jueves, 28 de agosto de 2014

10 cosas que odio de mi, Parte II

Continuamos con la lista :

5. Soy grosera cuando hablo por teléfono. Por más que lo intento, siempre hablo feo, grosero o golpeado al teléfono. Odio hablar por teléfono. No, más bien, odio cómo se escucha mi voz al teléfono y, por eso, me molesta hablar. Además, en el móvil siempre hay eco y termino escuchando mi voz (¡horrible!). Así que, soy grosera y cortante, aunque no sea mi intención o procure NO hacerlo.

6. No sé parar las peleas. Hay quien dice que soy adicta al pleito, otros que me engancho y no sé soltar, otro que soy  bien dramática, cruel y agresiva. Sea lo que quieran que sea, es un hecho que una vez que empecé a pelear, no puedo parar. Sigo y sigo y sigo, y escalo, más y más agresivo y violento y, por más que en mi cabeza alguien me diga que pare, no puedo, no sé cómo. Me parece ridículo decir a media pelea: bueno, ya, mejor aquí dejamos estas mamadas y tú me das un besote apasionado. No puedo. De hecho, para mí, las peleas terminan cuando uno desaparece (que casi nunca soy yo), o cuando el otro grita, pues en ese caso me pongo a llorar y se terminó todo el pleito.

De cualquier forma, me gustaría que fuera diferente. Poder pelear poquito y ya.

7. Me gusta puntuar la pendejez ajena. Yo digo que esto es súper perverso (en términos lacanianos), estar constantemente puntuándole al otro sus errores, evidenciando que están en falta y que yo, de alguna forma, estoy por encima de ellos o de la situación. Es algo bien molesto, inclusive para mí, muchas veces me gustaría simplemente cerrar la boca y sonreír, pero ¡no! la abro y corrijo a esa persona.
En este asunto, me gustaría decir algo a mi favor: sí, es castroso que haga esto, pero no entiendo por qué es mi culpa la ignorancia o mediocridad ajena, por qué debemos pasar de largo ante esto sólo para no caerles mal. 
Además, no es mi culpa que yo sí ponga atención a las cosas y ellos no, y que tenga buena memoria. Como si yo tuviera que hacerme responsable de los otros.
Sí, sí, de cualquier forma, lo que yo hago es molesto y me gustaría, de vez en cuando, no hacerlo.


Seguiré pensando el resto :)

martes, 12 de agosto de 2014

10 cosas que odio de mí. Parte I

Hoy en la mañana, por alguna razón que casual y convenientemente olvidé, pensé que hay ciertas conductas mías que odio. Esas cosas que uno hace y sabe que no debería hacerlas, que está mal, o que molestan, incluso a uno mismo. Así pues, decidí escribir 10 cosas que odio de mí, (porque cosas que odien los demás de mí, o que yo odio de los demás, tomaría el blog completo, ja ja).
  1. 1.       Kleenex en todos lados. Desde pequeña, y como toda mi familia, soy muy mocosa. No sólo cuando tengo gripa, sino en general, moqueo. Si hace frío, calor, como ciertas cosas, o pica demasiado, o me voy a acostar… lo que sea, siempre motiva que el moco salga a saludar. Por eso, uso muchos kleenex y tengo la pésima y horrible costumbre de dejarlos en todos lados, T O D O S lados: en las bolsas de los pantalones, sacos, gabardinas, abrigos, sudaderas, en cada uno de los compartimentos de mis bolsas, en el coche, el sillón, la cama, el buró, la mesa. Por más que procuro tirarlos a la basura, o por lo menos no dejarlo cual Hansel y Gretel, no puedo. Me acuesto y en el buró hay siempre uno o dos kleenex usados o a medio usar (y tengo un bote de basura ahí mismo, justo para eso), los tiro al bote y al día siguiente es lo mismo. Y pasa eso en el sillón también, que cada que me siento uso un kleenex, y según yo al levantarme los tiro en el cesto, pero cuando vuelvo a sentarme encuentro más.
    2.       Cuando me enojo o emociono, no controlo el volumen de mi voz. Este es otro de esos misterios de mí ser: el volumen de mi voz. Siempre he tenido una voz particular (por no decir medio fea), me cuesta mucho trabajo hablar en un tono que sea un tono (suelo hablar hasta desentonada) y mucho más controlar el volumen. No me doy cuenta y comienzo a hablar más y más alto, hasta que me vibran los oídos o noto que la gente me mira “raro”. Ahora puedo controlarlo un poquito más, tengo consciente que con ciertas emociones en automático subo el volumen, así que puedo preverlo un po-qui-to (que tampoco me sale bien en todas las ocasiones, o con todo el éxito que esperábamos).
    3.       Ya lo sé. ¿no les turbo molestan esas personas que todo lo saben, todo lo han hecho, todo lo han leído, todo todo todo? Sí, con cagantes, a todos nos caen gordas. Y sí, también es cierto, que yo soy de esas personas L. Quiero decir que tengo una semi-justificación al respecto: tengo muy buena memoria y pongo atención a lo que me dicen o leo/veo/aprendo. Por eso, sé muchos datos pendejos o curiosos que escapan mis áreas de estudio; recuerdo cómo llegar a muchos lados, y sé quién hizo qué, dónde y cuándo. Sí, es una semi-justificación, porque también podría simplemente cerrar la bocota y escuchar lo que los demás tienen que decir. ¡Pero no! Tengo que salir a relucir, abrir la boca y decir “uy, yo lo sé, ya lo sé, claro porque…” Para darme unas cachetadas, de verdad.
    4.       Reloj suizo en mano inglesa. Soy re puntal y me siento orgullosa de serlo. Tanto para llegar como para esperar, siempre puntual. Mis conocidos saben lo mucho que me molesta la impuntualidad en cualquier situación (una amiga súper impuntual me preguntó un día qué va a pasar si mis analizantes llegaran tarde. Obvio, le contesté que eso no me molestaba porque era parte de mi trabajo y, acá entre nos, porque su retraso tiene que ver con ellos y no conmigo; mi trabajo es estar ahí, será el analizante quien decida cómo o a qué hora está él/ella ahí). Con mi ex (el recientemente inscrito en esa categoría) era un problema serio. Él llegaba tarde y campante, como si la vida fuera hermosa, y yo montada en cólera porque tenía media hora esperándolo; después, se ponía súper agresivo porque yo estaba molesta y era una chingadera, nada importante ni que mereciera mi mal humor (no mamar), así que eso terminaba en que cada quien se fuera mentando madres a su casa. La verdad, es que yo nunca renunciaré a creer que yo tenía la razón. Es muy fácil: si uno dice una hora, es a esa hora, o a la hora que egoístamente y sin avisar a mí más me convenga. Además, como bien decía mi abuelo, es una cuestión de respeto y, si no respetan tu tiempo y compromiso, ¿qué te hace pensar que serán capaces de respetarte en otros aspectos?
    Tengo que irme, y ya se me acabaron las cosas que odio (ja, las olvidé), así que mañana seguiremos con esto.

jueves, 7 de agosto de 2014

Seguro ahorita me estás psicoanalizando

El psicoanálisis es una de esas profesiones llenas de prejuicios, todo el mundo tiene algo que decir al respecto, y son pocos los que en realidad saben algo sobre él. Por lo mismo, es muy común que la gente diga pendejadas cuando se entera que soy psicoanalista.

            Algo muy muy común de escuchar es “seguro me estás psicoanalizando ahorita”. Un día, platicaba con compañeros psicoanalistas y nos reíamos de esta situación, porque quien dice eso no tiene ni idea de qué es el psicoanálisis, y porque además creen que uno va por la vida regalando su trabajo. Sí, el psicoanálisis no es sólo un trabajo, implica muchas más cosas y tiene consecuencias en la vida diaria del psicoanalista, pero de ahí a que vayamos por la vida psicoanalizando, hay un océano.

             Expliquemos: el psicoanálisis es una profesión que implica, como bien dice su nombre, un análisis. Como cualquier análisis, implica tiempo y profundidad. Así que no, no puedes psicoanalizar a nadie a partir de una conversación tonta en una fiesta. Además, el psicoanálisis, por cuestiones de ética, sólo tiene lugar en un espacio psicoanalítico, en el que hay dos sujetos: el psicoanalista y el psicoanalizante. En este espacio y situación, uno de ellos habla y asocia y habla y dice tonterías, y asocia; y el otro, escucha, puntúa, termina, a veces interpreta, escucha, escucha. ¿En algún lugar les suena a que uno de ellos se pone como “conejillo de indias” tras un cristal mientras el otro infiere de él un montón de cosas? No. Porque así no sucede.

               Tal vez esto no debe decirse, pero no es uno el que realiza el análisis, es el propio analizante quien lo hace, quien le da peso a lo que dice o es dicho en análisis, quien elabora, quien escucha, quien repite. Es él, porque, al final, sólo él podría producir un saber o una verdad de sí mismo, de su inconsciente.

               Así que, nada de que uno los psicoanaliza, o piensa que se quieren acostar con su mamá en cada acción o actividad que realicen. Los psicoanalistas, como cualquier otro profesional, es capaz de separarse de esto cuando no está trabajando. O me van a decir que los ginecólogos andan diagnosticando vaginas en cualquier lugar donde están…


miércoles, 6 de agosto de 2014

"La abogada"

Yo que pensé que había cosas que simplemente nunca jamás de los jamases haría y dónde me veo ahora: en una de esas.
Estudié derecho y terminé la carrera, con título y cédula profesional y tesis y todas esas cosas. T O D A S. Soy licenciada en derecho, a mucha vergüenza. Y no es que me dé vergüenza sólo porque es una profesión que a mí, en lo personal, no me gusta porque no es psicoanálisis, me da vergüenza porque siempre pensé que era una profesión que dejaba de lado la ética personal y profesional, y eso nunca ha ido conmigo.
                Para escribir sobre esto, me parece que habría que hacer un par de paréntesis.
1.       Para mí la ética es muy importante. No debe responder a algo externo o imposiciones, es una cuestión de posiciones ante el mundo. Uno dice: esto sí, esto no y de ahí no se mueve. Y no se mueve porque está convencido de eso, porque esas decisiones finalmente “son uno”, interpelan, involucran, atraviesan.  Para mí, es tan sencillo como preguntarse, ante determinadas o determinables situaciones: ¿podré vivir con la decisión que tomaré? Si uno puede, entonces va en el cajón de los “sí”, si no, pues en el otro y listo. Nada tiene que ver con que sea bueno o malo, sino con poder vivir con esas decisiones, con la cabeza en alto, y sosteniéndose en ese lugar. [Me parece que de este tema, debería escribir algo desde mi lugar de psicoanalista, sí, suena interesante].
2.       En el derecho, el criterio es: mi cliente siempre tiene la razón. PUNTO. Y de ahí, a venderse cual puta.
Con eso establecido como paréntesis, decidí desde la universidad, que no litigaría, que si mi camino debía andarse en el derecho, sería en otros ámbitos, desde otras perspectivas… y sí, otra vez, primero cae un hablador que un cojo. Así que ahora, con T O D I T A la vergüenza que cabe en mi cuerpecito, trabajo en un despacho de abogados.
                Todo comenzó hace casi dos años, en septiembre de 2012, cuando el pendejo que me contrató en una empresa, decidió correrme. A esta situación, le siguió una fila enorme de tragedias y crisis: me separé, mi papá enfermó y pasó mucho tiempo en el hospital… Está bien, sólo tres tragedias, pero grandes como si fueran de Sófocles. Y así estaba yo, desempleada y con una separación inminente, teniendo que solucionar el cómo mantenerme, pagar la renta, comida, escuela, etc., cuando mi amiga queridísima me ofreció trabajar con ella de maestra de inglés. Exacto, sale la pregunta ¿maestría de inglés? Y sí, domino el idioma, ella sería mi jefa, y podría tener un buen ingreso.
                Así las cosas, comencé a dar clases y me fue bien. Me hacía feliz salir y das clases en cafesitos,  casi todos los alumnos me caían increíble y mi vida comenzaba a acomodarse de formas que me tenían satisfecha y contenta. Un día de mayo, a media mañana, se me acercaron un viejito y un joven (de mi edad, vaya, un mozuelo) para preguntarme si daba clases particulares de inglés. Yo contesté que sí, agendamos las clases y así comenzó la relación inglés/abogado.
                Al principio, el viejito me pareció una persona rara, no podía estar segura de si me tiraba la onda o no, si quería algo más, o simplemente aprender inglés, [Llevamos un año de clases y el cabrón apenas y habla, entiende muy poco, y es terco como el que más] pero lo dejé pasar, porque necesitaba el dinero y me convenía en horarios. Con el tiempo, comenzamos a platicar de mí, mis problemas legales, de él, sus hijos y cuanta pendejada apareciera por ahí.
                En marzo de este año, por cuestiones netamente económicas, tuve que tomar la decisión de conseguirme otro trabajo, porque ya no me alcanzaba con las clases. Así que, aprovechando la llamada de un exjefe, acepté un trabajo de medio tiempo como office manager (el nombre más pedorro para decir asistente, que es un eufemismo de secretaria). Cuando se lo dije al viejito, casi le da el patatús, que no era posible, que él quería que yo trabajara en el despacho con sus hijos, que entonces ya no le daría clases, que el mundo se derrumbaba y era terrible. Yo, que en estas cuestiones son una cabrona, respondí que para mí era una cuestión de dinero, lo necesitaba para pagar mi renta y gastos y que no podía hacer otra cosa, porque no tenía dinero ni para el siguiente mes; que era inminente mi partida. Obvio, a la semana siguiente me presentó a los hijos y me contrataron. Con un buen horario y un sueldo suficiente para solventar los gastos mensuales (nada de ahorro, vacaciones, libros o emergencias, pero algo es algo).
                Honestamente, lo odio. No me gusta lo que hago ni la postura de los abogados, me causa conflicto, hay días que llego a casa llorando porque soy una puta y además, malpagada. Y sí, cuando me dicen los amigos que esto me permite tener el consultorio, pagar gastos y demás, les doy la razón. Pero, ¡NO ME GUSTA! Y sin importar que esto me salve de morir, no deja de parecerme algo molesto.

                Ush, ya se me fue el hilo de la escritura. Ahora me puse a pensar justo en ese asunto de lo que gusta y no gusta, y los accesorios. Creo que dejaré esto en un: LO ODIO, NO ME GUSTA y, en cuanto tenga la posibilidad, la más mínima, correré de aquí como cucaracha de la luz.

P.D. Ni siquiera quiero mencionar la diarrea que me da cuando escucho que llaman "abogada". Para darse un tiro.

lunes, 4 de agosto de 2014

Parar el goce

El goce, en términos lacanianos, y de forma muy resumida, es ese “algo” que te lleva a la muerte, que no es posible poner en palabras, que escapa de todo intento, que sólo puede bordearse, que está ahí, y uno lo “sabe” (un saber no racional, tal vez más algo como intuición, o sexto sentido) pero nada más.

El goce es ese sufrir y disfrutar el sufrimiento, y es algo de lo que nadie escapa. Obvio, en diferentes grados, intensidades y con diferentes consecuencias. Para Lacan, lo único es verdaderamente propio, único y específico de cada sujeto, es su forma de gozar, y propone que el fin de análisis será la posibilidad de hacer signo con ese goce (signo, como eso que deja huella, que es y no necesita más explicación o significante).

Para todos los que no hemos tenido un fin de análisis (es decir, casi todos los mortales), lidiar con el goce se vuelve algo arrobador. Están los casos de los adictos, los que están en situaciones de peligro constante y no lo dejan; pero también estamos los que, dentro de una vida “normal y segura”, nos enfrentamos a él y, en ocasiones, nos vemos arrastrados por él, como un tsunami y del que es imposible escapar.

Platicaba en alguna ocasión con mis amigas, que ahora con los teléfonos inteligentes, el acoso (stalking) era algo más cómodo, cercano y fácil de hacer. No es que antes no fuéramos acosadoras/es (si es que alguna vez lo fuimos), sólo que ahora puede hacerse en la comodidad de cualquier lugar y está, literal, al alcance de la mano. Ya no hace falta pararse afuera de casa del muchacho para acosarlo, puedes hacerlo mientras tomas café con las amigas o sales con otro chico, con sólo revisar Whatsapp, Twitter, Facebook. No hace falta hacer desplantes y pasar vergüenzas en la calle, ahora puedes revisarlo y gritar desde tu cama, en pijama y con el rímel corrido, sin que alguien se entere.

El problema es que es una adicción, como no requiere un esfuerzo extra, el límite se desdibuja, y parar es aún más difícil. ¿Cómo diablos parar cuando es tan fácil? Es decirte: “sólo voy a platicar con mi amiga, de paso veré cuándo fue la última vez que se conectó, pero nada más”… Nada más… ojalá. Es una adicción que no para y aumenta. Si él escribe alguna tontería, y ves que alguien (mujer, en este caso) contesta, revisar el perfil de ella, la buscas en google, comienzas a ver si es posible que sea una de las golfas con las que te puso el cuerno (porque al terminar una relación, yo siempre pienso que me pusieron el cuerno, no importa si fue o no cierto… ahora que lo pienso, es otra forma de goce: me torturo pensando que había otra que él, en toda su soberana pendejez, pensaba que podía equipararse a mí en algún sentido) o si será la siguiente mujer  en su corazón. Y así, de una a otra mujer, aunque sepas que es la prima, o la esposa del amigo, o que le dan asco las gordas: no importa, cada mujer cerca de él (electrónicamente) es una amenaza o evidencia de tu pasada pendejez.

Y luego están los twitts… O B V I O te lees en todos, juras que cada cosa que escribe tiene que ver contigo, es un llamado a ti. Si está triste, es porque tú ya no estás; si le va mal, es porque está pagando lo que te hizo; si escribe de deportes, es porque necesita distraerse de lo mucho que le duele tu ausencia, pero al final lo que está tratando de decir es que le haces falta. Y, claro, si no escribe, es porque está llorando en su cama, hecho bolita, abrazando tu almohada, a la que le puso tu perfume para que el dolor sea aún mayor.

Vamos, podría echarme párrafos y párrafos describiendo esas actitudes gozosas y vergonzosas (¿tendrá que ver una palabra con la otra? Se ven muy parecidas…), pero ese no es del todo el punto de este post. Yo, cuando comienzo a revisar algo “de él”, me digo en voz alta o en la cabeza, que estoy mal, que tengo que parar, y no lo hago, siempre hay una excusa: es la última vez, sólo tantito, nada más porque quiero verlo sufrir, sólo la puntita. Pero la realidad es que hay algo que se disfruta en ese sufrir, que se “goza”, y lo hace casi imposible de dejar. Hasta que uno se ve contra la espada y la pared y se da cuenta de que debe tomar una decisión, no en función de él, su sufrimiento o lo que haga/no haga; sino una decisión en función de una misma, de la paz que necesitas, de la necesidad de hacer el duelo y cerrar, de dejar que el tiempo comience a correr y las heridas dejen de sangrar y puedan sanar. Hay un momento en que uno DECIDE ponerle un alto al goce. Y el chiste está justo ahí, hay que decidirlo, no sé da por sí solo, no es que uno se canse. No. Hay que agarrarse los dos huevos y más allá, respirar profundo y decir: BASTA. Aunque sea sólo esta vez, una vez, ahora, basta. No voy a revisar el whatsapp, no voy a buscarlo, no voy a llamar. Sólo en esta ocasión, porque soy yo quien pone el límite, soy yo quien decide si quiero gozar o cerrar.


Y así comienza el proceso, lo bloqueas en skype, en whatsapp, lo borras de la agenda del celular… poco a poco lo vas quitando de tu vida, vas alejando las actividades que te lastiman, permites que ciertos detalles se olviden (¿a qué olía?). Un paso a la vez, una exhalación, y dejas que cierre. Porque no, vivir atada a la necesidad de saberte indispensable en su vida, no es la forma en que quieres vivir.