lunes, 18 de abril de 2011

Actividades privadas en el baño


No estoy segura de la causa, pero sí de la realidad: los baños son el lugar más intimo y privado que tenemos. Es ése el lugar que nos dedicamos para leer, estar solos, pensar, llorar, asearnos, simple y sencillamente ser nosotros sin ningún pudor. Tal vez sea por esto que las dinámicas en los baños compartidos (tanto en los restaurantes u otros lugares públicos, como en los trabajos) sean tan divertidas.

Por cuestiones de economía arquitectónica y empresarial, los baños en los edificios son compartidos para los trabajadores, pero no creamos que todos son para todos. Por supuesto que no. En el lugar que trabajo ahora, he descubierto que hay varias jerarquías “bañeras”, primero el jefe de jefes tiene baño para él solito, los directores tienen baños privados, pero deben compartirlos con otro director, y todos los demás, deben usar los baños para “todos”. Escuché a unas chicas del trabajo comentando que ha de ser bien feo tener que compartir el baño con otro de los directores, y yo no pude menos que pensar al respecto…

A mí me gusta mi baño para mí sola, es un lugar en mi casa donde tengo completa privacidad (cuando lo uso, y no es en la noche, porque a esa hora se convierte en el cuarto de mi perra, y entonces sí que no tengo privacidad), puedo hacer lo que quiera, y soy muy feliz. En cualquier otro baño soy bastante quisquillosa, pero creo que es sólo porque añoro mi privacidad. Es por esto que me resulta curioso cuando la gente comenta que odia los baños públicos (que no la falta de higiene, porque ésta no la comentan), que le da asco entrar a un baño justo cuando alguien acaba de salir, o que preferiría tener un baño privado en cada lugar que está. No es que no lo entienda, pero no creo que sea para tanto o, tal vez, yo tengo muchas capacidades de negación.

Yo, por ejemplo, no creo que haya ningún problema en esperar a que alguien salga del baño para usarlo (si necesito entrar, necesito entrar, no hay más), pero sin duda alguna procuro bloquear cualquier ruido escuchado, así como las intimidades y costumbres que a veces la gente olvida ocultar frente a otras personas.

Antes, cuando era joven (bueno, más joven, casi una niña), gustaba de ir acompañada al baño. No tanto porque me gustara estar (literalmente) con alguien más en el baño, platicando o lo que fuera, sino porque me daba miedo entrar sola y que algo me fuera a pasar. Esto debo agradecérselo a mi abuela, quien desde chiquita me enseñó que los baños eran lugares peligrosos porque te podían robar, o algún hombre podría abusar de ti. Así que, no iba al baño en lugares públicos si no era acompañada. En las desgraciadas ocasiones que debía entrar sola (como cuando voy al cine, sola), prefiero usar el baño que está pegado a la pared (así el “atacante” tiene menores posibilidades de acercarse), y realizar cualquier actividad a la brevedad posible. Ahora, todavía siento miedo al entrar a un baño grande, pero puedo lidiar con ello mucho mejor que antes, pues también debe sumársele que prefiero ir al baño sola.

Pero, regresando a las costumbres de los baños, me sigue dando mucha curiosidad la percepción de tenemos de ellos, y la forma en que vivimos todas las experiencias ahí dentro. Entiendo que es asquerosín (así, en diminutivo) entrar cuando alguien acaba de salir, pero si consideras la cantidad de otras actividades que realizamos en ellos, esa debería ser la que menos nos preocupara. Como ejemplo están la cantidad de mujeres que frente a los baños se acomodan y mueven cuanta parte del cuerpo pueden, se maquillan, depilan el bigote (eso lo agradecemos, pero deberían hacerlo en casita) o las cejas, se secan el cabello, planchan o peinan… Es aterrador. No hay nada más feo que tener que ver a una mujer que se transforma en el baño por alguien decente (ni me quiero imaginar lo que ha de pensar su marido o pareja cuando la ve de cara lavada…), que cree que puede venir a hacer en el baño de la oficina lo que por floja NO hace en su casa. Para mí es así de sencillo: si no te da tiempo para hacerlo, tal vez deberías de dejarlo por la paz, aceptar que no lo vas a hacer, y no torturarnos porque lo debemos ver.

La regla del baño debería ser esta: soportamos todo lo que es producto obvio y natural de los menesteres en el baño (feo o no, no nos queda de otra, según lo aprendí en El libro de las Cochinadas), pero nos negamos a verlas peinar y platicar cosas que NUNCA debería observar/escuchar ningún ser humano. Y, por favor ¡no hablen por teléfono cuando están ocupadas en el baño! Eso sí que es una falta de respeto para uno mismo, para el pobre tonto que está del otro lado del teléfono, y para todos los demás que debemos compartir baño con ustedes. Decencia, no pedimos más.