miércoles, 4 de julio de 2012

No digas que se va a morir


-Pero no digas que se va a morir, por favor.
¿No les encanta que la gente les diga eso? Te preguntan cómo está tu perro, abuelo, o quien sea, y uno dice:
-Muy mal, tiene cáncer/vejez/parvovirus/disentería, yo creo que va a morir.
Y entonces, la respuesta con toda la indignación posible:
-Pero no digas que se va a morir/no digas eso, por favor.
Como si los seres vivos, animales y humanos, NO murieran. Tal vez no todo el mundo lo sepa, así que lo diré: TODOS SOMOS MORTALES, ergo, vamos a morir. Todos y cada uno de nosotros moriremos y no hay de otra, es así de fácil. No está cargado de malas intenciones, de nada que no sea verdad. Pero a mucha gente le molesta que digas eso, como si decir que alguien va a morir fuera desearle la muerte, o maldecirlos, o no sé qué pendejadas.
Obvio, yo no quiero que mis seres queridos tengan muertes trágicas, lentas, dolorosas y a una corta edad, pero eso no quiere decir que no van a morir, porque puedo poner mi dinero y honra a que todos y cada uno de ellos morirá.
¿Por qué la gente piensa así? ¿Por qué a nadie le gusta hablar de la muerte? ¿Es tan difícil saber que no somos eternos, que la vida del otro (y, por ende, la nuestra) es limitada?
Yo no tengo miedo de morir. Para nada. No tengo miedo de morir joven o vieja (que no quiere decir que quiera morir joven, son cosas diferentes), porque tengo consciente mi mortalidad y por lo mismo, procuro tener una vida en congruencia con mis deseos y necesidades, procuro hacer de cada día algo que valga la pena o que me encamine cada vez más a donde quiero ir. No me arrepiento de lo pasado, siento que estoy en el camino adecuado y que si me muero, no habrá asuntos pendientes, porque de mí no quedó (pero de ustedes…).
 Como consecuencia de todo este pensar, surge en mi cabeza el problema del camino a la muerte, de las enfermedades y dolor que en muchas ocasiones son preludio de la muerte. Eso sí es feo, lo he visto (obvio no vivido en carne propia) y me ha dolido ver a mis seres queridos en esas circunstancias, pero eso es justo lo que me duele: que vivan en esas circunstancias. Que la muerte no llegue (o la traiga alguien) antes, que no se termine con el dolor, sufrimiento, con la terrible agonía. Todo porque nos da culpa tomar decisiones, ser amos y dueños de nuestras vidas y decidir de qué forma debemos vivirla para, después, poder otorgarle al ser amado un poco de dignidad y amor, dando por terminado el sufrimiento.
¡Pero no! Nada más de escribirlo me doy cuenta de qué tan difícil es este tema, del tabú tan grande que implica la vida (porque no se trata de la muerte, sino de la vida, porque la muerte ya que llega, da igual lo que pase) y lo poco que queremos responsabilizarnos. Seguro nuestra educación cristiana/guadalupana/mocha/llena de dobles mensajes y criterios, es la causante de esto, “no vaya a ser que Dios nos castigue por desearle a alguien una muerte digna (o por dársela, como eutanasia)” como si hubiera un Dios o, si lo hubiera, lo que él piense sea más importante que la vida tangible en un momento determinado, de una persona que se supone que queremos.
Pura mamada. Espero que cuando yo esté bien enferma, o vieja y jodida, haya quien pueda decir con decencia y orgullo:
Uy, Ariadna está bien mal/enferma/jodida, esperemos que muera pronto.
Y yo, se los agradeceré eternamente, porque la muerte me tiene sin cuidados y las culpas, prefiero pasármelas por el arco del triunfo.

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