Me quedé pensando en lo que escribí sobre
mi nombre, y luego ese pensamiento brincó al de los dos nombres: sobre los
padres (o quien sea que lo haga) que decide ponerle dos nombres a los críos.
Haciendo
conciencia, es súper común que la gente tenga dos nombres, casi tanto como
tener uno, pero tres, por ejemplo, no es tan común; conozco tres personas con
tres nombres de pila cada uno, que justo por esta razón, se han quedado
grabados en mi mente: Dulce Amancer Estefanía; José Manuel Alejandro; y el otro
se me acaba de olvidar (chale). El caso es que no es común, no pasa con tanta
frecuencia como uno pensaría.
En cambio, los dos
nombres son el pan de cada día. Ponerlos, que no usarlos, y de ahí mi pensamiento
recurrente hacia ellos. Mucha gente tiene dos nombres, pero sólo usa uno, el
otro suele omitirlo (completa o parcialmente), usar sólo la primera letra como
para no olvidar que ahí está, pero sin otorgarle el lugar o importancia de un
nombre, y algunos, pocos, usan los dos.
Así que, pensaba
yo en la razón de que ciertos nombres dobles sean más usados que otros, por
ejemplo Miguel Ángel, José Antonio, Juan Carlos, Luis Carlos, José Ramón, María
de la Luz (aunque le digan Mariluz, o algo así, ahí están os os)… casi todas
estas combinaciones están formadas por un nombre de dos sílabas. ¿Será esto lo
que fomenta su uso doble? ¿Es la rima que se crea entre ellos?
Estoy
completamente de acuerdo en que cada quien puede tomar decisiones sobre su
propio nombre, pero más bien, lo que me genera duda es la decisión de los
padres. Suelen ponerles dos nombres porque les gustan ambos (los nombres), y
creen que poniéndolos pasa algo, y no se dan cuenta de que da igual cómo te
hayan puesto, si nunca lo usas. Entonces, ¿para qué? O de plano es sólo una de
esas cosas pendejas que hacen los padres quesque porque son mejores para sus
hijos.
Porque el nombre
es eso, lo que te nombra, la palabra que nos conceptualiza, es algo bien
importante, no nimiedades. Es más, es tan importante que hay gente que decide
cambiárselo legalmente (borras el anterior, deja de existir), o que optan por
otro nombre para mentarlos (una tía decía, cuando era niña y le preguntaban su
nombre, que se llamaba Coquis, no Sara Esther).
No sé, tal vez si
yo me llamara María Ariadna, o Ariadna Petroncia (por aquello de dolorosa)
entendería qué se siente o motiva que usemos uno u otro. Porque yo, si me
llamara Ariadna Petroncia, pediría que me llamaran Petroncia, que es un nombre
demasiado chingón como para dejar en el olvido.
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¿Soy sólo yo?