martes, 30 de octubre de 2018

Morralla: la cosificación de la vergüenza

No sé si pasa en todas partes del mundo, pero en mi bello país (México), la morralla (es decir, las monedas, "el cambio") y los billetes de baja denominación (como el billete de $20) son motivo de vergüenza; pagar con cambio resulta, casi siempre, algo que da pena y que se hace sin que el otro se dé cuenta.

Podríamos decir que, en términos de dinero, también existen jerarquías, y no sólo en el sentido de que más dinero te hace más, sino que la denominación del billete con el que pagas dice algo de ti. A veces, uno paga con un billete de $500 y, por eso mismo, el trato recibido es diferente, como si el simple hecho de tener uno de ellos significara que tienes muchos más (si no, ¿cómo es que tienes por lo menos uno? no es lógico, es obvio, ja); algunas de esas ocasiones, uno paga con un billete de $500 porque es el que te dio el cajero y, para ser honestos, es todo el dinero que tienes para la semana.

Tal vez sea cierto que la morralla se gasta más fácil, que es mucho más difícil llevar un control de cuánto se ha gastado si lo que tenemos es cambio,  porque saberlo implicaría contar monedas (varias) y más billetes (que si fuera de alta denominación) cada-vez-que-compras-algo. Mucho trabajo, mucho esfuerzo. Como consecuencia, solemos guardar los billetes (de $100 para arriba) y ser más prudentes a la hora de gastarlos, porque "romperlos" significa que gastaremos tooooodo ese dinero más rápido y sin control.

Para mi, el dinero es dinero y lo que importa no es en qué forma (moneda, billete) lo tienes, sino que lo tienes (o, como bien sabemos, que NO lo tienes), que puedes pagar algo con eso. Recuerdo que, cuando saqué mi coche (hace ya 15 años) pagué el enganche con el dinero que había ahorrado de propinas (trabajaba de mesera) y otros ingresos y ahorros; como una parte eran propinas, podrán imaginar cómo llegué a pagar $30,000 con un señor fajo de billetes bien grandote, porque eran billetes de todas las denominaciones, y la pobre cajera me miró como si estuviera loca, me lo dijo y reprochó que llegara "con tanto dinero" (no entiendo de qué otra forma pensaba que iba a pagar $30,000 ¿con billetes de 5,000 del Turista?¿con cheque de caja? tenía 21 años...).

Irónicamente, un billete de $500 es tanto una bendición como una maldición. Hay pocas situaciones más frustrantes que tener sólo un billete de $500 y necesitar pagar algo. En la tienda, no te cambian el billete, ni tampoco "tienen cambio" si quieres comprar algo de menos de $100; en el transporte, no puedes pagar con él; en la papelería; la vida de a pie y de a diario no es compatible con los billetes de altas denominaciones, porque nadie quiere/puede cambiártelos, o porque creemos que son falsos (¿por qué no harán billetes de $100, $20 y $50 falsos? sí, sí, sí, es más difícil con los "nuevos billetes", pero de todas formas me lo pregunto, porque creo que esos pasan más fácilmente de mano en mano, y pocas personas se cuestionan siquiera que puedan ser falsos, en cambio, los de $500 pasan por un examen y estudio bastante más riguroso, aunque no por ello infalible).

Tal vez, al final del día, el dinero contante y sonante tiene un lugar tan indispensable y complejo en nuestras vidas bajo el capitalismo, que no puede estar exento de prejuicios, juicios y tratos diferenciados. Porque, y eso lo sabemos todos (aunque no lo sepamos), los ricos o cargan muchos billetotes (pero muchos muchos, cual fajo de gasolinero) o sólo tarjeta, porque tienen tanto, que ni siquiera se molestan en esas nimiedades. Y nosotros, los proletarios, tenemos que hacérnoslas con los billetitos, con las monedas, con la morralla y la vergüenza que implica no ser parte de los otros.

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