Como era de esperarse, el día de
ayer siguió en el mismo sentido. Afortunadamente, al final pude darle la vueltecilla
y no pasármela tan del asco. Es parte inalienable mía la necesidad de quejarme
y de hablar y hablar hasta entender las causas hechos y consecuencias de lo que
me molesta. Por eso ayer me di cuenta de que la vida resulta en su mayoría
absurda (sí, además estoy inspirada por haber leído a Freud, que les digo), de
que una gran parte de lo que nos importa o delimita o dirige es pura pendejada,
y no porque yo lo diga, sino porque en vez de hacernos la vida más feliz o
práctica o mejor, sale al revés.
Un ejemplo de esto es el arreglo personal o, más bien, la forma en que lo vivimos:
vemos o imaginamos un cierto artículo, digamos zapatos y, a partir de allí, los
deseamos, hacemos planes para comprarlos (o, como mucha gente lo hace,
simplemente los compras y a la chingada lo demás), destinamos un porcentaje de
nuestro ingreso para esto, sacrificamos otras cosas… y, al fin, los tenemos,
son nuestros y los podremos usar, si tienes suerte (que casi nunca es mi caso)
te quedan bien y puedes usarlos sin problema, pero si no (que es mi caso),
sufres cuando te los pones, o resulta que te quedan grandes, o te lastiman, o no
son para caminar más de media cuadra por puesta… la lista de inconvenientes
puede ser infinita igual que la estúpida necesidad de repetirlo todo: ver unos
zapatos, desearlos, comprarlos, sufrirlos, y vuelta a empezar.
Seguro que no soy la primera
persona en el mundo que lo piensa, pero como soy la única que escribe aquí,
puedo darme el lujo de “descubrir el agua tibia”. Decía yo, que esto me pasa a
mí, pero también sé que le pasa a otras personas, que compran objetos y éstos
les cambian la vida (y no como ellos creen). Ahora, cuando tienes un gusto
repetitivo (te gusta comprar bolsas o zapatos) destinas muchísimo dinero a
ello, porque “te hacen tan feliz” y cualquier otra excusa pendeja que podamos
decir. Lo que no nos damos cuenta es que al escoger eso, al comprar eso,
dejamos de hacer y comprar otras cosas, y a veces lo que NO tendremos es mucho
más importante que lo que nos gusta comprar. Si yo compro zapatos porque me
hacen feliz, y cada año gasto en eso, por decir, $10,000, quiere decir que NO
compré $10,000 de otras cosas; es fácil, si yo me la paso comprando cosas caras
o finas o de moda porque fantaseo con que eso me va a hacer feliz, dejo atrás
lo otro, y no es que esté mal que uno busque ser feliz, lo que está mal es que
no somos conscientes de que no es ése objeto lo que nos hace felices,
es más, ni siquiera nos satisface, pues si así fuera, al tenerlo agotaríamos
las necesidades y no compraríamos más. Pero no pasa así, ¿o sí? Tal vez
llenemos de expectativas al objeto y éste, como objeto, es incapaz de
satisfacerlas; tal vez sólo nos gusta la sensación de comprar y poseer, pues
esto nos llena; tal vez es mejor tener bonitos adornos afuera y dedicarles toda
nuestra energía, porque si no, tendríamos que poner atención al interior, y eso
no es ni fácil ni grato…
Tal vez, estamos tan ahogados en
capitalismo y consumismo que ni siquiera nos hemos dado cuenta de que nos
vaciamos cuando lo que más deseamos es sentirnos llenos.
Ja, otra vez me desvié... me parece que más bien mi intención era escribir sobre cómo sufrimos como consecuencia directa de tener el objeto. En mi caso, si no comprara esos zapatos, no me molestaría, y esto tal vez me haría mucho más feliz que comprarlos y tenerlos. Tal vez si sólo comprara lo cómodo y útil sería mucho más feliz, tendría más dinero y podría hacer con él algo útil. Porque, ¿no les encanta la gente que todo el tiempo dice que le hace falta dinero pero en realidad se lo gastan en un montón de pendejadas?
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¿Soy sólo yo?