No sé por qué razón, pero a pesar de que de niños mi hermano y yo fuimos a clases de gimnasia, tenis, karate, natación, básquet, no me hice aficionada al deporte. Sí, íbamos a clases y las disfrutaba mucho, sobre todo el tenis, en el que soy bastante buena (y ¡zurda!) y el básquet, pero en ningún momento sentí esa necesidad o pasión por el deporte, el ejercicio, el esfuerzo físico. No, nada.
Podría excusarme y decir que es culpa de mi papá, porque mi sueño de niña era el atletismo y a pesar de que me llevó a ver las pistas y demás en la UNAM, nunca me inscribió... también podría decir que fue culpa del maestro de natación que tuvimos de muy niños, que amenazaba con dejarme en lo más profundo de la alberca sin flotadores si no le decía cuantas veces él quería, mi nombre (a él o a las tontas que se le acercaban y les ofrecía que yo dijera mi nombre ¿?), de hecho lo hizo en una ocasión. Pero no creo que el punto vaya por ahí (que no es que no me guste echarle la culpa a los demás, vamos, son cuestiones diferentes en este momento), más bien va por el problema de la compañía.
Para mí (otra de mis teorías), el ejercicio es una actividad social, no tanto porque la hagas junto a otra persona, sino porque implica, en mayor o menor medida, convivir con otras personas. Si haces un deporte que implica competencia, ahí está el otro; si es un deporte que se realiza en equipo, también; si sales a correr al parque, hay otras personas ahí y de una u otra forma convives con ellos. Es una actividad personal (en cuanto a los efectos y beneficios), pero sin duda social. Y la verdad, mis amigas y familia nunca se destacaron por el gusto al ejercicio. Así que yo, tampoco; porque también es un hecho que antes hacer cosas sola no me parecía ni tan sencillo ni tan padre.
Hace 8 años decidí inscribirme en un taller de flamenco (ya había tomado 2 años en la preparatoria, y me fascinó), sola, solita, sin nadie más. Comencé las clases y todas las chicas (curiosamente de la misma edad que yo, o alrededor) ya eran amigas, yo era un paria ahí. Así que me concentré en el zapateado, los brazos, la postura, las canciones, el dolor en los pies, la coordinación... y antes de darme cuenta, ya formaba parte del grupo de amigas, platicábamos, convivíamos, nos reíamos. Resultó una de las mejores experiencias de mi vida, porque era algo mío mío, pero además me había dado la oportunidad de hacer amigas, convivir con otras personas. De hecho, dos de ellas fueron amigas muy cercanas mucho tiempo.
Por cuestiones de tiempo, dejé de ir al flamenco, después pasaron mil cosas (que no contaré aquí) y no he hecho ejercicio de forma regular, como hábito, a pesar de haberlo intentado en varias ocasiones. Acá entre nos, y no pueden decirle a nadie, mi sueño siempre ha sido poder correr un maratón (no correrlo tal cual, pero saber que lo puedo hacer), poner una pierna frente a la otra y llegar a algún lugar, tener condición física, subir varios pisos de escaleras y no llegar como el lobo de La Espada en la piedra...
El problema es que no es cosa sencilla, tampoco es tan fácil como ponerme tenis y salir al parque, estirar y ¡vámonos! a trotar un kilómetro, vaya, ni siquiera puedo trotar medio kilómetro. Sí, sí, dirán que es gradual, que nadie comienza y corre 10 kilómetros, que toma tiempo. Sí, lo toma, y lo importante es no rendirse, no dejar que la frustración o el cansancio me gane... la pregunta sería, ahora que comencé a correr ¿podré llegar a donde quiero?
Yo soy de lo más vaga para todo eso... Me encantaba bailar pero para eso hay que estar en forma física y como me da pereza coger fondo entro en un círculo vicioso difícil de superar. Jajaja. Besotes!!!
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