Yo que pensé que había cosas que simplemente nunca jamás de los jamases
haría y dónde me veo ahora: en una de esas.
Estudié derecho y terminé la carrera, con título y
cédula profesional y tesis y todas esas cosas. T O D A S. Soy licenciada en
derecho, a mucha vergüenza. Y no es que me dé vergüenza sólo porque es una
profesión que a mí, en lo personal, no me gusta porque no es psicoanálisis, me
da vergüenza porque siempre pensé que era una profesión que dejaba de lado la
ética personal y profesional, y eso nunca ha ido conmigo.
Para escribir sobre
esto, me parece que habría que hacer un par de paréntesis.
1.
Para
mí la ética es muy importante. No debe responder a algo externo o imposiciones,
es una cuestión de posiciones ante el mundo. Uno dice: esto sí, esto no y de
ahí no se mueve. Y no se mueve porque está convencido de eso, porque esas
decisiones finalmente “son uno”, interpelan, involucran, atraviesan. Para mí, es tan sencillo como preguntarse,
ante determinadas o determinables situaciones: ¿podré vivir con la decisión que
tomaré? Si uno puede, entonces va en el cajón de los “sí”, si no, pues en el
otro y listo. Nada tiene que ver con que sea bueno o malo, sino con poder vivir
con esas decisiones, con la cabeza en alto, y sosteniéndose en ese lugar. [Me
parece que de este tema, debería escribir algo desde mi lugar de psicoanalista,
sí, suena interesante].
2.
En el
derecho, el criterio es: mi cliente siempre tiene la razón. PUNTO. Y de ahí, a
venderse cual puta.
Con eso establecido como paréntesis, decidí desde
la universidad, que no litigaría, que si mi camino debía andarse en el derecho,
sería en otros ámbitos, desde otras perspectivas… y sí, otra vez, primero cae
un hablador que un cojo. Así que ahora, con T O D I T A la vergüenza que cabe
en mi cuerpecito, trabajo en un despacho de abogados.
Todo comenzó hace casi
dos años, en septiembre de 2012, cuando el pendejo que me contrató en una
empresa, decidió correrme. A esta situación, le siguió una fila enorme de
tragedias y crisis: me separé, mi papá enfermó y pasó mucho tiempo en el
hospital… Está bien, sólo tres tragedias, pero grandes como si fueran de
Sófocles. Y así estaba yo, desempleada y con una separación inminente, teniendo
que solucionar el cómo mantenerme, pagar la renta, comida, escuela, etc.,
cuando mi amiga queridísima me ofreció trabajar con ella de maestra de inglés.
Exacto, sale la pregunta ¿maestría de inglés? Y sí, domino el idioma, ella
sería mi jefa, y podría tener un buen ingreso.
Así las cosas, comencé
a dar clases y me fue bien. Me hacía feliz salir y das clases en
cafesitos, casi todos los alumnos me
caían increíble y mi vida comenzaba a acomodarse de formas que me tenían
satisfecha y contenta. Un día de mayo, a media mañana, se me acercaron un
viejito y un joven (de mi edad, vaya, un mozuelo) para preguntarme si daba
clases particulares de inglés. Yo contesté que sí, agendamos las clases y así
comenzó la relación inglés/abogado.
Al principio, el
viejito me pareció una persona rara, no podía estar segura de si me tiraba la
onda o no, si quería algo más, o simplemente aprender inglés, [Llevamos un año
de clases y el cabrón apenas y habla, entiende muy poco, y es terco como el que
más] pero lo dejé pasar, porque necesitaba el dinero y me convenía en horarios.
Con el tiempo, comenzamos a platicar de mí, mis problemas legales, de él, sus
hijos y cuanta pendejada apareciera por ahí.
En marzo de este año,
por cuestiones netamente económicas, tuve que tomar la decisión de conseguirme
otro trabajo, porque ya no me alcanzaba con las clases. Así que, aprovechando
la llamada de un exjefe, acepté un trabajo de medio tiempo como office manager
(el nombre más pedorro para decir asistente, que es un eufemismo de secretaria).
Cuando se lo dije al viejito, casi le da el patatús, que no era posible, que él
quería que yo trabajara en el despacho con sus hijos, que entonces ya no le
daría clases, que el mundo se derrumbaba y era terrible. Yo, que en estas
cuestiones son una cabrona, respondí que para mí era una cuestión de dinero, lo
necesitaba para pagar mi renta y gastos y que no podía hacer otra cosa, porque
no tenía dinero ni para el siguiente mes; que era inminente mi partida. Obvio,
a la semana siguiente me presentó a los hijos y me contrataron. Con un buen
horario y un sueldo suficiente para solventar los gastos mensuales (nada de
ahorro, vacaciones, libros o emergencias, pero algo es algo).
Honestamente, lo odio.
No me gusta lo que hago ni la postura de los abogados, me causa conflicto, hay
días que llego a casa llorando porque soy una puta y además, malpagada. Y sí,
cuando me dicen los amigos que esto me permite tener el consultorio, pagar
gastos y demás, les doy la razón. Pero, ¡NO ME GUSTA! Y sin importar que esto
me salve de morir, no deja de parecerme algo molesto.
Ush, ya se me fue el
hilo de la escritura. Ahora me puse a pensar justo en ese asunto de lo que
gusta y no gusta, y los accesorios. Creo que dejaré esto en un: LO ODIO, NO ME
GUSTA y, en cuanto tenga la posibilidad, la más mínima, correré de aquí como cucaracha
de la luz.
P.D. Ni siquiera quiero mencionar la diarrea que me da cuando escucho que llaman "abogada". Para darse un tiro.
Tiene que ser una sensación muy frustrante la de pensar que uno se ha equivocado de carrera. Por un lado, te paga las facturas y eso está muy bien pero también entiendo que es muy importante que te sientas bien contigo misma así que, en cuanto puedas elegir, ya sabes... Un besote!!!
ResponderEliminarEn cuanto pueda, correré como alma que lleva el diablo!
EliminarMientras, es feo feo, porque ni siquiera es algo que me guste hacer. Cuando daba clases de inglés, me sentía cómoda, me gustaba, aunque fuera un "mientras", pero esto es un suplicio constante y aburrido. Besos!!