En diciembre hice un viaje
a Oaxaca, sola y feliz fui cuatro días. Comí delicioso, bebí mezcales, cerveza,
agua, lo que se me antojó; pero, sobre todo, caminé y recordé. Caminé otra vez
por esas calles que quince años antes había caminado con mis amigas, me senté
en bancas y jardineras a recordar; casi podía vernos, escuchar las risas y las
peleas, las decisiones tontas y divertidas, y mi mirada que se desviaba
siempre, en busca de alguien más allá,
que no estaba en ese grupo, pero que estaba cerca, muy cerca. Mi respiración y
palpitar que cambiaban de ritmo según él estuviera lejos o cerca, mi sonrisa
pendeja y enamorada que respondía si él me miraba también.
Nunca olvidaré que fue
justo durante el camino de regreso a la Ciudad, que me di cuenta de que estaba
enamorada de ti; no sé si fue la conversación, el tener tu cuerpo tan cerca de
mí, tus sonrisas, o justo lo que estaba detrás, debajo, el subtexto que se creó entre nosotros. No sé qué fue, pero tuve
certeza: estaba enamorada de ti.
Ese enamoramiento fue y
vino, todos los sabemos. Pasaron diez años y yo seguía pensando en ti, te tenía
presente todos los días, en mis sueños, en vigilia, aquí estabas, conmigo. Al
final, me parecía más un calvario (calvario, como el nombre de la calle en la
que viví cuando me enamoré de ti), algo que no podía dejar y que escapaba de
toda explicación, que no era simbólico, que no podía apalabrarlo. Ahora que lo
pienso, era completamente real, porque atravesaba mi cuerpo, me tenía en el
goce y no podía salir de ahí, nombrarlo y, en algún momento, separarme. Amor
que escapaba de la razón, de la salud mental, de mi deseo. Amor que me acercaba
a la muerte, porque estaba muerto y aun así yo lo arrastraba diario, y debía
reconocer que había estado vivo y que no me dejaría.
En Oaxaca, hablé contigo,
mucho, a la hora de comer, mientras me sentaba a fumar. Hablaba contigo, te
recordaba. Sentada afuera del Convento de Santo Domingo, podía verte como si
estuvieras ahí, como si no fuese un recuerdo, sino un presente. Y, justo ahí,
en ese momento, en ese lugar, decidí dejarte, te lo dije: “ya no puedo más,
debes quedarte aquí, necesito dejar el amor que te tengo y lo que me ata a ti.
Podemos dejarlo aquí, en Oaxaca, donde empezó, en el lugar más hermoso para mí,
lo dejamos en su cajita de ‘objetos perdidos’, bien tapado, y lo enterramos
bajo los cactus. Quédate aquí, ya no puedes regresar conmigo”.
Honestamente, ni siquiera
me di cuenta de que se quedó ahí, de repente, un día, ya no lo traía conmigo,
ya no lo sentía. Ya no escuchaba su voz en mi cabeza, ya no me cachaba teniendo
conversaciones imaginarias con él. Ya no estaba. No sé si fue un acuerdo entre
él y yo, no sé si simplemente fue lo que le dije, o que lo dije desde el fondo
de mi corazón y convencida. No sé qué fue, pero funcionó. Lo dejé en Oaxaca y seguí
caminando. Ya no volteo hacia atrás y siento nostalgia. Ahora, después de medio
año de eso, ni siquiera sé qué siento, pero amor por él ya no, no lo extraño,
no dejó un agujero. Cuando me esfuerzo y pienso en él, o lo recuerdo, siento
que hay un vacío ahí, pero ya n
o duele. Está vacío y así se va a quedar, no
volverá a tener nostalgia o sentimientos: vacío.
Es hermoso saber que mi
amor por ti no era infinito, que por más que lo deshilara no se seguiría desdoblando en sí mismo. Me da tranquilidad saber que estaba delimitada, aunque fuera tan grande que no alcanzara a ver el
límite.
Me resulta tan extraño todo
esto. Como si después de quince años hubiera despertado, sin olvidar lo que
soñé y sentí, pero lejos de eso; o tal vez no, muy cercana a eso, pero separada
ya. Porque no, no quiero olvidarte nunca, quiero traerte en mí, en mis
recuerdos, pero ya no en el cajón de ‘perdido para siempre’, porque ya te
encontré, de hecho, siento que te acomodaste en el lugar que te correspondía
desde el principio.
Los capítulos deben cerrarse. Si no se queda la espinita clavada para siempre. Un besote.
ResponderEliminarHola :) Estoy de acuerdo, pero tardarme 10 años en cerrarlo, era una ridiculez. Besote
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