un poco de decencia, contesté que sin importar su mensaje, lo que había pasado era un mensaje ofensivo, pretensioso y machista que tenía como resultado que su mensaje original dejara de importar, y que yo no quisiera verle más nunca.

Y así, después de esto, decidí que ni uno más, ni un comentario, ni una opinión, ni sobre mi ni sobre ninguna otra mujer, jamás. NO MÁS.


martes, 25 de septiembre de 2018

Hija de mi padre

Mi papá y yo no tuvimos una relación cercana durante 34 años (tengo 36); no teníamos una mala relación, pero tampoco una buena relación. No salíamos a comer, a tomar algo, a hacer algo, sólo nos veíamos tres o cuatro veces al año si, y sólo si, yo iba a visitarle a su casa. Durante más de 20 años, existió la prohibición (implícita, pero bien clara para todos) que mi papá no podía salir con sus hijos de la primera camada (mi hermano mayor y yo) solos, sólo podíamos ver a mi papá si iba su esposa. Por qué, no lo sé, como era implícito, nunca lo hablamos ni tratamos de corregirlo, hasta que un día (tendrá 3-4 años) mi hermano le dijo a mi papá que era el colmo que no pudiera ver a sus hijos si no era en su casa, con su esposa ahí (ahora que lo pienso, mi papá y hermano sí se veían solos, comían a veces en la universidad, y pasaban poco tiempo juntos... lo cual me hace pensar que la prohibición se refería específicamente a mi).

Después de que enfermó, hice un esfuerzo en irle a visitar, pasar un rato de domingo con él, platicar sobre libros, ver algunos inicios de películas (le gusta poner los inicios de las películas, para ver cómo están, no tanto ver la película completa), desayunar o comer.

De repente, comencé a escuchar de su boca, de su esposa y en la sobremesa, que yo era la consentida de mi papá, que no había nada en su vida que le hiciera más feliz que pasar tiempo conmigo. Podrán imaginar el desconcierto que sentí, porque ni pasábamos mucho tiempo juntos, ni solía invitarme a verle. 

En Semana Santa de este año, me invitó a que fuéramos a una feria del libro en la Alameda, ¡obviamente dije que sí! libros, libros, libros. Pasó por mi al trabajo, fuimos al centro, nos estacionamos a unas cuadras de donde íbamos y, como él quería comer comida china, caminamos sobre Av. Juárez hacia el zócalo. Íbamos a cruzar Eje Central (una avenida de 6 carriles) y el semáforo marcaba sólo 15 segundos más, así que apretamos el paso, cuando el semáforo iba por el 7, ambos comenzamos a gritar: 6, 5, 4, 3, 2, 1 ¡maaaaaaambo! ¡hum! y nos pusimos a bailar (aún sobre la avenida). Al llegar a la banqueta, entre risas, sólo pude decirle "ahora entiendo por qué mi hermano mayor ni quiso venir con nosotros".

Justo en ese momento me di cuenta de que esa frase de Lacan "no hay que matar al padre, sino servirse de él", tenía varios matices; yo no había matado a mi padre (simbólicamente, nadie propone el parricidio li-te-ral), ni había renegado ser su hija; de alguna forma y con el paso del tiempo, había podido disfrutar esas cosas mías que también son de él, que tiene él, comenzar a crear lazos entre nosotros, historias y recuerdos que no estuviesen atravesados por la obligación de la paternidad. 

Sólo nos tomó 36 años tener una relación, pero ha valido la pena. Ahora nos mandamos mensajes para contarnos tonterías de libros, de series, de noticias, para platicar un poco. Compartimos cuenta de kindle y leemos los mismos libros al mismo tiempo para poder platicarlos, nos vamos presionando uno a otro (ambos leemos mucho), hacemos "como que" nos contamos qué pasa, para que el otro apriete el paso y termine el libro. Salimos a desayunar, a tomar café, platicamos.

Sólo tomó 36 años, pero sucedió antes de que él muriera, tomó mucho tiempo, pero no demasiado.
Ahora, tengo una relación con mi padre que es nuestra, que hemos construido desde donde y como somos, sin expectativas, sin reclamos, sin necesidades; no es una relación ortodoxa, pero es nuestra. Al final, no sólo no hubo necesidad de matar al padre, pude servirme de él y construir con él.

lunes, 24 de septiembre de 2018

El chico con el que no sabía si estaba saliendo...

En enero conocí a un chico (vía internet) y, después de un par de días de platicar, me dijo que si íbamos a cenar; yo, que soy una mujer debidamente sabia en cuestiones de "salir", le dije que mejor fuéramos por un café (qué tal que me cae mal o me aburre a media comida, y no sucederá que yo deje de comer para irme, así que es demasiado riesgo). El chico propuso un café, la hora, y quedó sentada la cita.
En el día, hora y lugar, me encontraba yo, cuando vi a un muchacho (que era "mi cita") mirar en el celular y luego a las personas a su alrededor, supongo que tratando de encontrarme. Se acercó, nos saludamos, pedimos de tomar y comenzamos a platicar. ¡Quién iba a pensar que nos caeríamos tan bien! Hablamos de un montón de cosas, nos reímos, compartimos, súper divertido. Tres horas más tarde, nos llevaron la cuenta porque ya iban a cerrar el lugar. Como debe ser, yo saqué la cartera y como él no dijo ni hizo ademán de pagar toda la cuenta, puse lo correspondiente a mi consumo. [Primera situación extraña]
Caminamos hasta la esquina, dijo que tenía hambre y me preguntó si quería ir a cenar algo. Me cayó tan bien que dije que sí y propuse un lugar de pizzas a unas cuadras de donde estábamos. Cenamos, platicamos más, nos reímos, todo iba maravillosamente bien. Pedimos la cuenta y ambos sacamos la tarjeta, cuando llegó la mesera él dijo que la cuenta a la mitad, y cada quien pagó "lo suyo". [Repetición de la situación extraña]
Nos levantamos y, otra vez en la esquina, me preguntó cómo me iría a casa; contesté que si todavía alcanzaba, me iría en Metrobús y que si ya no había servicio, caminaría; él dijo que también tomaría el Metrobús (para el sentido opuesto), así que podíamos caminar juntos hasta allá. Al llegar, dijo que me acompañaba a que yo tomara "mi" Metrobús y, antes de despedirse, me dijo que como se preocupaba un poco, que por favor le mandara mensaje al llegar a casa; me pasó su número y nos despedimos. [Tercera situación extraña]
Llegué a casa, le mandé mensaje y respondió agradeciendo la noche tan divertida que pasó/pasamos.
Los siguientes días platicamos por whatsapp, de cosas interesantes y cotidianas, todo bien y divertido. Me dijo que iría el miércoles a ver una película (no recuerdo cuál) por mi casa, en caso de que me interesara ir; mi respuesta fue que ya era muy tarde para mi, y que los miércoles eran días muy pesados de trabajo, por lo que no podía ir. 
El sábado siguiente, me mandó un mensaje preguntando qué estaba haciendo, le dije que estaba en un seminario de psicoanálisis, y él preguntó si quería ir a cenar o a tomar un café, contesté que no tenía dinero, él dijo que lo importante no era el café sino la convivencia, pero yo seguía sin tener dinero, le ofrecí estambre (porque era algo que sí tenía), pero él dijo que no sabía hacer nada con estambre. Fue una conversación extraña, y terminó en que no nos veríamos. [Cuarta situación extraña].
Después de ese día, no volvió a invitarme a salir ni a vernos, seguimos platicando, pero más bien comenzamos a hacernos amigos, nos contamos cosas que no le cuentas a alguien con quien estás saliendo, y la relación se hizo más íntima (y, al mismo tiempo, más lejana, pues seguíamos sin vernos).

Cuando le contaba esto a mis amigas y amigos, mi conclusión era que no sabía si estaba saliendo con el muchacho, porque no había hecho ninguna de las cosas que se supone que hacen los hombres cuando están saliendo con una mujer (la afirmación anterior se basa en un amplio estudio de los tres documentales más importantes de "dating": Sintonía de amor, Hitch, No le gustas tanto): no ofreció pagar la cuenta en ninguna ocasión; aun más, cuando le dije que no tenía dinero, y él insistió que quería verme, no dijo "yo invito esta vez y tú la siguiente" (así, como para no sentar precedente y que se pudiera malinterpretar que él pagaría) ni nada parecido; el primer día, dijo que le preocupaba que yo me regresara ya tarde a casa sola, pero tampoco se ofreció a acompañarme, vaya, ni siquiera se ofreció a acompañarme a mi estación del Metrobús (esta opción es considerando que tal vez, si caminaba conmigo la cuadra y media que hay entre dicha estación y mi casa, y luego de regreso, ya no podría tomar el Metrobús, porque cerrarían antes)... N A D A. 

Esto nos lleva a una pregunta que para mi, en esta época y con mis posturas éticas, filosóficas y políticas, no puedo contestar ¿si no es con las acciones "antiguas", cómo sabe una que está saliendo con alguien, cómo saber que le gustas, o que eso fue una cita?
No tenía respuesta.

Un mes después, yo le invité a que nos acompañara al teatro (a una amiga y a mi), pero dijo que ese día tenía un compromiso en Xochimilco y que sería imposible que regresara a tiempo para ir al teatro. Pocos días después, me invitó a salir el sábado (y luego me dejó colgada porque él quería ir a caminar a Chapultepec y yo no, así que se fue solo...).

Resultó que sí le gusté, que esas sí habían sido citas, y que dejó de invitarme a salir porque en dos ocasiones consecutivas le dije que no podía. Cuando ya estábamos saliendo (fue hablado con palabras y con el cuerpo, sin dejar duda alguna) me dijo que él sintió que me resultó poco interesante y que por eso no había querido salir con él, que de hecho no entendía qué había cambiado de mi lado para que después decidiera que sí quería salir con él. Sin dar muchos detalles de qué había pasado, le dije que él no se había comportado "como debía" la primera vez que salimos ni las siguientes dos invitaciones, y que eso me había hecho pensar que él tampoco estaba interesado en salir conmigo.
Puros malentendidos.

Pasados unos meses, decidió que le incomodaba la intimidad que tenía conmigo y que prefería no tener relación alguna (salir, convivir, compartir, como quieran decirle que no sea "tener una relación que pretende ser algo más después") a tenerla, desarrollar sentimientos por mi, y luego dejar de tenerla. (Uf, imagínense nada más, qué horrible la posibilidad de que se pudiera enamorar de mi, mejor así, correr antes porque, quedarse, SEGURO era una equivocación)

Así que, salí con un chico con el que no sabía que estaba saliendo, luego supe que sí estaba saliendo con él, finalmente, dejé de salir con el mentado muchacho. Además de un corazón roto y muchas ganas de decirle cosas, me quedé, OTRA VEZ, con la duda de cómo demonios saber cuándo una cita es una cita.

[Mi cuñada la "pero ni de cerca feminista" dijo que el problema era el feminismo, porque antes los hombres simplemente pagaban, iban por ti, te regresaban a tu casa, y que ahora ya no se podía saber qué esperar. Yo, la verdad, prefiero esta vida con feminismo en la que yo pago mis cosas, voy y vengo sola (sin miedo y sin problema alguno), a una vida en la que él paga pero, al mismo tiempo, tiene derecho de cobrarse, de abusar, de someterme. Habrá que ver si mi cuñada no es medio tonta...]

jueves, 20 de septiembre de 2018

Mujeres leyendo a Marx

En mayo, por pura casualidad, descubrí que un grupo de mujeres se reunirían para estudiar a Marx, específicamente El capital. Me emocionó muchísimo, llevaba varios años con antojo de leerlo, pero no era una lectura que quisiera hacer sola. La verdad, no me emocionaba el hecho de que era un grupo de mujeres (sólo mujeres), me parecía algo padre pero no era, ni remotamente, la razón por la cual me interesó el grupo.
Emocionada y ñoña, envié un mensaje expresando mi interés, compré el primer volumen del primer tomo del primer libro de El capital, y me dispuse a leerlo, a estudiarlo con otras y a aprender mucho.
Las primeras dos sesiones no pude acudir, pero llegué la tercera con mis lecturas al día. 
Como es común en mi, llegué antes de la hora al café donde era la reunión, pedí un café y miré de soslayo a una chica que tenía el libro sobre la mesa; me daba un poco de pena acercarme, no estaba segura de qué iba a suceder (Nota: no me da miedo hacer cosas sola, estoy bastante acostumbrada... me daba un poco de pena/incertidumbre haber llegado tarde al "conocerse", desconocer cuáles eran las costumbres ya adoptabas por el grupo) y justo llegó otra chica, se sentó en la misma mesa y comenzaron a platicar. Así que yo, agarrando todo el valor y echando fuera la pena, me acerqué a ellas y les dije que venía a leer con ellas, nos presentamos y se portaron súper lindas, algunas preguntas sobre quiénes éramos, y comenzaron a llegar las demás. En poco tiempo, la mesa estaba rodeada de mujeres y libros de Marx.
Fue un buen estudio, interesante, una gran experiencia, pero no mucho más que eso; aunque sí lo suficiente como para ya haber decidido que regresaría cada sábado.
Al despedirnos, resultó que dos de ellas irían caminando "hacia mi casa", así que me decidí a caminar con ellas. Platicamos en el camino, sobre hombres, amor, corazones rotos, decisiones y soledad. ¿Se han dado cuenta de que esos temas son reincidentes en las conversaciones? ¿Cómo, cómo no hablar de amor, de compañía, del otro? Me gustó la plática, me cayeron bien.

Semana a semana, comencé a conocerles, dejé que me conocieran, nos reímos, compartimos comida (una de ellas siempre lleva galletas o algo de comer para compartir) y tiempo. Poco a poco, lo que se empezó a compartir fue mucho más que eso: nosotras completas, amor, contención, apapachos, compañía, historias, lágrimas. De repente, me encontré en, formando parte de, un grupo de mujeres hermosas e increíbles; y no lo digo por compromiso, ni siquiera porque creo que son perfectas. 

Al contrario. 

Nuestra belleza radica en que somos imperfectas, en que nos queremos de formas imperfectas, en que no negamos los errores, las fallas, las pendejadas, y que esto nos permite no fingir, estar seguras para compartir también lo hermoso, lo acertado, lo suave, lo cómico. Somos un grupo que puede respirar, aunque sea un par de horas a la semana, porque somos comunidad, porque hemos creado un vínculo y construido lazos, porque no es necesario mentir para estar seguras, porque las otras están ahí y dan espacio para que cada una sea quien es, haga lo que hace, diga lo que diga, porque la expectativa es que cada una sea quien es o quien quiere ser o quien necesita ser, nadie más. Sin exigencias.

Al mismo tiempo, es un espacio donde ponemos límites, donde se puede decir "no quiero hablar de eso", "huevos", "cállate". No es un lugar en el que tenemos que dejarnos porque las otras nos quieren mucho. NO.

Y eso es lo mágico, lo maravilloso, lo perfecto, lo que me hace sentir bien afortunada por haberles conocido, me hace sentir querida y apapachada, contenida y acompañada, ñoña e intensa. 

Y yo pensaba que el aprendizaje sería sobre el capitalismo y Marx. Y no. Pero sí. Porque justo aquí, en este mundo capitalista, es que una comunidad como esta, resulta indispensable para vivir.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Relaciones mezcladas

Seguramente he escrito al respecto pero, si no, comencemos por el principio: fui criada, cuidada y querida por mi abuela paterna. No es que mi madre no estuviera presente (vaya si lo estaba, y no en el buen sentido), es simplemente que desde pequeña fue mi abuela quien se encargó de la parte de cuidados y de amor en lo que a mi respecta (sí, es curioso que no sucediera así con mi hermano, que sólo es 13 meses mayor que yo).


Así las cosas, mi madre es/fue mi abuela; a quien escucho en mi cabeza cuando hago travesuras o muladas, quien se ríe conmigo de mis chistes, a quien le cuento lo que pasa, quien es mi referencia en cuestiones de cuidados y de amor. [Tal vez habría que decir que ella murió hace 9 años (como ya conté por acá en ese entonces) y que sí, tal vez estoy medio loca por hablar con mis muertos, pero son míos y yo hago con ellos lo que se me dé la gana.]



En los últimos tiempos, he caído en cuenta de que no soy yo la única que considera que mi madre fue mi abuela:
- Mi abuelo, me decía "háblale a tu madre";
- Mi papá, a veces habla de nuestra mamá;

- Un tío, hace poco, relataba una historia de cuando él y mi papá eran niños "y tu mamá se enojaba un montón porque ensuciábamos la ropa". Y no, no se refería a la mujer que me parió.

Pareciera que ambas categorías mías se confunden y se mezclan: soy la hija, soy la nieta, soy las dos. En las historias familiares, ella siempre es mi madre, se refieren a ella así pero, al mismo tiempo, su marido (mi abuelo) no deja nunca de ser mi abuelo, ni mis tíos mis tíos, ni mis padres mis padres. Simplemente, en lo que respecta a mi abuela (o, tal vez, debería decir a "nuestra relación") la relación es doble, confundida y mezclada.

Yo decidí, hace muchos años, que ella era mi madre, que en esto que es mi historia y mi vida, yo podía elegir qué lugar le correspondía a cada quien y que ella sería, había sido y será mi madre (lo cual, curiosamente, no cancela que mi madre también es otra, y que no dejo de reconocerlo así). Esta decisión me dio paz, me permitió sanar y re-contar mi historia, dejar de sentirme sólo vacío e incomodidad, sentir amor, calientito y sonrisas. Sé que esto es mi decisión y es respecto de mi historia, nada más...

Y, aún así, escucho a la familia contar historias de mi madre, como si eso que yo re-conté es en realidad lo que pasó, como si algo de eso sí hubiese sucedido, como si esta historia, la mía, también fue la de ella y, en tanto suya, también decidió ser mi madre.

Así, tengo historias con mi madre, con mi abuela, con mi abuela y mi abuelo, con mi madre y mi abuelo, con mi madre y mi hermano (su nieto), tantas variedades que, aunque podrían, no se confunden ni se cancelan. ¿Quién dijo que uno sólo puede ser una sola persona para alguien más?