miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ventanas o puertas abiertas

No sé si sea generalizado, pero a mí me gusta mirar a través del resquicio de una ventana o puerta abierta, no es por metiche, es una curiosidad extraña, siento que mirar así te permite conocer algo que de otra forma no conocerías, porque no es una invitación a entrar, es una abertura que permite ver. Algo así como vislumbrar la belleza de una persona, justo cuando no sabe que es mirada (porque todos cambiamos cuando sabemos que alguien nos mira, o podría mirarnos). 

Me gusta asomarme y percibir lo que hay, sobre todo lo que está desordenado, lo que falta, lo que no debería estar ahí; eso dice mucho más de esa casa/lugar, que lo que sí tiene. A veces, inclusive hay gente ahí, ocupada, ignorando que su puerta o ventana están abiertas, que alguien puede mirarlos. Como si todo lo de adentro estuviese absorto en ser y no hubiese nadie más.

Algunos días a la semana voy a una colonia llamada San Pedro de los Pinos, me bajo en la estación del metro con ese nombre y camino un par de cuadras para ir a supervisión o tomar seminarios. Como es lógico, en esas calles hay muchas casas con ventanas que dan a calle, y muchas de ellas tienen las cortinas corridas o están abiertas; pero de todas esas, yo estoy enamorada de una sola. Está en la segunda cuadra, del lado derecho de la calle (en el sentido en que la camino), no suele estar abierta, pero no cierran las cortinas, así que, si la luz está prendida, puedo ver lo que hay adentro:

Es un estudio no muy grande, con una mesa de madera y dos libreros que ocupan completamente dos de las paredes del cuarto, están llenos de libros y revistas, todos perfectamente acomodados. Algunos se ven viejos, otros no tanto y pocos más bien nuevos. No alcanzo a distinguir de qué tratan, si son teóricos o pura literatura, pero me gusta verlos. Cuando camino frente a esa ventana, me detengo sólo unos segundos, trato de absorber todo lo que veo en un parpadeo y sonrío, me emociona ver ese cuarto, curiosamente, no puedo hacer una historia sobre él, no me atrevo a darle un borde o consistencia. Me emociona que sea sólo lo que es, sin interpretación alguna... en ocasiones, espero que algo suceda, que el estudio "haga algo" que la muestre, su esencia, como si estuviera vivo. Al mismo tiempo, deseo que no suceda aún, que me permita disfrutarlo así, como está, con esos vacíos y sin respuestas. Que me permita pensar que ahí dentro se esconde no sólo algo maravillo e interesante, sino algo que también podría pertenecerme.


viernes, 5 de diciembre de 2014

Volver, con la frente marchita

Me encanta esa canción, Volver, es triste y melancólica, pero me gusta. Me gustaba mucho porque la asociaba a él, porque pensaba que algún día habría que volver... no sé a dónde, ni siquiera sé quién, pero sabía que eso volvería.

Freud y Lacan, plantearon que el tiempo de lo inconsciente, el tiempo en el que suceden las cosas en lo inconsciente, no es un tiempo cronológico, sino lógico. Es decir, que nada tiene que ver con el momento en el que, según el reloj, suceden las cosas; tiene que ver con un tiempo que se mide con otra medida, que sigue una lógica que no responde a razón alguna. Por ejemplo, cuando una mujer le dice a su pareja "tiene mucho que no me dices que me amas", y él contesta que lo hizo esa mañana, recién. Pero eso es mucho tiempo para ella, porque, lógicamente, es mucho tiempo, han sucedido cosas que hacen que lo viva como mucho tiempo. De la misma forma, hay sucesos que se viven como si fuera ayer y en realidad han pasado muchos años.

Así funciona, no es una cuestión cronológica, no responde a un orden predeterminado.

Yo lo descubrí esta semana. El tiempo funciona muy extraño. Pasé diez años extrañándolo, pensando en él, con un vacío que dolía mucho y no se iba. Finalmente, en diciembre se fue ese dolor y pude acomodarlo en su lugar, dejarlo descansar y permitir que me acompañara de una forma diferente. No es que lo olvidara, eso ni siquiera es pensable, es que se acomodó diferente. Casi un año después de inaugurar su lugar, nos volvimos a encontrar...

Le escribí un mail para preguntar si podía compartir sus tesis con mis compañeros de estudio, él contestó que sí, pasaron unos cuantos correos raros, como de reconocimiento, con cautela, desconcierto, miedo y, de repente, casi sin darme cuenta, estaba otra vez con mi amigo, escribéndome con él, compartiendo, sintiendo cariño y apapacho. Nos volvimos a encontrar no porque establecimos contacto o una relación, otra vez; no, nos exactamente así, nos pudimos re-encontrar porque ahora fue desde este otro lugar, porque estos años habíamos estado perdidos (por lo menos en mí así era), todos los intentos de acercarme habían sido fallidos porque eran mensajes erróneos, de lugares equivocados, confusos.

Han pasado diez años, no nos hemos visto (físicamente) en más de ocho años, pero eso sigue aquí, el cariño, el interés, lo bonito de la relación, ése amigo que tanto anhelé y extrañé está aquí, otra vez; y parece que el tiempo no pasó, que fueron sólo unos días de distancia... y al mismo tiempo, un universo ha pasado, porque él no es el mismo, yo tampoco... muchas cosas han cambiado, otras han desaparecido. Sé que el espacio y el tiempo que pasaron eran necesarios, lo sé porque se siente acertado, sin dudas.

Y aún con todo esto, el tiempo, el espacio, el duelo, la despedida, nos encontramos otra vez, y me hace sonreír, porque este "nuevo" lugar que tiene no sólo es el suyo, sino que además se siente bonito. 

martes, 25 de noviembre de 2014

Negociar en una relación

Honestamente, poner en una oración negociar y amor, me da un poco de malestar, ¿qué es eso de negociar en el amor? En serio, ¿qué chingados es eso? Sí hay algo de eso que entiendo, que uno debe llegar a acuerdos, ceder ciertas cosas para hacer posible la convivencia... y demás, pero de ahí a negociar, siento que hay un abismo.

Porque, como yo entiendo negociar, implica que se hará un acuerdo en el que una parte dará algo a cambio de otra cosa (ejem, sí, esto suena a ceder cosas, ups) y esto, la verdad, me parece ridículo en una relación. ¿Cómo se supone que voy a dejar algo que hago o quiero para que tú seas feliz y, a cambio, me darás otra cosa? ¿Cómo?

Por ejemplo: 
X: No me gusta que fumes en la cama, ¿por qué no lo negociamos?
Y: Bueno, ¿qué ofreces a cambio de que no fume en la cama? Y que sea algo chido, porque sabes que disfruto mucho fumar en la cama antes de dormir.
X: Te ofrezco lavar los platos los fines de semana. Sé que hacer eso te cansa.

¿Neto? ¿De verdad? ¿Soy yo o es COMPLETAMENTE ridículo? Vamos, al principio suena a una excelente idea de negocios, pides y ofreces algo para que te den lo que pides, y siempre tienes algo que intercambiar, porque sabes que a la otra persona le molestan ciertas actitudes tuyas, o situaciones. Hay mucho de dónde sacar y podría ser una mina de oro para obtener TODO lo que siempre deseaste en una relación... hasta que te das cuenta de que algo no marcha del todo bien, porque una relación implica tolerancia y respeto, aceptar al otro como es y con TODAS sus mañas y cosas raras. Una relación de pareja, que implica amor, no es un intercambio comercial, en donde le pides al otro que deje de dar o de hacer o de ser. NO. Es un espacio donde deberías sentirte seguro, aceptado, bien recibido, porque ése eres tú, porque éso es lo que hace de una casa un hogar.

De verdad que no me cuadra, no me cuadra, me hace sentir que más bien te vas desdibujando, poco a poco, acuerdo tras acuerdo, y que terminarás por ser sólo el bote de complacencias fallidas (porque, obvio, esas complacencias son siempre fallidas) del otro. Y, ¿qué chiste tiene entonces construir una vida con alguien, si implica que tú salgas de ella?


viernes, 14 de noviembre de 2014

Pick-up lines

Hay gente que utiliza esas pick-up lines, esas frases o expresiones ensayadas o heredadas que "garantizan" que la chica (o chico) a quien las dirigen, tengan éxito y ella (él) caiga rendida(o) como cucaracha con insecticida.

Yo no las he utilizado, desgraciadamente mi boca siempre escupe frases filosas, irónicas, sarcásticas, y poco aceptadas por la sociedad en dichas ocasiones (o en casi cualquiera, lo sé), y no estoy segura de que alguien las haya utilizado en mí alguna vez. Afortunadamente, ayer viví algo maravilloso que dio pie a pensar en el nuevo universo de las pick-up lines.

Estaba yo en la fila de Starbucks, con la mejor intención de comprar un café que me permitiese despertar y pasar la mañana sin asesinar a alguien; llegué a la caja, hice mi pedido, caminé unos pasos, regresé por un cenicero y, de pronto, lo vi: un condón tirado. Sí, así como lo leen, había un cordón tirado en el piso, junto a las cajas. No pude más que pensar las opciones por las que eso estaría ahí:
  • Un chico sacó de su cartera el dinero para pagar el café, y el condón se salió de ella;
  • Un chico traía en la bolsa del pantalón, junto a la cartera, un condón, y al sacar una, no pudo evitar que el otro también saliera;
  • Una chica sacó la cartera, y entre el mar de tonterías que traía en la bolsa, salió el condón;
  • El chico dejó caer, sigilosamente, el condón, con la esperanza de que una bella chica lo recogiera, se acercara a él, y se lo regresara.
Sí, ya sé, mi mente es una fantasía romántico-grotesca de lo peor. Pero esa última opción es la mejor de las mejores. La idea de usarlo como pick-up line me parece metachingona, más allá de lo que cualquier donjuán pudiese imaginar. Pude divisar la escena en mi cabeza:
[Un muchacho espera a que le tomen la orden en un café, llega a la caja, ordena, saca la cartera, y sigilosamente desliza un condón por su pantalón. El condón cae, en silencio, en el piso. El muchacho avanza para recoger su café. Unos segundos después, una chica joven, bella y sencilla, ve el condón, lo levanta, y se acerca al muchacho]
Ella: Hola
Él: (voltea sensualmente) Hola
Ella: Se te cayó esto (le muestra el condón, y le dirige una mirada de coquetería inocente).
Él: Gracias (sonríe y le muestra una dentadura perfecta, en una sonrisa arrobadora). No me di cuenta, qué vergüenza.
Ella: Para nada, a todos nos podría pasar... Además, habla bien de ti que te cuides y vayas preparado en cualquier circunstancia, uno nunca sabe dónde o cuándo podría necesitarse.
Él: Tienes toda la razón, no lo había pensado así (su sonrisa se convierte en el Nirvana, ella suelta un pequeño suspiro).
[Él le ofrece el brazo, ella engarza ahí el suyo, y se van juntos a usar el condón.

JA JA JA
Qué vergüenza de imaginación la mía. Más allá de lo malo que está mi diálogo, creo que la idea de usarlo para ligar es maravillosa, y más cuando se lo cuenten a los amigos:
Ella: Nos conocimos en un café, a él se le cayó un condón del bolsillo, yo lo recogí y se lo regresé...

A ver, ¿quién no quisiera contarle esa historia a los nietos?


viernes, 7 de noviembre de 2014

No sé qué quiero "mientras"

Estoy hasta el pito de mi situación de mientras. Hasta el tope y rebasando.

No sé por qué (¿Por qué, Freud? ¡¿POR QUÉ?!) es tan difícil para mí esta situación. Sabemos que soy psicoanalista y que no existe nada en mi vida que busque o desee más que eso, vamos, que está por encima de todo lo que puede ser puesto por debajo (ja). No sólo no es negociable, sino que además estoy dispuesta a todo ( T O D O) con tal de conseguirlo... espera, ¿acabo de escribir "todo"? Conque sí, eh. Hagamos "como que" eso fue un lapsus y hablemos de eso (me encanta hablar como psicoanalista, je je, me imagino con barba, bigote, puro... sí, me veo como hombre, porque yo cuando imagino al psicoanalista perfecto, siempre veo a Freud).

Entonces, decía yo que estoy dispuesta a todo, con tal de poder ser y vivir de ser psicoanalista (vivir, económicamente, vaya). Si lo tomamos como una afirmación absoluta, eso implica que "mientras", tendré que trabajar en algo más, hacer otra cosa, que me dé un ingreso suficiente que me permita  pagar mis gastos. Evidentemente, sabemos que esa es la situación, yo trabajo medio tiempo en un despacho de abogados, y con ese dinero que gano ahí (que gano con sudor, lágrimas, sufrimiento y mares de tolerancia que parecen infinitos) pago mis necesidades básicas. 

Pero, seamos honestos, parece que decir todo implica otras cosas más allá de sólo tener ese trabajo, que todos sabemos, es horrible, Pienso yo, en este "hablemos de eso", que decir todo implica aguantar lo que sea que pase aquí, sin salir corriendo, porque es un medio para un fin, y el fin es bien importante. Mi gran gran problema aquí es saber si ese aguantar quiere decir: hacerlo con una sonrisa en la boca y sin darle el peso que tiene realmente, es decir, que son abusos, chingaderas, y que no me gusta. O, por el contrario, si es darle el peso que tiene, y aún así quedarme aquí, a sabiendas de lo que pasa y de por qué lo soporto. 

Ahora, si este aguantar lo que sea, no es sinónimo de masoquismo a lo pendejo, también implicaría que entre todas esas opciones feas que tengo, puedo escoger. Primero determino cuánto dinero necesito (listo) y después busco opciones que puedan proveerme ese dinero (listo... a medias). 

La tristeza que me embarga, es que en realidad ninguna de las opciones me gusta, ninguna suena interesante o satisfactoria, todas implican sacrificio y molestias y, por encima de todo todo todo, NO ES PSICOANÁLISIS.

La verdad, si quiero dejar de darle vueltas, es que no es que no sepa qué quiero mientras, es que quiero NADA, quiero sólo psicoanálisis, y cualquier otra cosa que no sea eso, no lo quiero. Y, si me veo en la terrible necesidad de hacerlo, lo veo como un sacrificio, padecer y generador de quejas e insatisfacciones infinitas. Porque no lo quier hacer, porque me niego a vivir diario algo que no quiero y verlo como bonito sólo porque eso se espera de mí.

martes, 21 de octubre de 2014

Cuando George Clooney se casó

¿Recuerdan que George Clooney era el famoso que había escapado del matrimonio con estilo y dignidad? Que pasaban los años y él simplemente no se comprometía o casaba... que fungía como un faro de esperanza, un estandarte para todos los que no queremos casarnos y creemos que no cae antes un hablador que un cojo  y que mientras él estuviera soltero, los demás podríamos soportarlo. Porque, seamos honestos, si un hombre como él (es decir, como él que es la carcasa de todas las fantasías que yo deposito ahí, porque no tengo idea de cómo es él) no necesita una mujer, yo tampoco (la lógica es que yo soy igual que él, una gran mujer, el partido que todo hombre quiere... esas cosas) necesito un hombre que sea mi marido.

Ahora, que él se ha casado, en mi cabeza parece que quitaron el letrero de: no necesitamos casarnos, lo aventaron al barranco y alguien dijo: a la chingada, si él se casó, no vale la pena seguir con la mascarada, aceptémoslo ¡queremos un anillo de compromiso! [Demonios, ¿alguien más notó que no quiero casarme, sino el anillo, que alguien me diga que quiere estar conmigo toda su vida, y que lo diga con un diamante?] 

Ja, me siento como en las batallas antiguas, una vez que han matado al rey o al general, ya no vale la pena seguir peleando, la batalla se ha perdido. Y los guerreros o soldados que aún siguen vivos, puedes dar la vuelta y dejar de pelear.

O, tal vez, lo único que hace falta es encontrar algún otro estandarte que quiera sostener estos argumentos flácidos de que el matrimonio no es indispensable...

P.D. Genuinamente, no me interesa casarme, la fiesta, el reconocimiento social, decir que "él es mi marido", eso no me interesa. Lo que quiero, es alguien con quien hacer una vida, convivir, crecer, compartir... tal vez hasta vivir juntos. Pero, todos sabemos (¿?) es diferente una cosa que otra.

lunes, 20 de octubre de 2014

Es esto, porque me funciona.

Tengo un amigo "nuevo", es decir, recientemente entablamos amistad. Es el hermano de mi amiga más cercana y, por lo mismo, he pasado tiempo con él. En ese tiempo, he descubierto que es un gran hombre, lo cual me lleva (¿a todos?) a crear una lista de cosas o situaciones que "un hombre como él debería tener". En el caso a platicar hoy, es su noviazgo.

El chico (28 años), lleva 3 años de novio con una chica (27) y, para ser absolutamente honesta, si se vieran menos enamorados, podría jurar que llevan varios años de casados con muchos hijos (esa relación ya de hastío y cansancio, donde la otra persona se convierte en el recordatorio de todo lo que no hiciste o pudiste lograr, sacrificaste, perdiste, etc.). La chica terminó la licenciatura y lleva tres años haciendo la tesis (no quiero ni pensar de qué tamaño será la tesis, si le toma tres años de tiempo completo), no trabaja ni parece tener grandes planes a futuro. El muchacho, terminó la carrera en tiempo y forma, tiene un buen trabajo y está desarrollando un proyecto muy interesante y grande, que van (ya explicaré el plural) a hacer en la península de Yucatán, y para el cual se muda en enero.

El plural, van, quiere decir que él, la novia y la familia de la novia (ja, suena a película gringa).

Demonios, creo que ya perdí el hilo de mi escritura. El asunto era, sí, que él lleva tres años con una chica con la que tiene un plan de trabajo a largo plazo, y que no se ve ni remotamente enamorado de ella (lo peor, ella de él tampoco). La familia de él, y la amiga de la hermana (yo) estamos un poco preocupados por esta situación (preocupados aquí significa: somos unos metiches que creemos que hay espacio para nuestra opinión, en una relación que no es nuestra), porque creemos que él debería estar con una mujer que lo hiciera (se hicieran) absolutamente felices, que se vieran enamorados, estuvieran enculados, no pudieran dejar de coger y se sonrieran el uno al otro cuando se mirasen. Porque hay cosas que se sienten y parece que "están mal", que él prefiera acariciar o apapachar a una mujer que no es la suya, con la suya al lado, que pase los fines de semana con otras personas, que tenga sus "amantes" (algo así, aunque no nos conste que sea con esas palabras, pero vamos, esto se ve a leguas), no suena a una relación feliz. Y uno, que es metiche, muere porque él se dé cuenta de esto y la deje para ir en busca de quien sí llene todas nuestras (las de los metiches) expectativas.

El sábado, en un arranque de imprudencia de mi parte, se lo dije, que debería estar con una chica que lo tuviera enamorado, enculado, que lo hiciera sonreír de formas pendejas y absurdas... y él contestó que estaba en esa relación porque le funcionaba, su relación pasada terminó en tragedia y él estaba más que enamorado y comprometido, y por eso había decidido buscar una relación que no lo hiciera perder la cabeza y que resultara sencilla. La relación que tenía actualmente era así, funcional. Un rato después me preguntó si yo tenía una relación sana y feliz, y entonces sí me dejó pensando, porque en realidad yo tampoco la tengo (no bajo los cánones de "sano siempre y feliz siempre"), mi relación a veces parece montaña rusa. PERO, estoy en ella porque me funciona, porque obtengo algo de ella. Igual que él.

Oh, la ironía. Ahí estaba yo juzgando a alguien porque creo que merece una súper mujer, y dejé de lado que esta es la súper mujer porque le da lo que él necesita/quiere/busca/desea en este momento; que no es víctima de la situación y que nada de lo que sucede lo somete más de lo que él lo permite. Sí, sí, estoy de acuerdo, cuando uno "sabe" que existe el inconsciente, la pulsión de muerte y el goce, no puedes pasar por alto que tal vez lo que él obtiene no sea lo que desea, sino una forma de gozar (léase sufrir, masoquismo). De todas formas, y es justo a donde quiero llegar con esto, me parece admirable que tenga los huevos y el temple de afirmar que está ahí porque lo decidió y que sea capaz de sostenerse en ese lugar, con todo y las consecuencias que esta decisión traiga consigo.

Así que yo, con mi pedantería de metiche-amiga, me he quedado sin palabras. Tal vez, quepa una disculpa por haber opinado y juzgado donde no me corresponde... Pero es que es tan difícil separar lo que deseas para quien quieres, de lo que ellos escogen para sí.

lunes, 6 de octubre de 2014

Parejas infelices

Ayer caí en cuenta de que tener una relación de pareja satisfactoria es, en realidad, un caso excepcional y no, ni remotamente, una regla.

Con mi poca experiencia, me atrevo a decir que uno valora una relación de forma diferente, según la edad. En la juventud, lo más importante es el sexo y la atracción física; después, la capacidad económica, reproductiva y presumible (es decir, que puedas presumir a tu pareja); a los cuarentas o cincuentas, entre el miedo a estar solo y la fantasía de encontrar algo mejor (aunque no tengas idea de qué podría ser mejor, o mejor “en qué”), a veces te separas, otras te resignas, pero siempre con duda y un dejo de angustia; finalmente, pasados los sesenta, las parejas tienden a dejar fluir la mierda y lo bueno, porque no vale la pena pelear por cambios que no han sucedido ni sucederán, y el miedo a una vejez en soledad es más grande que cualquier infelicidad.

No sé por qué, exactamente, pero cuando veo parejas que llevan más de 10 años juntos, siempre percibo que hay más contención que amor y felicidad, que parece una carrera de resistencia y no un equipo que crece y comparte. Las quejas no se hacen esperar, comentarios que muestran poco respeto o admiración hacia la pareja salen de formas discretas o descaradas, en los peores casos, les resulta imposible no expresar el odio y la incompatibilidad que hay entre ellos, y las consecuencias de infelicidad, amargura y poco placer.

Yo no he estado más de 10 años con alguien, ni siquiera con mis amigos he mantenido una relación más longeva, pero no dejo  de fantasear con que podré hacer una vida con mi pareja, y encontrar la manera de ser feliz y mantener siempre (tal vez no todo el día, pero sí todos los días) el respeto, las risas, el placer y el apoyo.

Desconozco cuáles son los factores que influyen y hacen que la relación termine en fracaso, ¿será la edad en que uno se enamora? ¿la falta de conocimiento y aceptación de uno mismo? ¿una ignorancia sobre lo que se quiere a futuro? ¿cambios de planes que resultan incompatibles a los anteriores y, por ende, con la pareja actual?

No lo sé, verdaderamente no lo sé, y no deja de darme un poco de miedo. Pero, de todas formas, me parece más triste ver y escuchar que alguien está en una relación en la que no quiere estar, con alguien a quien ya no ama, que no se siente satisfecho o ilusionado por lo que queda por construir y vivir. Peor aún, me resulta la gente que decide quedarse con esa persona “para siempre”, sólo porque no quiere morir solo, envejecer y degradarse sin que algún pobre tonto se trague toda esa mierda y aguante sólo porque están casados. Porque, vamos, seamos honestos, quedarte con alguien a quien no amas o respetas, sólo para que te limpien la cola cuando estés viejo, es una chingadera, sin importar cuánto dinero puedas aportar para “ganártelo”.


Mmm, creo que me estoy desviando del tema, o es más complejo de lo que pensé. Es triste ver que muchas relaciones y parejas, después de veinte años de estar juntos, aceptan que no son felices y no hay más por hacer para que eso cambie, que sólo queda separarse. Ni los hijos ni los planes ni la casa ni nada pudo paliar esa diferencia, aminorarla… tal vez se escondió o negó un tiempo, pero no más. Y, lo curioso, es que no es lo mismo “comenzar” otra vez a los 20 o 30, que a los 50…

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Uf, lo cotidiano.

No sé a ustedes, pero a mí, lo cotidiano, lo que hay que hacer día a día, a veces me resulta complejísimo y complicadísimo. No me refiero a hacer lo que uno hace diariamente, todas las cosas, sino algunas.

Por ejemplo, a mí, escoger dónde comer, los días que no como en casa, me resulta una T O R T U R A. Siempre pienso que quiero otra cosa, pero no sé cuál y debo descubrirlo, porque (lo sé), la opción que escoja no va a ser la mejor. Casi siempre me queda un dejo de nostalgia, después de comer, por esas otras opciones que tenía (¿?) y no elegí. A veces, esta situación me produce tanta frustración, la incapacidad de decidir, que puedo terminar en un mar de lágrimas o, si ya me enojé, sin comer. Y, lo peor de todo, es que una vocecita en mi cabeza, mientras sufro elegir, me grita: "¿Pero por qué tanto pinche drama? ¡Es sólo UNA comida, no es para tanto! Escoge un lugar que te guste y ya, mañana podrás ir a otro y así. No es para tanto". Obvio, para esa vocecita, no es para tanto, pero a mí, se me puede ir la vida en ello.

Escuché en una clase de psicoanálisis, que ése es el típico comportamiento del obsesivo, no tomar una decisión, no dar el paso, quedarse en el "drama", inventando vericuetos para evitar el camino recto, preferir rodear y hacerse pendejo antes de poder tomar una decisión. La maestra dijo "ustedes pongan a dos neuróticos obsesivos a escoger si van al cine o a cenar, y verán que no harán nada", y claro, toda la clase reía, mientras yo pensaba que no causaba risa, que es una situación bien frustrante y compleja. Porque no es que uno "no quiera", que no se le dé la gana, es que uno NO puede escoger, va más allá de toda voluntad. No se puede. Porque, claro, ahí se juegan más cosas que sólo una comida.

Como esto, hay mil cuestiones. Me pasó con la bicicleta, yo moría por andar en bici, ahorré y fui a comprarme una, escogí una bien bonita y de regreso a casa, en el metro, con la bici, no paraba de llorar porque me daba miedo. La amiga con la que iba me dijo que no era para tanto, que no tenía por qué usarla, que el simple hecho de haberla comprado ya era un avance enorme y debía vivirlo como una victoria, no como un nuevo reto o una traba infranqueable. Sí, yo lo entiendo, pero me sobrepasa. Otra vez, no es que yo no quiera dejar de hacer drama por algo tan ridículo como andar en bici (sí, ya dirán ustedes que de dónde la necedad de usar la bici, si me causa tantos conflictos. Más fácil usar el bus y ya), es que no puedo. 

Alguna ocasión, en análisis, me di cuenta que esa angustia que me producen esas situaciones, eran justo aquéllas en la que mi Deseo estaba en juego. Que ante el deseo lo único que yo podía hacer (yo no, mi inconsciente) era angustiarme y querer huir. Y claro, eso está bien cuando hablamos de cosas cabronas, como ser psicoanalista contra todos y todo, con trabas e imposibilidades económicas, sin apoyo... bla bla bla. Pero que el deseo se juege en usar o no la bici, comer o no algo rico... suena un poco ridículo.

Ahora, después de mucho análisis y huevos (porque vaya que hacen falta huevos para no salir corriendo ante la angustia), he aprendido a delimitar la angustia, a darle un rodeo cuando no puedo atravesarla, pero no a quedarme atrás. También, he podido distinguir esas batallas que no valen la pena ser peleadas (si de plano no puedo escoger qué comer, lo más barato y a la chingada, total, ni me va a hacer feliz, así que mejor gastar poco... o simplemente no comer y ya, que no me voy a morir por eso). Hay ocasiones en que sí he podido atravesar la angustia, una de ellas fue la bicicleta, de tanto intentarlo y llorar (qué ridícula debía de verme en la calle, con la bicicleta al lado, a moco tendido porque no puedo subirme en ella y rodar), un día lo disfruté... y no hubo forma de bajarme. Ahora la utilizo para desplazarme a casi cualquier destino y me encanta. Porque, ahí está el secreto: lo que hay del otro lado de la angustia es justamente el deseo. Y, si uno es capaz de franquearla, lo que sigue se disfruta (nótese que la parte compleja es "ser capaz").

Tal vez rodearla no sea exactamente una victoria, pues la angustia sigue, de alguna forma, acechándome, pero tengo la tranquilidad de saber que, mientras esté detrás y no delante, puedo lidiar con eso. Además, he aprendido a disfrutar esas actividades que me permiten rodearla. Soy muy organizada (sí sí, al borde de lo patológico, pero me funciona) y eso me gusta. Disfruto planear mis actividades, listas de pendientes, organizar documentos por orden e importancia, alfabetizar y catalogar mis libros... Todas esas actividades que parecen alejarme del objetivo son, en realidad, los pequeños pasos que me acercan, poco a poco, a mi destino.

Porque, en esto sí es cierto que el jardín es más verde del otro lado de la barda.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Estado: perdida.

Hace unos meses tomé un seminario sobre el AMOR, desde la perspectiva psicoanalítica. La verdad, es la segunda vez que tomo este seminario y no, en realidad no se trata del amor sino de la postura de los sujetos ante la sexualidad (posición masculina o femenina, tener o ser el falo…) y de cómo esta postura define también su manera de amar. Fue un seminario intenso, leí mucho y traté de producir algo de toda esta teoría, sumada a mi experiencia (tanto sobre la teoría, como sobre el amor) y en esa producción, me di cuenta de que no sé cómo se siente ser amado.

Sí, amerita una explicación más detallada. Sé amar, eso sin duda; lo siento en mi cuerpo, en mi sonrisa, en mi pensamiento, me da una sensación de tranquilidad, paz, certeza (y no sólo amar a una pareja, sino a los amigos, familia y demás). Cuando amo, siento que quiero estar con esa persona, platicarle cosas que he hecho o me han pasado, escucharlos, construir historias y recuerdos juntos. Después de estar con ellos, me llevo una sensación de “calorsito”, siento que me voy con más de lo que tenía o sentía al llegar, que ellos y la conviviencia con ellos hizo crecer algo, además del amor que sentía ya por ellos. Esto es lo que yo entiendo de esa cita de El Principito, de que el amor es lo único que crece cuando se reparte (o algo así, no la tengo de memoria ahora). Sé a quiénes he amado y puedo decir por qué, aunque sea un poco vago, pero puedo ponerlo en palabras y sentimientos, emociones, sensaciones, sonrisas. Lo sé, con certeza absoluta, y no hay nada que me haga dudarlo (así, también, puedo distinguir entre lo que ha sido amor y lo que no. Si pienso por qué los amaba y sólo puedo contestar “no lo sé, sé que era amor pero…”, eso significa que no era amor, en el amor no hay duda). Inclusive cuando se refiere a personas que ya no están en mi vida, los recuerdo y puedo sentir vestigios de ese amor.

Desgraciadamente, hace unos meses me vi en una situación de crisis porque no había armonía entre lo que sentía y pensaba sobre el amor que él siente por mí. Sabía que me amaba, él lo decía y se escuchaba “genuino”, su mirada decía lo mismo, algunas acciones suyas lo demostraban (detalles, caricias), pero yo no lo entendía bien, y tampoco sentía ese calorsito o certeza. Y me di cuenta de que no sé cómo se siente ser amado, no cómo el otro lo demuestra y expresa, sino cómo se siente en mí, cómo YO SIENTO EN MI ESE AMOR, siento el amor que ellos producen en mí, pero ese amor que debería acompañar a esas frases de “te amo” “te quiero mucho” en mí, eso no lo siento. Ya no sé si es porque no sé hacerlo, es decir, sentirlo, identificarlo, o porque no existe, porque el amor es una ficción que uno crea a partir de lo que sientes y la armonía o sintonía que esto tiene en las acciones y palabras del otro.

Este fin de semana, me quedó un poco más claro. Es muy difícil sentir el amor que alguien profesa por mí, cuando no lo entiendo, cuando pienso que esa persona no considera que yo “valgo la pena” (se escucha horrible, pero no sé cómo expresarlo, tal vez es más adecuado escribir que consideran que yo tengo cualidades suficientes o determinadas para ser meritoria de su amor), que me ama porque tiene miedo de buscar a alguien más para amar, o porque no hay nadie, o porque tal vez no haya nadie más, que me ama porque me gusta y eso lo hace sentir bien sobre sí mismo… pero, ¿y yo? ¿dónde quedo yo aquí? No me siento amada por quien soy, por lo que hago… carajo, ni siquiera sé dónde quedo después de esto. Me siento total y completamente perdida, siento apretado y ganas de llorar cuando lo pienso, no siento calorsito, no siento certeza, no sé ni dónde estoy ni si quiero seguir ”aquí”. Es más, ni siquiera sé si lo que siento yo es amor, por él, porque no entiendo qué pasa, porque no siento que esté bien (no en cuestión de bueno o malo como valor, sino de que se siente bien, sin explicaciones, más bien como emoción o sentimiento), porque no puedo construir a partir de la incertidumbre.

Esto suena un poco pendejo, pero para mí funciona así. No importa cuánto, en términos cronológicos, dure una relación o el amor, yo debo sentir la certeza de que es para siempre, y que justo porque no es algo pasajero, entonces vale la pena jugarse todo ahí, porque ése, ése y no otro, es el lugar en el que quiero jugarme mis canicas, todas mis canicas, todos los días. Para mí, a partir de esta certeza del siempre, es que puedo construir una relación, crear, compartir, amar. No lo puedo concebir al revés: primero construimos y luego evaluamos si esto durará o no toda la vida.
No. Para mí, se construye porque va a durar toda la vida, sin importar cuánto tiempo sea “toda la vida”. Yo ya hice esto, ya construí con alguien, hice una vida con él, y aunque esa relación terminó y, por ende, “no funcionó”,  yo la viví como completa, como algo que duró una vida: yo tuve una vida con él, hice una vida con él. Y el chiste está en “una”, no hice “mi” vida con él, no le di MI vida, hicimos una, juntos.

Hoy, ya no siento esa pertenencia, esa certeza de que es aquí. Porque aquí, no me siento amada por ser yo (con todo lo imaginario y psicoanalítico que cabe en esta ficción de que nos aman por ser nosotros y no, como sucede en realidad, por hacer semblante de ése objeto que sí puede colmar su falta), siento que él me quiere aquí porque le gusta lo que siente él sobre él. Y esto no puede dar pertenencia, una cosa es ser un objeto causa de deseo, y otra es ser un objeto funcional… no un fin, sino un medio. No algo valioso en sí, sino un instrumento.


Me siento perdida y además desahuciada, porque en unos días, con unas palabras, me quitaron el amor que yo sentía por alguien más y, además, me quitaron la certeza y pertenencia que sentía. Esa que jamás había sentido, esa que me hacía perdonar y aguantar y dar y amar. Porque hoy, sólo sé que estoy perdida y duele.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

¿Ñoña, yo? ¿Me están llamando ñoña, A MÍ?

No sé si sea una palabra de uso universal en el habla española, pero en México, particularmente en la ciudad, le decimos ñoño al nerd, al que estudia mucho y hace las cosas "como se debe", no sólo en la escuela, sino en general. Digamos que es una cuestión de ética de vida.

Acabo de buscar en el diccionario la definición de ñoño, y no sé por qué no aparece la nuestra... Esto es lo que afirman ellos:

ñoño, ña.
(Del lat. nonnus 'anciano', 'preceptor, ayo').
1. adj. Dicho de una cosa: Sosa, de poca sustancia.
2. adj. coloq. Dicho de una persona: Sumamente apocada y de corto ingenio.
3. adj. ant. Caduco, chocho.

Obviamente, no es que uno vaya a decir que la RAE está equivocada, sólo que su proceso de actualización es un poquitín lento (con eso de que votan para añadir palabras, y la definición... me lo imagino como votaciones de las cámaras, y me parece terrible). Así que, retomamos el hilo que me pierdo.

Los ñoños son los estudiosos, aplicados, nerds, que siempre hacen lo correcto. Y yo, señores y señoras, soy una de esas y "a mucha honra". Y lo especifico porque mucha gente lo ve  a mal o como una ofensa, que les digan ñoños, pero a mí me hace muy feliz.

En cuanto a la ñoñez, evidentemente tiene muchos matices y contextos. En cuanto al estudio, soy ñoña porque:
  • Uso pluma fuente con tinta moradita;
  • Post-its de diferentes tamaños y colores, que tienen un uso determinado cada uno;
  • Banderitas chicas para marcar lo que subrayo, cada tema de un color diferente;
  • Banderitas grandes para marcar las dudas;
  • lapicero de punto medio para escribir, y de punto gordito para subrayar;
  • pluma de color rosa para ciertas cosas, o anotaciones;
  • Todo lo que subrayo en los libros lo escribo en tarjetas bibliográficas, según el tema;
Pero, sobre todo y por encima de todo (que es justo el tema de este post), planeo y organizo mis actividades. Ahora, por ejemplo, que estoy en tres seminarios (como estudiante) y doy una clase, y debo prepararme para un seminario intensivo a fines de octubre (con un tipo súper chingón que dará un seminario intensivo de tres días, muchas horas), además del consultorio y el despacho, es I N D I S P E N S A B L E que TODO esté perfectamente agendado y organizado.

Para eso, imprimí un calendario (sí sí, el iPhone y su súper calendario, ya sé, pero si no lo escribo a mano no puedo, simplemente no me organizo bien), hice una lista de lecturas y tareas y fechas de cada cosa, y designé los días en los que leería tal libro, prepararía mi clase, haría apuntes... todo lo pendiente.

Tal vez suena demasiado exagerado, que no es necesario, con hacer la lista de actividades y priorizar es suficiente, y ya uno sabrá cuánto tiene que apurarse. Pero para mí no es suficiente, necesito planear cuánto tiempo tomará cada actividad, y ceñirme a eso (puedo adelantar cosas, obvio, pero eso amerita un premio :) ), si no, me angustio y constantemente me preocupa que el tiempo no me alcance. Además, con la pura lista, uno se confía y al rato tienes la mitad de los pendientes amontonados y el tiempo a punto de terminar.

Así que hice mi lista feliz (porque las listas siempre son felices) ayer, y le di con todo. Terminé lo que debía hacer ayer, adelanté la mitad de lo que debía hacer hoy, empecé una nueva lectura. Y me siento muy emocionada y feliz. Si todo sale bien (y saldrá), habré terminado antes de tiempo y podré tomarme unos días para "descansar", es decir, leer alguna novela o ver una peli, o disfrutar el tiempo y tejer...

Porque, cuando uno hace las cosas a tiempo, le queda tiempo para todo lo demás, y disfrutarlo.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

La edad y las señoras

Este fin de semana pude, finalmente, llegar a una conclusión sobre qué te hace señora. He aquí mi descubrimiento:

Debemos empezar por decir que tengo 32 años, y no estoy casada.

Ahora, para el DRAE, una señora es:
4. m. y f. Persona respetable que ya no es joven.
5. m. y f. Título que se antepone al apellido de un varón o de una mujer casada o viuda. 

En cambio, una señorita, es:
4. f. Término de cortesía que se aplica a la mujer soltera.

Así pues, podemos tener bien claro que la diferencia entre una y otra es estar o no casadas. Mi papá, que es un gran filósofo y teórico (¿?), un día dijo que una señorita era aquella mujer que no hiciera evidente que le daban (el término dar aquí, se refiere a darle, eso, sí, eso), es decir, sería señorita si no estaba casada o tenía un hijo [no sé por otros lados, pero aquí en México es MUY común que sean madres "solteras"]. 

Podrá ser una definición más decente que la otra, más poética que la otra, pero al final se refieren a lo mismo. Una es señora si está casada o tiene hijos.

No sé por qué, pero tengo varias conocidas casadas, sin hijos, que se molestan cuando les dicen señoras, como si fuera una ofensa, o significara que ya están o se ven viejas... Parece que el concepto ya no significa lo mismo que antes, y no sé qué pasó. También, he visto a muchas mujeres de mi edad que les dicen señoras  y no lo son, o (como es mi caso) que nos dicen señoritas y sólo excepcionalmente, señoras.

Entonces, surgió en mi cabeza la pregunta de ¿qué es ser una señora? [Ja, me sentí como Freud al preguntarse ¿qué es lo que quiere una mujer? ja ja ja. Ya parece, yo y Freud, similares, qué pretenciosa la muchacha] y obtuve una respuesta satisfactoria.

Las señoras no son las que están casadas o las que tienen en hijos, serás señora en el momento en que se parezcan a lo que cada quien (es decir, yo, en este caso) asocia al concepto de mamá. Porque hay que ser honestos, para todos, sin importar el momento o la edad, vemos a nuestras madres como señoras, no puede ser de otra forma. Así, yo no soy una señora porque no me veo como se veía mi mamá a mi edad, porque ella a mi edad tenía dos hijos de 10 años, vestía traje sastre, tenía arrugas en la cara (pocas, pero algunas), estaba divorciada... Y se veía como un adulto. No sé de qué otra forma explicarlo, pero es así de fácil.

Y esto es algo que lo aplico a cualquiera, tengo amigas o conocidas que han sido señoras desde los 20 o antes, porque se visten como una, se comportan como ellas, usan joyas de oro con piedritas, como las señoras de antes, se tiñen el cabello para esconder las canas, no usan tenis ni se ven cómodas en jeans y playera...

¿Qué opinan ustedes?

P.D. A este paso y con estos criterios, yo  JAMÁS seré una señora. :)


jueves, 28 de agosto de 2014

10 cosas que odio de mi, Parte II

Continuamos con la lista :

5. Soy grosera cuando hablo por teléfono. Por más que lo intento, siempre hablo feo, grosero o golpeado al teléfono. Odio hablar por teléfono. No, más bien, odio cómo se escucha mi voz al teléfono y, por eso, me molesta hablar. Además, en el móvil siempre hay eco y termino escuchando mi voz (¡horrible!). Así que, soy grosera y cortante, aunque no sea mi intención o procure NO hacerlo.

6. No sé parar las peleas. Hay quien dice que soy adicta al pleito, otros que me engancho y no sé soltar, otro que soy  bien dramática, cruel y agresiva. Sea lo que quieran que sea, es un hecho que una vez que empecé a pelear, no puedo parar. Sigo y sigo y sigo, y escalo, más y más agresivo y violento y, por más que en mi cabeza alguien me diga que pare, no puedo, no sé cómo. Me parece ridículo decir a media pelea: bueno, ya, mejor aquí dejamos estas mamadas y tú me das un besote apasionado. No puedo. De hecho, para mí, las peleas terminan cuando uno desaparece (que casi nunca soy yo), o cuando el otro grita, pues en ese caso me pongo a llorar y se terminó todo el pleito.

De cualquier forma, me gustaría que fuera diferente. Poder pelear poquito y ya.

7. Me gusta puntuar la pendejez ajena. Yo digo que esto es súper perverso (en términos lacanianos), estar constantemente puntuándole al otro sus errores, evidenciando que están en falta y que yo, de alguna forma, estoy por encima de ellos o de la situación. Es algo bien molesto, inclusive para mí, muchas veces me gustaría simplemente cerrar la boca y sonreír, pero ¡no! la abro y corrijo a esa persona.
En este asunto, me gustaría decir algo a mi favor: sí, es castroso que haga esto, pero no entiendo por qué es mi culpa la ignorancia o mediocridad ajena, por qué debemos pasar de largo ante esto sólo para no caerles mal. 
Además, no es mi culpa que yo sí ponga atención a las cosas y ellos no, y que tenga buena memoria. Como si yo tuviera que hacerme responsable de los otros.
Sí, sí, de cualquier forma, lo que yo hago es molesto y me gustaría, de vez en cuando, no hacerlo.


Seguiré pensando el resto :)

martes, 12 de agosto de 2014

10 cosas que odio de mí. Parte I

Hoy en la mañana, por alguna razón que casual y convenientemente olvidé, pensé que hay ciertas conductas mías que odio. Esas cosas que uno hace y sabe que no debería hacerlas, que está mal, o que molestan, incluso a uno mismo. Así pues, decidí escribir 10 cosas que odio de mí, (porque cosas que odien los demás de mí, o que yo odio de los demás, tomaría el blog completo, ja ja).
  1. 1.       Kleenex en todos lados. Desde pequeña, y como toda mi familia, soy muy mocosa. No sólo cuando tengo gripa, sino en general, moqueo. Si hace frío, calor, como ciertas cosas, o pica demasiado, o me voy a acostar… lo que sea, siempre motiva que el moco salga a saludar. Por eso, uso muchos kleenex y tengo la pésima y horrible costumbre de dejarlos en todos lados, T O D O S lados: en las bolsas de los pantalones, sacos, gabardinas, abrigos, sudaderas, en cada uno de los compartimentos de mis bolsas, en el coche, el sillón, la cama, el buró, la mesa. Por más que procuro tirarlos a la basura, o por lo menos no dejarlo cual Hansel y Gretel, no puedo. Me acuesto y en el buró hay siempre uno o dos kleenex usados o a medio usar (y tengo un bote de basura ahí mismo, justo para eso), los tiro al bote y al día siguiente es lo mismo. Y pasa eso en el sillón también, que cada que me siento uso un kleenex, y según yo al levantarme los tiro en el cesto, pero cuando vuelvo a sentarme encuentro más.
    2.       Cuando me enojo o emociono, no controlo el volumen de mi voz. Este es otro de esos misterios de mí ser: el volumen de mi voz. Siempre he tenido una voz particular (por no decir medio fea), me cuesta mucho trabajo hablar en un tono que sea un tono (suelo hablar hasta desentonada) y mucho más controlar el volumen. No me doy cuenta y comienzo a hablar más y más alto, hasta que me vibran los oídos o noto que la gente me mira “raro”. Ahora puedo controlarlo un poquito más, tengo consciente que con ciertas emociones en automático subo el volumen, así que puedo preverlo un po-qui-to (que tampoco me sale bien en todas las ocasiones, o con todo el éxito que esperábamos).
    3.       Ya lo sé. ¿no les turbo molestan esas personas que todo lo saben, todo lo han hecho, todo lo han leído, todo todo todo? Sí, con cagantes, a todos nos caen gordas. Y sí, también es cierto, que yo soy de esas personas L. Quiero decir que tengo una semi-justificación al respecto: tengo muy buena memoria y pongo atención a lo que me dicen o leo/veo/aprendo. Por eso, sé muchos datos pendejos o curiosos que escapan mis áreas de estudio; recuerdo cómo llegar a muchos lados, y sé quién hizo qué, dónde y cuándo. Sí, es una semi-justificación, porque también podría simplemente cerrar la bocota y escuchar lo que los demás tienen que decir. ¡Pero no! Tengo que salir a relucir, abrir la boca y decir “uy, yo lo sé, ya lo sé, claro porque…” Para darme unas cachetadas, de verdad.
    4.       Reloj suizo en mano inglesa. Soy re puntal y me siento orgullosa de serlo. Tanto para llegar como para esperar, siempre puntual. Mis conocidos saben lo mucho que me molesta la impuntualidad en cualquier situación (una amiga súper impuntual me preguntó un día qué va a pasar si mis analizantes llegaran tarde. Obvio, le contesté que eso no me molestaba porque era parte de mi trabajo y, acá entre nos, porque su retraso tiene que ver con ellos y no conmigo; mi trabajo es estar ahí, será el analizante quien decida cómo o a qué hora está él/ella ahí). Con mi ex (el recientemente inscrito en esa categoría) era un problema serio. Él llegaba tarde y campante, como si la vida fuera hermosa, y yo montada en cólera porque tenía media hora esperándolo; después, se ponía súper agresivo porque yo estaba molesta y era una chingadera, nada importante ni que mereciera mi mal humor (no mamar), así que eso terminaba en que cada quien se fuera mentando madres a su casa. La verdad, es que yo nunca renunciaré a creer que yo tenía la razón. Es muy fácil: si uno dice una hora, es a esa hora, o a la hora que egoístamente y sin avisar a mí más me convenga. Además, como bien decía mi abuelo, es una cuestión de respeto y, si no respetan tu tiempo y compromiso, ¿qué te hace pensar que serán capaces de respetarte en otros aspectos?
    Tengo que irme, y ya se me acabaron las cosas que odio (ja, las olvidé), así que mañana seguiremos con esto.

jueves, 7 de agosto de 2014

Seguro ahorita me estás psicoanalizando

El psicoanálisis es una de esas profesiones llenas de prejuicios, todo el mundo tiene algo que decir al respecto, y son pocos los que en realidad saben algo sobre él. Por lo mismo, es muy común que la gente diga pendejadas cuando se entera que soy psicoanalista.

            Algo muy muy común de escuchar es “seguro me estás psicoanalizando ahorita”. Un día, platicaba con compañeros psicoanalistas y nos reíamos de esta situación, porque quien dice eso no tiene ni idea de qué es el psicoanálisis, y porque además creen que uno va por la vida regalando su trabajo. Sí, el psicoanálisis no es sólo un trabajo, implica muchas más cosas y tiene consecuencias en la vida diaria del psicoanalista, pero de ahí a que vayamos por la vida psicoanalizando, hay un océano.

             Expliquemos: el psicoanálisis es una profesión que implica, como bien dice su nombre, un análisis. Como cualquier análisis, implica tiempo y profundidad. Así que no, no puedes psicoanalizar a nadie a partir de una conversación tonta en una fiesta. Además, el psicoanálisis, por cuestiones de ética, sólo tiene lugar en un espacio psicoanalítico, en el que hay dos sujetos: el psicoanalista y el psicoanalizante. En este espacio y situación, uno de ellos habla y asocia y habla y dice tonterías, y asocia; y el otro, escucha, puntúa, termina, a veces interpreta, escucha, escucha. ¿En algún lugar les suena a que uno de ellos se pone como “conejillo de indias” tras un cristal mientras el otro infiere de él un montón de cosas? No. Porque así no sucede.

               Tal vez esto no debe decirse, pero no es uno el que realiza el análisis, es el propio analizante quien lo hace, quien le da peso a lo que dice o es dicho en análisis, quien elabora, quien escucha, quien repite. Es él, porque, al final, sólo él podría producir un saber o una verdad de sí mismo, de su inconsciente.

               Así que, nada de que uno los psicoanaliza, o piensa que se quieren acostar con su mamá en cada acción o actividad que realicen. Los psicoanalistas, como cualquier otro profesional, es capaz de separarse de esto cuando no está trabajando. O me van a decir que los ginecólogos andan diagnosticando vaginas en cualquier lugar donde están…


miércoles, 6 de agosto de 2014

"La abogada"

Yo que pensé que había cosas que simplemente nunca jamás de los jamases haría y dónde me veo ahora: en una de esas.
Estudié derecho y terminé la carrera, con título y cédula profesional y tesis y todas esas cosas. T O D A S. Soy licenciada en derecho, a mucha vergüenza. Y no es que me dé vergüenza sólo porque es una profesión que a mí, en lo personal, no me gusta porque no es psicoanálisis, me da vergüenza porque siempre pensé que era una profesión que dejaba de lado la ética personal y profesional, y eso nunca ha ido conmigo.
                Para escribir sobre esto, me parece que habría que hacer un par de paréntesis.
1.       Para mí la ética es muy importante. No debe responder a algo externo o imposiciones, es una cuestión de posiciones ante el mundo. Uno dice: esto sí, esto no y de ahí no se mueve. Y no se mueve porque está convencido de eso, porque esas decisiones finalmente “son uno”, interpelan, involucran, atraviesan.  Para mí, es tan sencillo como preguntarse, ante determinadas o determinables situaciones: ¿podré vivir con la decisión que tomaré? Si uno puede, entonces va en el cajón de los “sí”, si no, pues en el otro y listo. Nada tiene que ver con que sea bueno o malo, sino con poder vivir con esas decisiones, con la cabeza en alto, y sosteniéndose en ese lugar. [Me parece que de este tema, debería escribir algo desde mi lugar de psicoanalista, sí, suena interesante].
2.       En el derecho, el criterio es: mi cliente siempre tiene la razón. PUNTO. Y de ahí, a venderse cual puta.
Con eso establecido como paréntesis, decidí desde la universidad, que no litigaría, que si mi camino debía andarse en el derecho, sería en otros ámbitos, desde otras perspectivas… y sí, otra vez, primero cae un hablador que un cojo. Así que ahora, con T O D I T A la vergüenza que cabe en mi cuerpecito, trabajo en un despacho de abogados.
                Todo comenzó hace casi dos años, en septiembre de 2012, cuando el pendejo que me contrató en una empresa, decidió correrme. A esta situación, le siguió una fila enorme de tragedias y crisis: me separé, mi papá enfermó y pasó mucho tiempo en el hospital… Está bien, sólo tres tragedias, pero grandes como si fueran de Sófocles. Y así estaba yo, desempleada y con una separación inminente, teniendo que solucionar el cómo mantenerme, pagar la renta, comida, escuela, etc., cuando mi amiga queridísima me ofreció trabajar con ella de maestra de inglés. Exacto, sale la pregunta ¿maestría de inglés? Y sí, domino el idioma, ella sería mi jefa, y podría tener un buen ingreso.
                Así las cosas, comencé a dar clases y me fue bien. Me hacía feliz salir y das clases en cafesitos,  casi todos los alumnos me caían increíble y mi vida comenzaba a acomodarse de formas que me tenían satisfecha y contenta. Un día de mayo, a media mañana, se me acercaron un viejito y un joven (de mi edad, vaya, un mozuelo) para preguntarme si daba clases particulares de inglés. Yo contesté que sí, agendamos las clases y así comenzó la relación inglés/abogado.
                Al principio, el viejito me pareció una persona rara, no podía estar segura de si me tiraba la onda o no, si quería algo más, o simplemente aprender inglés, [Llevamos un año de clases y el cabrón apenas y habla, entiende muy poco, y es terco como el que más] pero lo dejé pasar, porque necesitaba el dinero y me convenía en horarios. Con el tiempo, comenzamos a platicar de mí, mis problemas legales, de él, sus hijos y cuanta pendejada apareciera por ahí.
                En marzo de este año, por cuestiones netamente económicas, tuve que tomar la decisión de conseguirme otro trabajo, porque ya no me alcanzaba con las clases. Así que, aprovechando la llamada de un exjefe, acepté un trabajo de medio tiempo como office manager (el nombre más pedorro para decir asistente, que es un eufemismo de secretaria). Cuando se lo dije al viejito, casi le da el patatús, que no era posible, que él quería que yo trabajara en el despacho con sus hijos, que entonces ya no le daría clases, que el mundo se derrumbaba y era terrible. Yo, que en estas cuestiones son una cabrona, respondí que para mí era una cuestión de dinero, lo necesitaba para pagar mi renta y gastos y que no podía hacer otra cosa, porque no tenía dinero ni para el siguiente mes; que era inminente mi partida. Obvio, a la semana siguiente me presentó a los hijos y me contrataron. Con un buen horario y un sueldo suficiente para solventar los gastos mensuales (nada de ahorro, vacaciones, libros o emergencias, pero algo es algo).
                Honestamente, lo odio. No me gusta lo que hago ni la postura de los abogados, me causa conflicto, hay días que llego a casa llorando porque soy una puta y además, malpagada. Y sí, cuando me dicen los amigos que esto me permite tener el consultorio, pagar gastos y demás, les doy la razón. Pero, ¡NO ME GUSTA! Y sin importar que esto me salve de morir, no deja de parecerme algo molesto.

                Ush, ya se me fue el hilo de la escritura. Ahora me puse a pensar justo en ese asunto de lo que gusta y no gusta, y los accesorios. Creo que dejaré esto en un: LO ODIO, NO ME GUSTA y, en cuanto tenga la posibilidad, la más mínima, correré de aquí como cucaracha de la luz.

P.D. Ni siquiera quiero mencionar la diarrea que me da cuando escucho que llaman "abogada". Para darse un tiro.

lunes, 4 de agosto de 2014

Parar el goce

El goce, en términos lacanianos, y de forma muy resumida, es ese “algo” que te lleva a la muerte, que no es posible poner en palabras, que escapa de todo intento, que sólo puede bordearse, que está ahí, y uno lo “sabe” (un saber no racional, tal vez más algo como intuición, o sexto sentido) pero nada más.

El goce es ese sufrir y disfrutar el sufrimiento, y es algo de lo que nadie escapa. Obvio, en diferentes grados, intensidades y con diferentes consecuencias. Para Lacan, lo único es verdaderamente propio, único y específico de cada sujeto, es su forma de gozar, y propone que el fin de análisis será la posibilidad de hacer signo con ese goce (signo, como eso que deja huella, que es y no necesita más explicación o significante).

Para todos los que no hemos tenido un fin de análisis (es decir, casi todos los mortales), lidiar con el goce se vuelve algo arrobador. Están los casos de los adictos, los que están en situaciones de peligro constante y no lo dejan; pero también estamos los que, dentro de una vida “normal y segura”, nos enfrentamos a él y, en ocasiones, nos vemos arrastrados por él, como un tsunami y del que es imposible escapar.

Platicaba en alguna ocasión con mis amigas, que ahora con los teléfonos inteligentes, el acoso (stalking) era algo más cómodo, cercano y fácil de hacer. No es que antes no fuéramos acosadoras/es (si es que alguna vez lo fuimos), sólo que ahora puede hacerse en la comodidad de cualquier lugar y está, literal, al alcance de la mano. Ya no hace falta pararse afuera de casa del muchacho para acosarlo, puedes hacerlo mientras tomas café con las amigas o sales con otro chico, con sólo revisar Whatsapp, Twitter, Facebook. No hace falta hacer desplantes y pasar vergüenzas en la calle, ahora puedes revisarlo y gritar desde tu cama, en pijama y con el rímel corrido, sin que alguien se entere.

El problema es que es una adicción, como no requiere un esfuerzo extra, el límite se desdibuja, y parar es aún más difícil. ¿Cómo diablos parar cuando es tan fácil? Es decirte: “sólo voy a platicar con mi amiga, de paso veré cuándo fue la última vez que se conectó, pero nada más”… Nada más… ojalá. Es una adicción que no para y aumenta. Si él escribe alguna tontería, y ves que alguien (mujer, en este caso) contesta, revisar el perfil de ella, la buscas en google, comienzas a ver si es posible que sea una de las golfas con las que te puso el cuerno (porque al terminar una relación, yo siempre pienso que me pusieron el cuerno, no importa si fue o no cierto… ahora que lo pienso, es otra forma de goce: me torturo pensando que había otra que él, en toda su soberana pendejez, pensaba que podía equipararse a mí en algún sentido) o si será la siguiente mujer  en su corazón. Y así, de una a otra mujer, aunque sepas que es la prima, o la esposa del amigo, o que le dan asco las gordas: no importa, cada mujer cerca de él (electrónicamente) es una amenaza o evidencia de tu pasada pendejez.

Y luego están los twitts… O B V I O te lees en todos, juras que cada cosa que escribe tiene que ver contigo, es un llamado a ti. Si está triste, es porque tú ya no estás; si le va mal, es porque está pagando lo que te hizo; si escribe de deportes, es porque necesita distraerse de lo mucho que le duele tu ausencia, pero al final lo que está tratando de decir es que le haces falta. Y, claro, si no escribe, es porque está llorando en su cama, hecho bolita, abrazando tu almohada, a la que le puso tu perfume para que el dolor sea aún mayor.

Vamos, podría echarme párrafos y párrafos describiendo esas actitudes gozosas y vergonzosas (¿tendrá que ver una palabra con la otra? Se ven muy parecidas…), pero ese no es del todo el punto de este post. Yo, cuando comienzo a revisar algo “de él”, me digo en voz alta o en la cabeza, que estoy mal, que tengo que parar, y no lo hago, siempre hay una excusa: es la última vez, sólo tantito, nada más porque quiero verlo sufrir, sólo la puntita. Pero la realidad es que hay algo que se disfruta en ese sufrir, que se “goza”, y lo hace casi imposible de dejar. Hasta que uno se ve contra la espada y la pared y se da cuenta de que debe tomar una decisión, no en función de él, su sufrimiento o lo que haga/no haga; sino una decisión en función de una misma, de la paz que necesitas, de la necesidad de hacer el duelo y cerrar, de dejar que el tiempo comience a correr y las heridas dejen de sangrar y puedan sanar. Hay un momento en que uno DECIDE ponerle un alto al goce. Y el chiste está justo ahí, hay que decidirlo, no sé da por sí solo, no es que uno se canse. No. Hay que agarrarse los dos huevos y más allá, respirar profundo y decir: BASTA. Aunque sea sólo esta vez, una vez, ahora, basta. No voy a revisar el whatsapp, no voy a buscarlo, no voy a llamar. Sólo en esta ocasión, porque soy yo quien pone el límite, soy yo quien decide si quiero gozar o cerrar.


Y así comienza el proceso, lo bloqueas en skype, en whatsapp, lo borras de la agenda del celular… poco a poco lo vas quitando de tu vida, vas alejando las actividades que te lastiman, permites que ciertos detalles se olviden (¿a qué olía?). Un paso a la vez, una exhalación, y dejas que cierre. Porque no, vivir atada a la necesidad de saberte indispensable en su vida, no es la forma en que quieres vivir.

jueves, 31 de julio de 2014

Más pronto cae un hablador que un cojo

Una de mis mejores amiga suele decirme ese dicho, cada vez que salgo con alguna ocurrencia como que dejaría al novio, y yo siempre quiero contestarle: ojalá me hubieran hecho coja, así sería más difícil que cayera, que con mis pendejadas. Porque en eso, hay que decirlo: me pinto sola.

¿Quién iba a pensar que después de una semana de escribir un post en el que describo lo mucho que me gusta el novio, cómo sé que él es el hombrecillo con el que quiero envejecer, voy y lo dejo? A ver, ¿quién chingados lo hubiera visto venir? (Además de mi amiga que dice que primero caigo yo por habladora). Sí, está bien, honestamente, todo el mundo lo veía venir (tal vez él no, tal vez sólo él no), pero de todas formas es una sorpresa mi cambio de decisión.

Y no es que haya dejado de gustarme, no es que dejé de amarlo (ojalá y sí, eso hace todo más sencillo), es sólo que me cansé de las pequeñas cosas que dolían. A veces explicarlo resulta más difícil que otra cosa, y no quisiera desviarme por ese lado. Lo que quiero escribir sobre esto es lo extraño que me resultó ser yo quien tomaba la decisión. Yo de esas a las que siempre dejan, truenan, abandonan. Yo soy la que siempre aguanta y el otro quien se da por vencido, quien falla, fracasa. 

¡Pero siempre hay una primera vez! Y esta fue la mía.

Esta es la primera vez que me sostengo en la decisión, no en la recepción, sino en la acción. Que decido agarrarme los pantalones, bragas y huevos y decir "no más, ya no quiero, YO ya no quiero esto".

Y carajo, cómo duele. Pero, también, cómo da tranquilidad. En esta ocasión, la vida no me pasó, yo hice, decidí, quise, paré, no alguien más, no la vida, no ... algo.

Aprendí, porque fue la primera vez, que estas decisiones son consecuencia de dos preguntas:

  1. ¿Con cuál de las dos opciones podrás vivir en paz? (Opción 1: seguir con el novio y sufrirlo porque duele y esperar que algún día cambie; Opción 2: dejar al novio y sufrir un rato, porque no fue lo que querías, y que el tiempo permita olvidar)
  2. Si vas a sufrir (porque yo, como buena psicoanalista sé que la vida sin goce/pulsión de muerte/displacer, es imposible), ¿prefieres sufrir por estar, por lo bueno que obtienes, por amor; o prefieres sufrir porque paraste el goce?


Porque hay que decirlo, para ambas preguntas se vale escoger justo "la otra opción". Porque a veces el amor vale jugarse todo, perderlo todo, darlo todo; pero a estas alturas, después de dos grandes catástrofes del corazón, de fantasear con un futuro que nunca llegará, ya no puedes engañarte. No puedes escoger la opción que lo incluye a él, porque conoces el final de esa historia: tú hecha pedazos, aferrada sólo a la ficción del amor que él siente por tí (porque el que tú sentías por él se ha terminado tiempo atrás), angustiada constantemente, porque sin él, sabes que serás nada.

Así que aprietas el corazón para que la hemorragia no te mate, te agarras los huevos, inhalas lentamente, cierras los ojos, lo imaginas en toda su belleza y grandeza, exhalas aún más lentamente, y comienzas el camino que te aleje de ahí.



sábado, 19 de julio de 2014

Deschavetarse

Sí, esta palabra existe y sí, a mí me gusta y la uso un montón.

Según el DRAE, significa, en América Latina: perder el juicio, volverse loco.

Obvio, es una situación en la que yo siento que me encuentro bastante más seguido que no. Y tal cual lo escucho en mi cabeza: me voy a deschavetar, ahora sí me deschaveto.

Hoy, por pura curiosidad, vi la conjugación del verbo, porque es raro que no termine en "r", obvio porque es reflexivo, pero de todas formas. Mi sorpresa al leer las conjugaciones fue grande y, por eso, se las comparto.
FORMAS NO PERSONALES
Infinitivo
deschavetarse
Participio
deschavetado
Gerundio
deschavetándome, deschavetándote, etc.
INDICATIVO
SUBJUNTIVO
Presente
me deschaveto
te deschavetas / te deschavetás
se deschaveta
nos deschavetamos
os deschavetáis / se deschavetan
se deschavetan
Futuro simple o Futuro
me deschavetaré
te deschavetarás
se deschavetará
nos deschavetaremos
os deschavetaréis / se deschavetarán
se deschavetarán
Presente
me deschavete
te deschavetes
se deschavete
nos deschavetemos
os deschavetéis / se deschaveten
se deschaveten
Pretérito imperfecto o Copretérito
me deschavetaba
te deschavetabas
se deschavetaba
nos deschavetábamos
os deschavetabais / se deschavetaban
se deschavetaban
Condicional simple o Pospretérito
me deschavetaría
te deschavetarías
se deschavetaría
nos deschavetaríamos
os deschavetaríais / se deschavetarían
se deschavetarían
Pretérito imperfecto o Pretérito
me deschavetara o me deschavetase
te deschavetaras o te deschavetases
se deschavetara o se deschavetase
nos deschavetáramos o nos deschavetásemos
os deschavetarais u os deschavetaseis / se deschavetaran o se deschavetasen
se deschavetaran o se deschavetasen
Pretérito perfecto simple o Pretérito
me deschaveté
te deschavetaste
se deschavetó
nos deschavetamos
os deschavetasteis / se deschavetaron
se deschavetaron
Futuro simple o Futuro
me deschavetare
te deschavetares
se deschavetare
nos deschavetáremos
os deschavetareis / se deschavetaren
se deschavetaren
IMPERATIVO
deschavétate (tú) / deschavetate (vos)
deschavetaos (vosotros) / deschavétense (ustedes)

viernes, 18 de julio de 2014

Sabes que es él y no otro, cuando...

No sé si les ha pasado, pero todas las mujeres (no sé si los hombres) tenemos una "lista imaginaria de requisitos que debe cumplir una pareja". A lo largo de los años, metemos y sacamos detalles, según hayamos aprendido que son tonterías, no son importantes, o lo contrario, que sí lo son. Mis amigas dicen que los años y fracasos nos hacen más exigentes e intransigentes en este sentido, pero yo no estoy del todo de acuerdo, o más bien, no sé si sea así o no.

Para mí, dicha lista tiene tres secciones: A HUEVO (sine qua non) / NEGOCIABLE / SERÍA UN PLUS.

En la primera están, por decir algunas:
  • Que lea más de un libro al mes;
  • Que no le moleste que yo fume;
  • Que sepa qué chingados es el psicoanálisis (y no acepto cosas como que Freud se quería acostar con su mamá y hay libros que te dicen qué significan tus sueños);
  • Que escriba SIN errores ortográficos;
  • Que sea más alto que yo;
  • Que tenga por lo menos el mismo nivel de estudios que yo;
  • Que no se drogue;
  • Que no sea alcohólico;
  • Que no le guste la violencia física (léase, que no me pegue);
  • Que sea independiente económicamente y viva solo;
  • Que domine por lo menos un idioma más;
  • Que esté delgado (no como Ryan Gosling, pero sí que no tenga panza chelera o chichis);
  • Que no sea un materialista/capitalista obsesionado con gadgets, coches, marcas, poses...

En la segunda:
  • Que haga ejercicio;
  • Que viva relativamente cerca de mi casa;
  • Que le guste andar en bici;
  • Que no hable inglés (pero alguna otra lengua sí);
  • Que no le guste viajar;
  • Que no fume;
  • Que le moleste que yo cante (lo hago horrible);
  • Que no le guste bailar;
  • Que no le guste la trova;
  • Que quiera mudarse de país.

En la tercera:
  • Que sea psicoanalista;
  • Que haya hecho un análisis;
  • Que cuando seamos viejos quiera vivir en una casa en un pueblo, con un jardín grande y cosechar lo que comemos;
  • Que sea ecoamigable;
  • Que le guste Sherlock Holmes (yo soy muy muy fan);
  • Que sepa cantar;
  • Que sea bailar;
  • Que le guste la trova.

Evidentemente, este post tiene algo que va más allá de esto, si no sería de hueva... Así que, como bien lo dice el título, uno sabe que es él y no otro, cuando te das cuenta de que NO cumple con ciertos requisitos que a ti te parecían indispensables, que tal vez hasta entraban en la sección A HUEVO. Y no sólo eso, sino que te fascina que no sea así.

Ejemplo, que le gusten las botas vaqueras y las use. ¡Botas vaqueras! ¿Hay algo más por decir? Me parecen horribles, incómodas, feas, horribles, espantosas... Simplemente no me gustan, no no no no no. Y, aún así, cuando mi novio se pone las suyas (vergüenza) y lo miro de soslayo, no puedo evitar pensar "pues sí le van, se ve bien guapo" (¡¿Qué chingados pasa por mi cabeza?!).

Yo siempre dije (y lo sostengo) que no hay nada más desagradable (obvio lo hay, me gusta tirarme al drama) que un hombre con la camisa abierta, enseñando pelo en pecho, con cadenita (cual película mexicana, ya saben cómo, lo sé) mucho más cuando trae un dije de la virgen o algo así. Es HORRIBLE, hasta imaginarlo me da "cosita". Y claro, ahora, cuando él sale tan guapo con sus camisas (porque siempre anda de camisa) y se deja los primeros dos botones abiertos, y se le ve el pecho el pecho, yo, LITERAL, me emociono y sonrío y UF, que me vuelve loca loca. Me parece que le da personalidad, que lo hace ver bien guapo, y muero de ganas por tocarle el pecho... (sí, exacto, ¿qué pasa?).

El esposo de una amiga de mi papá, solía decirle a ella "princesa": princesa, ¿qué te traigo?, princesa, ¿qué quieres? Y yo, moría de diarrea por esas cursilerías. P R I N C E S A, ni que fuéramos niñas que todavía creen que las películas de Disney se hacen realidad. Y ahora, cuando escucho que me dice "princesa", siento mariposas en el estómago, sonrío, me emociono, me parece lo más hermoso del mundo. SOY UNA NIÑA TONTA QUE SUEÑA CON SER SU PRINCESA, ¿qué pedo?

Sé que son tonterías, que es divertido que pase, pero yo no lo veo como cualquier cosa, todo lo contrario. Me parece que está bien cabrón que tenga un vínculo tan fuerte con un hombre que tiene esas cualidades que antes me parecían espantosas, que me emocionen cosas que siempre me parecieron ridículas y patéticas. Es como si el amor pusiera todas nuestras convicciones y decisiones en una cuerda floja, y cualquier de ella pudiera caerse. Sí, lo sé, no es el amor, es el inconsciente, porque no hay nada que nos guste ahora, que en realidad no nos haya gustado siempre (pura negación y represión). Y si es así, sólo me queda por decir una cosa:
CHALE, ESTOY BIEN ENAMORADA

domingo, 13 de julio de 2014

Amor (ensayo psicoanalítico)

Tomé un seminario sobre "el amor", desde la perspectiva del psicoanálisis freudiano/lacaniano y, para el cierre, nos pidieron que escribiéramos algo sobre eso (se dice, en la jerga lacaniana, producir un saber). Así que, yo escribí algo, y lo comparto, por pura vanidad y ocio.

El amor se entrelaza con el deseo y el goce, no se presenta en el sujeto de forma independiente, no puede ser colocado sólo en uno de los tres registros, no es una etapa en la vida, o sólo un momento fugaz que puede o no presentarse. El amor se encuentra inmerso en el sujeto y todo lo que de él deviene.
            Podríamos decir que todo sujeto es consecuencia de deseo y/o goce, pero no todos lo son del amor, es más, no todos viven el amor desde que nacen. Al hablar de necesidad-demanda-deseo, se plantea que la primera es fisiológica, la segunda implica no sólo la satisfacción de una necesidad, sino “algo” más: deseo. No existe demanda alguna que no sea eso, pero no sólo eso, algo más. Se dice que a partir del segundo llanto de un bebé, lo que demanda no es ya el alimento, sino lo que lo acompaña: el abrazo de la madre, la mirada, la voz. No puedo pasar por alto que hay niños que nacen y no lo reciben, son alimentados por alguien que no tiene lazos con ellos (una enfermera en el hospital), o por una madre que no muestra amor o deseo por él y, aún así, el niño llora y pide algo más; más allá de la satisfacción de una necesidad, ése niño llora y, por ponerlo en palabras, demanda amor. Pareciera que esta demanda de amor se encuentra incrustada en el sujeto y no responde a una experiencia anterior, no es repetición (o tal vez lo sea, de ese momento mítico de completud) y, sin embargo, es a partir de la repetición que se presenta. Freud escribió que uno siempre vuelve a los primeros amores, y tiene razón en tanto que el primer amor está relacionado con la completud, con la no-falta, con un Otro que está completo, que el sujeto mismo completa.
Si bien es cierto que ese algo que está más allá y al mismo tiempo inmerso entre la necesidad y la demanda, es deseo, me parece que no es sólo deseo, sino amor. Amor que se entrelaza con el deseo.
El amor falla, y falla siempre, se coloca como velo de Das Ding, pero es sólo un señuelo, porque el vacío permanece y, mientras más se oculta, más se evidencia, tal vez en otro lugar. Es a partir del registro simbólico que uno trata de acercarse a Das Ding, encontrar un significante que pueda significarlo, pero no puede más que bordearlo, dar cuenta de él a partir de la imposibilidad del lenguaje de nombrarlo todo; y es también ahí donde lo real se manifiesta, porque el amor se manifiesta el cuerpo, y el sujeto nada puede decir de ello, lo atraviesa, es verdad que escapa al saber. Es a partir del amor que algo de la verdad del sujeto se le presenta, la posibilidad de una respuesta a la pregunta ¿quién soy yo? Aunque la respuesta sea insoportable.
            Para mí, el amor es complejo e insostenible, implica hacer lazo con otro (tal vez con el gran Otro) en los tres registros: imaginario, porque no es cualquiera, es ése, es mirada; real, porque implica al goce, esa forma particular en que cada sujeto goza, escapa a las palabras, al saber, porque no tiene respuesta, va siempre “más allá”; es simbólico porque debe nombrarse, engancharlo en una cadena que pueda bordearlo, que pueda tocar al otro, que sea voz. Finalmente, en este lazo que implica al otro, algo debe regresarle al sujeto, algo que vaya más allá deese amor narcisista que el sujeto lanza al otro y recibe de vuelta; se le llama ser amado, ¿pero qué es eso? ¿dónde se siente? ¿qué le da existencia que no sean sólo las palabras? ¿cómo es que puede uno “sentirse amado”? ¿O será que la única respuesta me resulta insuficiente: es a partir de la voz, de la mirada?
            Tal vez el amor falla porque el otro amado hace semblante de objeto a, obtura la falta y, al mismo tiempo, la evidencia en ambos. Después de que ha pasado el enamoramiento, y el objeto a ha caído como resto, no queda más que levantarlo, sacudirlo y acomodarlo en otro lugar, que permita al sujeto sostenerse en el deseo, en la soledad que éste implica, y crear algo que sea nuevo y pueda hacer signo en el sujeto.  Me gusta pensar que es justo el amor, lo que hace posible que el sujeto decida sostenerse en el deseo.