El goce, en términos
lacanianos, y de forma muy resumida, es ese “algo” que te lleva a la muerte,
que no es posible poner en palabras, que escapa de todo intento, que sólo puede
bordearse, que está ahí, y uno lo “sabe” (un saber no racional, tal vez más
algo como intuición, o sexto sentido) pero nada más.
El goce
es ese sufrir y disfrutar el sufrimiento, y es algo de lo que nadie escapa.
Obvio, en diferentes grados, intensidades y con diferentes consecuencias. Para
Lacan, lo único es verdaderamente propio, único y específico de cada sujeto, es
su forma de gozar, y propone que el fin de análisis será la posibilidad de
hacer signo con ese goce (signo, como eso que deja huella, que es y no necesita
más explicación o significante).
Para
todos los que no hemos tenido un fin de análisis (es decir, casi todos los mortales),
lidiar con el goce se vuelve algo arrobador. Están los casos de los adictos,
los que están en situaciones de peligro constante y no lo dejan; pero también
estamos los que, dentro de una vida “normal y segura”, nos enfrentamos a él y,
en ocasiones, nos vemos arrastrados por él, como un tsunami y del que es
imposible escapar.
Platicaba
en alguna ocasión con mis amigas, que ahora con los teléfonos inteligentes, el
acoso (stalking) era algo más cómodo, cercano y fácil de hacer. No es que antes
no fuéramos acosadoras/es (si es que alguna vez lo fuimos), sólo que ahora
puede hacerse en la comodidad de cualquier lugar y está, literal, al alcance de
la mano. Ya no hace falta pararse afuera de casa del muchacho para acosarlo,
puedes hacerlo mientras tomas café con las amigas o sales con otro chico, con
sólo revisar Whatsapp, Twitter, Facebook. No hace falta hacer desplantes y
pasar vergüenzas en la calle, ahora puedes revisarlo y gritar desde tu cama, en
pijama y con el rímel corrido, sin que alguien se entere.
El
problema es que es una adicción, como no requiere un esfuerzo extra, el límite
se desdibuja, y parar es aún más difícil. ¿Cómo diablos parar cuando es tan
fácil? Es decirte: “sólo voy a platicar con mi amiga, de paso veré cuándo fue
la última vez que se conectó, pero nada más”… Nada más… ojalá. Es una adicción
que no para y aumenta. Si él escribe alguna tontería, y ves que alguien (mujer,
en este caso) contesta, revisar el perfil de ella, la buscas en google,
comienzas a ver si es posible que sea una de las golfas con las que te puso el
cuerno (porque al terminar una relación, yo siempre pienso que me pusieron el
cuerno, no importa si fue o no cierto… ahora que lo pienso, es otra forma de
goce: me torturo pensando que había otra que él, en toda su soberana pendejez,
pensaba que podía equipararse a mí en algún sentido) o si será la siguiente
mujer en su corazón. Y así, de una a
otra mujer, aunque sepas que es la prima, o la esposa del amigo, o que le dan
asco las gordas: no importa, cada mujer cerca de él (electrónicamente) es una
amenaza o evidencia de tu pasada pendejez.
Y luego
están los twitts… O B V I O te lees en todos, juras que cada cosa que escribe
tiene que ver contigo, es un llamado a ti. Si está triste, es porque tú ya no
estás; si le va mal, es porque está pagando lo que te hizo; si escribe de
deportes, es porque necesita distraerse de lo mucho que le duele tu ausencia,
pero al final lo que está tratando de decir es que le haces falta. Y, claro, si
no escribe, es porque está llorando en su cama, hecho bolita, abrazando tu
almohada, a la que le puso tu perfume para que el dolor sea aún mayor.
Vamos,
podría echarme párrafos y párrafos describiendo esas actitudes gozosas y
vergonzosas (¿tendrá que ver una palabra con la otra? Se ven muy parecidas…),
pero ese no es del todo el punto de este post. Yo, cuando comienzo a revisar
algo “de él”, me digo en voz alta o en la cabeza, que estoy mal, que tengo que
parar, y no lo hago, siempre hay una excusa: es la última vez, sólo tantito,
nada más porque quiero verlo sufrir, sólo la puntita. Pero la realidad es que
hay algo que se disfruta en ese sufrir, que se “goza”, y lo hace casi imposible
de dejar. Hasta que uno se ve contra la espada y la pared y se da cuenta de que
debe tomar una decisión, no en función de él, su sufrimiento o lo que haga/no
haga; sino una decisión en función de una misma, de la paz que necesitas, de la
necesidad de hacer el duelo y cerrar, de dejar que el tiempo comience a correr
y las heridas dejen de sangrar y puedan sanar. Hay un momento en que uno DECIDE
ponerle un alto al goce. Y el chiste está justo ahí, hay que decidirlo, no sé
da por sí solo, no es que uno se canse. No. Hay que agarrarse los dos huevos y
más allá, respirar profundo y decir: BASTA. Aunque sea sólo esta vez, una vez,
ahora, basta. No voy a revisar el whatsapp, no voy a buscarlo, no voy a llamar.
Sólo en esta ocasión, porque soy yo quien pone el límite, soy yo quien decide
si quiero gozar o cerrar.
Y así
comienza el proceso, lo bloqueas en skype, en whatsapp, lo borras de la agenda
del celular… poco a poco lo vas quitando de tu vida, vas alejando las
actividades que te lastiman, permites que ciertos detalles se olviden (¿a qué
olía?). Un paso a la vez, una exhalación, y dejas que cierre. Porque no, vivir
atada a la necesidad de saberte indispensable en su vida, no es la forma en que
quieres vivir.
Ayyyy, ese goce masoquista... ¿Quién no lo ha vivido alguna vez? Hay que desengancharse de esas cosas porque, al final, no es nada sano. Un besote!!!
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