martes, 31 de marzo de 2009

Preguntas concretas, respuestas concretas


Ayer que escribía y reflexionaba sobre las respuestas y preguntas realizadas a los chicos de atención a clientes, recordé que es un tema complejo, he notado que en nuestro país, no hay respuestas acertardas a las preguntas (pecaré por generalizar, lo sé). Podemos comenzar con las preguntas no del todo retóricas, aunque alguien podría argumentar que sólo son eso, que hace la gente cuando te cortas el cabello, acabas de llegar y lo preguntan, y demás situaciones tontas que podrían sólo ser preguntas obvias. Después, y las que más me molestan, son aquellas preguntas concretas y sencillas que no obtienen una respuesta igual (concreta y sencilla), que me suceden siempre que hay lista de espera, o uno está esperando, y pregunto cuánto tiempo falta y obtengo como respuesta: faltan dos personas más, o hay más pedidos, etc. Hasta donde mi educación, conocimiento y sabiduría alcanzan, una pregunta de cantidad de tiempo, debe ser contestada de esa manera, en términos temporales; si preguntas cuánto tiempo falta, deben contestar: 30 minutos, 2 horas, etc., no otra cosa. ¿Por qué lo hacen?

Me pasa también con mi tía, usualmente no contesta lo que le preguntas, un día le pregunté (estaba en la etapa de comprobar mi hipótesis) cuántos días a la semana se bañaba, y contestó que siempre; también ha contestado a preguntas sencillas, tales como ¿cómo estás? con un: desayuné quesadillas, no había nada más en el refrigerador...¿? ¿Qué clase de respuesta es esa? ¿Cómo funciona su asociación de ideas para responder eso? Podría ser un misterio, sería más interesante, pero creo que es mucho más sencillo: no escuchamos. Así de simple, no estamos acostumbrados a escuchar lo que se nos pregunta, y por eso contestamos respuestas incongruentes; mi naturaleza dramática afirmaría que más bien es porque no nos interesa lo que los demás dicen (o preguntan) y por eso no somos capaces de responder acertadamente, pero de cualquier manera terminamos en incongruencia.

Sigue siendo un problema de comunicación, escribimos palabras inentendibles, contestamos incongruentemente a preguntas sencillas, hacemos preguntas retóricas, ninguna pauta para entender al otro; aún más, ninguna posibilidad de entendernos a nosotros mismos, pues nada me hace creer que alguien que no sabe escuchar sea capaz de escucharse a sí mismo, y por eso vamos por la vida sufriendo y sintiéndonos solos e inentendidos, ¿quién, en su sano juicio, sería capaz de entender?

Atención al cliente


Hace rato me vi en la necesidad de llamar a la aseguradora del coche para pedir el número de referencia y poder depositar mi pago. Por supuesto, como TODAS mis llamadas dirigidas a atención al cliente, fue un fiasco y una molestia. Como era de esperarse, la amabilísima señorita (en este caso amabílisa señorita significa algo así como pinche vieja mononeuronal, apretada y anal-fabeta) me brindó todos los datos para pagar, pero en cuanto pregunté si ellos manejaban el "premio al buen conductor" (así pregunté, como si fuéramos niños en una escuela), me dijo que yo apenas estaba realizando el pago de mi cuarto trimestre, y que entonces no podía pedir esto; ¡Por supuesto! pensé yo, si lo que quiero es saber si lo manejan, no a partir de cuándo puedo pedirlo; volví a preguntar si podían darme informes de eso y amablemente (como mordida de pantera en lo más mío) contestó que hasta que fuera a vencer mi contrato ellos me llamarían y darían la información; ante esto, el ataque de neurosis burguesa comenzaba a invadir mi raciocinio y decencia, logré controlarlo un poco y me aventuré nuevamente a preguntar si entonces la empresa se declaraba incapaz de resolver mis dudas de manera general... ¡qué respuesta! me dijo que no, que tenía yo que esperar a que venciera mi contrato. ¿En qué mundo eso es un no? "claro que somos capaces de hacerlo, pero no tengo ganas de hacerlo, pues implicaría trabajar para justificar el sueldo que nos pagan y las prestaciones que gozamos". No pude contenerme, la bestia que tengo dentro despertó y sin ningún tipo de amabilidad, pero mucho desprecio contesté que entonces sí eran incapaces, nuevamente respondió con amabilidad que si así lo veía yo, sí eran incapaces, y colgó. ¡Sí, me colgó el teléfono! Fue una primera experiencia para mí, nunca me habían colgado, y he dicho cosas mucho peores... supongo que fue un pequeño paso para ella, pero un salto enorme para la comunidad call-center-a...

Es mi fatal destino (me tomo una licencia poética por este pleonasmo, pues todos los destinos son fatales) sufrir cada vez que hablo con ellos, parece que en los call-center les entregan una lista de preguntas y sus correspondientes respuestas y que cualquier enunciado que no pueda ser respuesto con la lista feliz los coloca en un abismo en el que nunca podrán salir, por lo que responden lo primero que se les ocurra, deseando que el cliente amistoso no se dé cuenta de que la pregunta hecha no ha sido contestada. Pensamiento mágico, tengo que decirlo, por lo menos yo siempre me doy cuenta de que no contestan y, como soy una persona empática, educada y ayudadora (jajaja), propongo una respuesta a mi pregunta, con la mejor intención de que la comprendan y a partir de ella puedan responder con certeza mis dudas existenciales. Tampoco sucede, se sienten agredidos, como si el subtexto (bastante más arriba que abajo del texto) fuera simplemente: a ver pobre pendejo, te voy a ayudar porque pareces demasiado tontito como para responder con un sí o un no a una pregunta cerrada. Como si yo alguna vez pudiera contestar con tales subtextos... qué ofensa...

Creo que el perfil para trabajar en atención a clientes, o en un call center es equivalente al que describen la Chichis y la Zota sobre los policías: ser un aborto de chango y tener el pito chiquito, mientras más chiquito, mejor (sic).
Nada más que decir.

lunes, 30 de marzo de 2009

Abreviemos, pues.

Por alguna extraña razón (o eso quiero pensar) las personas no adultas han optado por abreviar las palabras cuando escriben, lo he notado particularmente en cuestiones electrónicas (MSN, Hi5, Facebook y demás), pero desgraciadamente es una epidemia que se ha dispersado a todos los ámbitos de escritura. No sé si tenga que ver con la educación, o con la exigencia de las escuelas, pero es verdaderamente terrible ver que ya nadie usa palabras completas, ahora cambian letras y deciden que las reglas ortográficas no sirven, son sólo arbitrarias y ortodoxas. Por supuesto que lo son, de otra manera, no tendríamos un idioma, sino muchas cosas extrañas que deberíamos interpretar utilizando cualquier método mágico.

Me indigna mucho, tengo que confesarlo, odio que la gente ahora no te quiera, sino que te kiera, que escriban "muy" cambiando la "y" por "i", y que pretendan que uno debe entenderlo y respetarlo. Me niego rotundamente a respetar a alguien que no es capaz de escribir una palabra completa; lo aborrezco. Sé que existen reglas de abreviación, que podemos poner una "q" con una apóstrofe y que significa "que"; en mi profesión, es completamente legal escribir sólo "art." y la gente sabe que es un artículo (evidentemente de una ley), o "Const." por Constitución; también se permite, en la lengua española, abreviar las terminaciones en "ción" colocando una línea transversal en la "c". Eso está bien, es entendible (aunque, a mí eso me sigue pareciendo horrible), pero las abreviaciones que se usan ahora no respetan nada, ni siquiera un código entre las personas que las utilizan.

¿Por qué lo hacen? ¿cuál es el motivo para que alguien decida NO escribir una palabra completa? Si es porque así es más fácil chatear, me parece reprobable, siempre es mejor idea ser más rápidos al escribir, agilizar el movimiento de los dedos sobre el tablero. Yo no abrevio ninguna palabra y soy perfectamente capaz de chatear a velocidades cósmicas (otra licencia mágica-exagerada), no entiendo por qué los demás no lo hacen, me parece triste que la ley del mínimo esfuerzo se convierta más en la ley del cero esfuerzo, en vez de una necesidad o deseo de mejorar algún aspecto de nuestras vidas; es triste ver que la gente prefiere hacer las cosas mal en vez de aprender a hacerlas bien y rápido, y pasa en varios aspectos de la vida.

Sucede lo mismo con los acentos, no sé si la Real Academia de la Lengua Española modificó las reglas para acentuar (o las abrogó), pero son casi mitos urbanos, alguien alguna vez los utilizó en algún lugar del mundo, pero ya no parecen ser una regla u obligación de la escritura. ¿Cómo podemos, los que respetamos las reglas ortográficas y gramaticales, comprender el significado de una oración si las palabras que la componen no tienen acentos? los enunciados pueden perfectamente bien malinterpretarse y eso, en vez de agilizar la comunicación, la complica, corrompe y hace inentendible.

No es posible que la mediocridad social haya permeado a todos los ámbitos existentes, me avergüenza que la gente que aprecio no sepa escribir bien, sobre todo porque para mí la cultura y las buenas costumbres (en todos los aspectos) son tan importantes; pero lo más triste es que si uno les hace la anotación o comentario, lo toman como una agresión y afrenta personal, que sí, lo es, pero no por desprecio, sino por una necesidad de mejorar la comunicación (bueno, tal vez, y sólo tal vez, también es un poco de desprecio, pues una persona que no es capaz de expresarse correctamente, tampoco tiene un deseo o necesidad real de que el otro lo comprenda, y eso nos hace dudar que le sea importante expresar algo y que nosotros lo comprendamos).

Una amiga me comentó el otro día que soy muy ortodoxa y que pretendo que el mundo lo sea también, correcto en toda situación; pero no es tanto así, es sólo pedir un poco de decencia, para que así, cuando alguien quiera expresar aprecio por mí, yo entienda que "me quiere", pues yo no lo comprendo si me dicen que me kieren, no no no, Lacan diría que uno debe respetar la manera en que los otros se expresan, pues es así como ellos conciben el concepto de dicha palabra, pero ¡no! lejos de un diván, todas las palabras deberán decirse y escribirse como dicta la Real Academia, de otra manera, aceptaríamos vivir en una anarquía lingüística, y eso no es permitible; no quiero ni imaginar que el siguiente libro que escriba Juan José Millás (mi escritor de habla hispana favorito y más respetado) contenga estos nuevos vocablos; ni siquiera que cuando alguien me escriba güey, lo haga utilizando una "w" (en cabeza de quién puede caber que güey lleva "w", cuando ni siquiera es una letra utilizada en nuestro idioma, por no mencionar, que así no está reconocida como existente por la RAE), clamo por groserías y agresiones claras y correctas, de otra manera, en vez de agredirme, me hacen sentir lástima y desprecio por quien lo escribe.

Así pues, suplico a quienes me rodean, que escriban correctamente, para que nuestra relación esté basada en una comunicación clara, de otra manera, sólo puedo desear que una ¡plaga caiga sobre sus familias!

lunes, 23 de marzo de 2009

Pasando los pilastros

Hay personas en el mundo con una buena ubicación, es decir, podemos llegar a diferentes lugares sin perdernos o nortearnos; hay otro conjunto de personas (en las que orgullosamente me ubico) que tienen complejo de taxistas, es decir, son capaces de llegar a cualquier lugar, por las mejores rutas, inclusive sin conocer bien el destino. Además de tener dicha cualidad, siempre cargo la Guía Roji en el coche (sé que la mía no está actualizada, pero sirve y eso es lo importante) y cuando me dirijo a un destino desconocido, checo también por internet la mejor ruta. Odio perderme, siento que cuando me pasa, todos los que me rodean se dan cuenta y seré prontamente asaltada (tengo un pensamiento mágico-trágico constante), así que lo evito a toda costa.

Desgraciadamente, no estoy exenta de perdiciones. Una de ellas, que nos tomó casi dos horas, fuimos a casa de una amiga que vive en Tecamachalco, el croquis que nos envió era muy claro: tomas Palmas desde Periférico, te sigues derecho y en la primera (primera porque era la única calle en el croquis) das vuelta a la izquierda, y luego, en la siguiente (que también era la única) a la derecha, y ¡listo! Por supuesto, no fue así de fácil, ni siquiera fue fácil, terminamos casi en Toluca (esas frases exageradas que utiliza uno para martirizarse), y luego volvimos a bajar. Cada vez que pedimos indicaciones de cómo llegar, la gente nos decía que o no conocían la calle, o no tenían idea, pero que seguro el taquero sí; oh aventura encontrar al mugroso taquero de Tecamachalco, quien, además, ¡tampoco sabía! No estoy segura de cómo llegamos a su casa, pero cuando finalmente lo hicimos, me hizo sentir mejor saber que no era la única que se había perdido, de hecho, era quien menos tiempo había estado perdida.

¿Por qué? me pregunto yo, ¿por qué la gente da mal las indicaciones? ¿Se acabaron también las personas que cuando envían un croquis, envían en realidad la página de la Guía Roji escaneada? Es como en los pueblos, cuando preguntas cómo llegar a una casa, y te dicen que ahí en casa de Chonita das vuelta, te sigues y luego vuelves a dar vuelta para allá (ahí mueven su mano felizmente hacia la izquierda o derecha, según sea el caso), pasas la casa de Juanita, y donde está el perro dormido, ahí es. Nadie nunca ha llegado a su destino con esas indicaciones, sobre todo cuando no tienes idea de quiénes son Chonita y Juanita, y cuáles son sus casas.

Esta reflexión rupestre me recordó aquella aventura michoacana que Ángel y yo vivimos hace 5 años. Mi familia putativa (es decir, la familia de mi madre putativa) tiene una casa en Tiríndaro, bellísimo pueblo en Michoacán, en el Municipio de Zacapu (es decir, rodeando, en algún lugar, el Lago de Pátzcuaro), a la que llevé en una ocasión a Ángel. Por supuesto, conocer Tiríndaro no implicaba aventura alguna, así que decidimos ir a Quiroga (por carnitas) y a Pátzcuaro (por helado de pasta), pero, de regreso, algo pasó, tal vez el enamoramiento, el fondo musical o los astros, y nos perdimos. Completamente perdidos en la noche, en una carretera en zig-zag, que no parecía llevar a ningún lugar. Al llegar a un bello pueblo decidimos pedir indicaciones, las cuales una bella señora dos dio: se siguen derecho por esta, y cuando lleguen a los pilasttros los cruzan, y ya están otra vez en la carretera, y ahí a la derecha llegan a Zacapu. Yo, amablemente agradecí las indicaciones, y al subir la ventanilla del coche, Ángel me preguntó qué eran los pilastros, yo, traté de ocultarlo, pero no pude más que reír y confesar ¡Que no tenía idea de qué era un pilastro! Esto, por supuesto, trajo una pregunta suya: entonces, ¿por qué no le preguntaste? La respuesta sigue siendo vergonzosa, me dio pena. Lo confieso: Soy Ariadna, soy intelectualoide, y no pude confesar ante una extraña mi ignorancia. Reímos mucho de vergüenza los dos, y sobre todo de ignorancia, cuando, de repente, así como si el cielo se hubiera abierto para iluminar nuestro camino (cual Mar Rojo ante Moisés) los divisamos: dos pilastros. No era nada extravagante, ni siquiera bonito, eran, en realidad, dos macetotas, ¡los pilastros eran dos macetotas feas en las orillas de la calle! Reímos mucho más, nuestra ignorancia había sido sobrepasada por la capacidad poética de la buena señora y, a partir de entonces, cuando alguien nos pide indicaciones de cómo llegar a algún lugar, yo pienso: pasando los pilastros a la derecha.

Ay amor, ya no me quieras tanto...


El cine de oro mexicano era para mí, hasta hace un año, un misterio, no había visto ninguna película de Pedro Infante, Jorge Negrete, Cantinflas, o Mauricio Garcés. Sabía de su existencia, e inclusive los títulos de algunas películas, pero mi educación no me permitía verlas (mi papá todavía se estremece cuando piensa en que podría ver alguna); sin embargo, muchas de ellas influyeron en mi vida de manera indirecta.

Crecí en un ambiente bolerezco, mi abuelo siempre ha escuchado el Fonógrafo y cantado (con la entonación que nos caracteriza) todas las canciones. Creo que sólo dos veces en mi vida he escuchado una versión grabada de Amorcito Corazón, y por supuesto, no tenía idea de su procedencia. El año pasado, tuve el valor de ver Nosotros los pobres y, tengo que confesarlo, me fascinó, un melodrama maravilloso, lleno de trágicas historias, con actuaciones cuasi-fársicas (porque no creo que nadie haya hablado así alguna vez ni que esa sea una actuación realista) que cautivaron cada segundo mi corazón necesitado de tragedia. Poco tiempo después, vi Pepe el Toro (sé que debí ver antes Ustedes los ricos y Los ricos también lloran, pero esas no las tenemos) y sentí lo mismo, un amor edípico hacia Pepe el Toro cantando el Oso Carpintero y mucho dolor en cada escena trágica.

Ahora, con conocimiento de causa, puedo decir que son películas maravillosas (repito, en su matiz cuasi-fársicas melodramáticas), y esto me ha llevado a ver otras más, como Dos tipos de cuidado, película que me hace desear que dos hombres peleen por mí cantándose (sobre todo en esta época de pistolas y ningún respeto a las reglas de duelo).

Curioso es que muchos boleros hayan sido cantados en estas películas, y que sea así como la gente las recuerda y ubica, porque yo no, para mí son las canciones que mi abuelo desentonaba todas las tardes y fines de semana. Esta fue la causa de que, un día, mi realidad fuese golpeada con ignoranci: cantaba yo "ay amor, ya no me quieras tanto" (es todo lo que me sé) y Ángel comentó que ese también era un bolero de las películas del cine de oro, ¡no lo podía creer! veintitantos años de ingenuidad me golpearon, siempre pensé que eso era una composición más de mi abuelo (compone todo el tiempo, por supuesto, no de manera profesional o siquiera decente), no un bolerito que alguien más había compuesto y otro buen hombre hecho famoso. Era una afrenta a mi bagaje familiar, a los pilares que tanto se defienden en mi familia.

Todavía siento un relámpago de vergüenza cuando lo recuerdo, tantos años que fui por la vida pensando que mis cantos eran una composición más de Chucho Valdés, sin darme cuenta que mi falta de cultura cinéfila me creaban un universo de ignorancia que alguien como yo (pretenciosamente intelectual) no puede permitirse.

Aún no he podido comentarle a mi abuelo que conozco la verdad, temo que esto pueda afectar la visión que tengo de él (es decir, que él lo sepa, porque mi visión ya ha cambiado), y no creo tener el valor de hacerle eso, de vivir el resto de sus días sabiendo que yo sé que él no es el gran compositor musical que yo siempre he creido que es (repito, que él cree que yo creo que es); así pues, sigo cantando "Ay amor, ya no me quieras tanto" pero ahora con una representación más melodramática, no sé si por que conozco la verdad, o porque estoy preparando mi audición para la siguiente película de Pedro Infante...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Los poderes mágicos del claxon

Yo, como cualquier persona que viva en esta ciudad, sabe del caos víal y las terribles consecuencias que éste tiene en nuestras vidas. Debemos dedicar mucho tiempo en trasladarnos de un lugar a otro, y siempre tenemos que estar preparados para cualquier imprevisto. Un factor común en un embotellamiento, es la presencia del claxon, ese sonido espantoso que todo coche tiene, para avisar a los demás conductores su presencia. Es maravilloso su poder, o por lo menos la confianza que la gente le tiene, tocan el claxon cuando está completamente atascado un cruce (digamos, el que me tocó ayer, División del Norte y Xicoténcatl) esperando que por el simple sonido, el resto de los automóviles desaparezcan (cual el hada madrina de Cenicienta,, bidibi babidi buuu!!!). Esto no sucede, tengo que decirlo: el claxon sólo sirve para molestar al resto de los conductores que ya de por sí sufren en el embotellamiento.

A mí no me gusta mucho usar el claxon, otra hada madrina me confesó que no sirve para desaparecer coches, así que sólo lo uso de manera terapéutica en el embotellamiento; no puedo mover a los tontitos que estorban, pero sin duda me libera del estrés ocasionado por la pendejez social, y resulta mucho más seguro que bajar la ventanilla y gritarles, o inclusive que salir del coche y golpearlos. Mi hada madrina no me ha concedido poderes super poderosos aún, así que me conformo con los poderes terapéuticos que provee.

viernes, 13 de marzo de 2009

¡Antes muerta que abogada!


Estudié derecho, así es, DERECHO, y desde que empecé a estudiar, me he topado con una situación molesta cual mordida de pantera en lo más mío: hacerle entender a la gente que estudié derecho, no abogacía. Por alguna razón que desconozco, la sociedad cree que cuando uno estudia derecho, estudia para abogado y no es cierto, el mundo profesional del abogado es bastante variado; ya licenciado (porque antes sin duda las opciones son reducidas) se puede trabajar como juez, servidor público, investigador, profesor, legislador, asesor, etc.

Un abogado, como tal, es el que litiga (por decirlo de manera coloquial, pues tampoco litiga tal cual), quien lleva casos y demás. Todos los demás no son abogados.

También me he topado con gente que me pregunta si estudié leyes, como si las del derecho fueran las únicas que existen; deberia yo decir que sí estudié leyes, que soy físico (ja ja ja). Pero, regresando a la abogacía ¿por qué? ¿por qué la gente me dice abogada? Sé que no entienden las implicaciones que esta aseveración implica, y por lo tanto, me he visto en la terrible necesidad de explicarla: un abogado es aquella persona que estudió derecho y se dedica a los juicios (representa a una de las partes en conflicto.

En el ejercicio de la profesión, el abogado de se encuentra, en muchas ocasiones, ante un dilema de justicia (que entienden como el eterno dar a cada quien lo que es suyo); dependiendo de la persona que defiendan, su interpretación de justicia será diferente, y puede suceder también que en otro juicio representen a una persona que se encuentra en una situación igual a la contraparte de otro juicio que llevó, y apelen por lo contrario. ¿Dónde quedan los principios? ¿Cómo manejan la justicia? Fácil: como las prostitutas, en realidad no tiene que ver con el qué, sino con el ingreso, uno vende su materia de trabajo (el cuerpo en el caso de las abogadas, los principios en el caso de los abogados) al mejor postor.

Yo no podría hacer esto, nunca sería capaz de doblar mis principios y representar a alguien en un juicio que atentara contra ellos, por eso, no puedo ser abogada, no puedo venderme, ni por todo el dinero del mundo. Así que, le digo a todas las personas que me conocen: no soy abogada, nunca lo seré, y resiento a cualquiera que me llame así, cual si me dijeran que soy una prostituta ( y con la indigación de no poder llegar a trabajar, como abogada, en plataformas transparentes y minivestidos).

En la cara no, que soy actor


Las generalizaciones siempre me han parecido tontas y fuera de realidad, es prácticamente imposible generalizar el comportamiento de un grupo de personas, puesto que cada una de ellas es siempre diferente (por lo menos en algunas cosas). Aún así, he descubierto que hay conjuntos que guardan ciertos patrones de comportamiento, que podríamos hasta cierto punto ver como una generalización. Entre estos grupos están los actores de teatro (es importante decir que de teatro, no cualquier actor).

Por Ángel, he conocido muchos actores, y he convivido con ellos bastante, y casi todos ellos tienen un patrón en común (del cual se desprenden los demás): todos creen que su profesión es la única que implica pasión, amor, sentimientos y entrega. El argumento suele ser que el desempeño de su profesión lleva implícito el manejo de emociones y sentimientos y, podríamos decir, la capacidad para jugar a ser otra persona diferente, por un tiempo determinado.

Cada vez que escucho la primera explicación, me pregunto si se darán cuenta de que existen otras profesiones en el mundo, pues yo he conocido profesionistas que se entregan a su trabajo con pasión, amor y sentimiento, que ven el trabajo no sólo como eso, sino (en palabras de mi padre) como hacer lo que les gusta, y que además les paguen; también pienso en todos los profesionistas que se dedican a la psiqué, quienes verdaderamente trabajan con emociones y sentimientos reales (pues trabajan con pacientes que día a día vuelcan ahí su sentir y paceder, real, latente) y cuyo trabajo puede afectar la vida del paciente, de manera positiva o negativa.

Por el otro lado, jugar a ser una persona diferente, siempre me ha sonado a esquizofrenia, ¿quién si no alguien con personalidades múltiples puede ser otra persona? Sé que existe el importante detalle de que un esquizofrénico no decide quién ser y cuándo serlo, a diferencia del actor, que en cualquier momento puede volver a ser él (sigue sin convencerme eso, pero concedamos). Después de ver mucho teatro, he notado que no todos los actores son capaces de actuar personajes completamente diferentes, que la mayoría tienen rasgos en común o incluso parecen una versión del personaje anterior. Sé que esto tiene que ver con que finalmente son una persona representando un personaje, y que si fueran capaces de dejar de ser ellos mismos completamente, implicaría un problema de psicosis; aun así, hay actores que, sin dejar de ser ellos, pueden crear personajes que no se parecen al anterior, como si fueran una persona completamente nueva.

Eso me gusta mucho, que los personajes sean más seres independientes que creaciones de un actor. Pero, este fenómeno no me parece exclusivo de los actores, los médicos se disfrazan de bata blanca y estetoscopio para trabajar, los abogados de traje sastre, las enfermeras de uniforme blanco (incluidas medias y zapatos), los militares de uniforme militar, así como quienes piden limosna, de ropas sucias y desgastadas. Todos actuamos un personaje en nuestras profesiones, no podemos ir por la vida siendo y diciendo lo que pensamos (mucho menos cuando estamos en ámbitos profesionales) sin que tenga consecuencias, debemos ser quien la sociedad nos pide que seamos, según la profesión y el puesto que tenemos.

Después de analizar los argumentos actorales, termino siempre en la misma conclusión: su profesión no tiene nada de especial. Y entonces, ¿por qué se comportan como si fueran hijos de los dioses? No lo entiendo, pero me molesta la incongruencia de sentirse especial, pero no hacer nada por serlo. Creen que son demasiado (sí, demasiado) para los mortales, y que por ello merecen un trato especial, de ahí la famosísima frase: en la cara no, que soy actor. Y yo, que he decidido compartir mi vida con uno de ellos, no tengo más remedio que pegarle en el cuerpo...

jueves, 12 de marzo de 2009

Puntualidad


De conformidad con mi línea educativa, la puntualidad es un pilar de la buena educación. Cuando uno acuerda verse con otra persona a una hora determinada, lo correcto es asistir a esa hora, puntualmente; sin embargo, parece que la puntualidad es parte de los conceptos incomprensibles para el mexicano.

Los argumentos que me han dado sobre por qué la gente llega tarde, son tan variados como los minutos de retraso con los que asisten: había mucho tránsito, no calculé bien el tiempo, hago mi mejor esfuerzo pero me cuesta mucho trabajo llegar a tiempo, o simplemente lo siento (por no mencionar a aquellos que ni siquiera tienen consciencia de que llegaron tarde). Todos estos argumentos para mí resultan increíbles por ser completamente ilógicos, por supuesto que hay mucho tránsito, en esta ciudad TODOS los días hay tránsito y manifestaciones, y las rutas suelen incluir calles o avenidas cuyo tránsito es siempre aterrador. Esto se aplica también al mal cálculo, cualquier persona que calcule sus tiempos como si fueran las 3 de la mañana en lunes carece de raciocinio; a ningún lugar puede llegar uno en menos de media hora (salvo que las distancias verdaderamente sean cortas, cosa que tampoco pasa comunmente). El argumento del esfuerzo, utilizado siempre por una conocida, me parece maravilloso, si uno hace el esfuerzo, ¿cómo es posible que no logre nada? Cada vez que me esfuerzo y no logro mi propósito me siento frustrada y la siguiente ocasión hago hasta lo imposible por conseguir mi meta, sobre todo cuando es algo tan sencillo como llegar puntual.

Siempre me he preguntado por qué resulta un reto a la calidad humana de las personas llegar a tiempo, parece como si los dioses confabularan para que esto resulte tan complejo como el regreso de Odiseo a Ítaca. No lo entiendo, para mí es sencillo hacer cálculos y llegar a tiempo; considero la hora, el lugar y la distancia que hay entre ese lugar y donde yo me encuentro, analizado la ruta que tomaré, y en función de eso realizo el cálculo de tiempo que me tomará llegar puntualmente. Son pocas las ocasiones en que llego tarde, y muchas de ellas por situaciones que me fue imposible preveer (un choque que ocupa varios carriles de Calzada de Tlalpan, por ejemplo), pero siempre me molesta ser impuntual, y por ello procuro avisar a quien me espera que llegaré un poco tarde.

Mi abuelo siempre ha dicho que ser puntual es importantísimo, llegar tarde es una falta de respeto a la otra persona, pues creemos que podemos utilizar su tiempo a nuestro gusto, y esto no está bien. Yo estoy de acuerdo, dejar a alguien esperando es una manera de decir que no nos importa su tiempo ni respetamos su persona, pero esto nos lleva a pensar el por qué. Si en verdad esa persona no nos respeta, ¿por qué lo seguimos viendo? ¿por qué lo esperamos? Me parece que también es una manera de no respetar nuestro tiempo y a nosotros, y eso nunca sienta bien.

A Jesús Andrés (mi hermano menor) le fascina la frase que utiliza Ángel para tomar un descanso: regreso en 5 minutos mexicanos. La primera vez que Jesús escuchó esa frase tenía 7 años y no comprendía a qué podía referirse con eso de que el tiempo puede ser mexicano o extranjero, cuando le expliqué quedó fascinado, al grado de realizar un cálculo sobre la equivalencia: 5 minutos mexicanos equivalen a 15 minutos ingleses, 15 mexicanos a 45 ingleses, y así sucesivamente. Como buen pequeño científico, decidió hacer conversiones de tiempo sobre todas las actividades que realiza la familia, y calculó que Adriano se tardaba en estar listo 30 minutos mexicanos, su mamá sólo 15 minutos ingleses, yo 10 minutos mexicanos, Hugo toda una eternidad, igual que mi papá.

Adriano, por su parte, tiene un concepto muy extraño de la puntualidad, si hay una comida a las 3, él está listo desde las 10 de la mañana, sólo que mientras espera, realiza otras actividades. Cuando llega la hora de salir, él grita: sólo me meto a bañar y nos vamos. ¡No lo entiendo! Si ya estaba listo desde antes, ¿cómo es posible que necesite meterse a bañar? ¿qué no conoce el concepto "estar listo"?

Obviamente, yo llego puntual a mis compromisos, pero esperar a la otra persona siempre me resulta estresante y molesto. Más de 10 minutos ya crea en mi un enojo hulkesco, lo cual tampoco me parece educado, pues si estoy esperando, es porque acepto que el otro puede llegar tarde y esto cancela mi derecho de molestarme. Para evitar ataques de ira en público, decidí llevar siempre un libro conmigo, así puedo leer mientras hago tiempo, y éste no pasa ni tan lento ni de manera molesta. He notado que varias de mis amigas tienen la misma costumbre, llegar con un libro por si hay que esperar (irónico que lo hagan conmigo, cuando mi puntualidad es tan famosa). ¿Será porque todos conocemos la inminencia de la impuntualidad y hemos decidido aceptarla? O, simplemente, uno cede un poquito con la ilusión de que el otro, un día, pronto, será capaz de no hacernos esperar.

Mientras esto sucede, seguiré cargando mi libro...

jueves, 5 de marzo de 2009

Introduccion al pequeño manual de buenas costumbres

Mi madre es una mujer muy correcta, fue educada con Manual de Carreño, y así nos educó. Desde pequeños aprendimos reglas sobre cómo comportarse en sociedad (supongo más bien que en un sector de la sociedad, porque en otros uno se comporta completamente diferente), y yo las he aplicado "siempre" (no confesaré cuándo no ha sido así).

Tiene poco que me mudé a vivir sola (sin familia, porque sola no, vivo con Ángel), y con la emoción, invitamos a muchos amigos a echar unas chelas, cenar, y cosas asi. Descrubí en casi todas estas reuniones, que la gente no sólo no conoce el Manual de Carreño y sus instrucciones, sino que además no tienen un mínimo de decencia aceptable. Un amigo que vino varias veces a la casa, nunca comprendió que cuando el anfitrión bosteza es hora de irse, se quedaba hasta entrada la madrugada, sin empacho alguno, esperando que yo le pidiera que se fuera, cosa que nunca pude hacer; mis buenos modales me impiden correr a alguien de mi casa. Además de este amigo, descubrí que otros también tienen esa costumbre, quedarse en tu casa hasta que tú les insinuas (sutil, o poco sutilmente dependiendo de qué tanto NECESITAS que desaparezcan) que ya es hora de irse.

Carla, mi cuñada brasileña, un día que vino, me pidió que le abriera la puerta, pues en Brasil que el invitado abra la puerta de casa del anfitrión significa que no va a regresar, que ha sido "corrido" y no es bienvenido ahí. Me pareció una costumbre lógica, pero también, me causó conflicto, pues para mí, abrirle la puerta era como pedirle que se fuera.

Una muy querida amiga, fue educada con las mismas buenas costumbres y civilidad que yo, y cuando le platiqué todo esto, estuvo de acuerdo conmigo: la gente no tiene buenos modales. Ella, siempre que llega a una casa lleva algo, sabe a qué hora irse, y por supuesto, sabe comportarse todo el tiempo.

Como consecuencia a todas estas situaciones, y para evitar futuros problemas, porque yo he perdido las ganas de tener invitados en casa, he decidido hacer un pequeño manual.

Pronto se los haré llegar.

Sarcasmo

¡Qué bonito es el sarcasmo! Eso pienso yo, que no hay como contestar a una pregunta ofensiva o tonta con una respuesta sarcástica, que te coloca en una situación ventajosa. Desgraciadamente el interlocutor debe tener un mínimo de coeficiente intelectual para poder comprenderlo, y esto no sucede con la regularidad que un alma sarcástica necesita. Básicamente, cualquier persona que no entiende el sarcasmo, te agrede diciendo que eres tonto por contestar algo así, que cualquier persona pensante sabría que la respuesta que das es idiota... irónico ¿no? ¡Así, consigues sarcasmo e ironía en una sola conversación!

Recuerdo una ocasión en que Ángel le dio un "besito" al coche que estaba frente al nuestro. Los dos muchachos se bajaron a ver qué había pasado y cuando vieron que era un rayón, le dijeron a Ángel que tenía que pagarles. Las agresiones fueron interesantes, la chica (que no venía manejando) le preguntó varias veces que si era pendejo, y él, hombre flemático, evadió la respuesta. Me bajé del coche para ver qué pasaba y me dijo la inteligente, que teníamos que pagarles.

La discusión sobre el pago y mi propuesta de llamarle al seguro se alargó un poco, ellos querían efectivo, y yo quería utilizar mi seguro (para eso lo pago). Cuando, desesperada, le contesté que estaba bien, que le pagábamos, pero que no teníamos efectivo, contestó que podíamos ir al banco, pero ¡no! ellos argumentaban que no podían perder su tiempo (ni el nuestro ¿?), así que yo le pregunté si traía una terminal electrónica para hacerle el pago con tarjeta. La respuesta fue maravillosa, contestó que no traían, me preguntó si era yo medio pendeja, porque nadie trae una terminal electrónica en su coche... Oh maravilla, pensé yo, esta chica no ha notado que es sarcasmo, que evidentemente no les íbamos a pagar (porque además, ni en la tarjeta teníamos dinero); y no sólo no había notado que era sarcasmo, sino que había pensado que yo era la tonta por proponer cosas imposibles.

Siempre sucede, cuando alguien te ve con un nuevo corte de cabello y te pregunta si te lo cortaste, la única respuesta posible es sarcástica. Por alguna razón, que no alcanzo aún a comprender, las personas tienden a hacer preguntas sobre situaciones obvias, en vez de afirmar que lo han notado, o emitir una opinión al respecto. Está bien, no siempre sucede, existen raros casos de personas que sí pueden hacer una anotación correcta, como: me gusta tu nuevo corte de cabello; pero estos son los menos.

Me encantaría vivir en un mundo donde las personas no necesiten hacer preguntas tontas, para que así el sarcasmo fuera utilizado sólo en situaciones especiales hacia personas particulares. Pero, confieso que esto tiene una desventaja, si la gente no se expresara incorrectamente (o tal vez correctamente, porque su capacidad no da para más), no podríamos reirnos tanto de la estupidez social y eso sin duda sería triste.

martes, 3 de marzo de 2009

Es el espacio inmóvil lo que nos hace viajar en el tiempo

Es impresionante cómo algo tan cotidiano, tan diario y mecánico, se puede volver un simple recuerdo perdido en la memoria. Aquella casa donde viví toda mi infancia, el olor, los 49 escalones que tenía que subir cuando el elevador estaba ocupado, mi ventana con vista al Estado Azteca y detrás, el Popo y el Iztla. Ahora no son más que un destello en mi memoria, que cuando decide visitar el presente, me pone la piel chinita y me hace rechinar los dientes.

Pero no es todo. Mis tardes en el centro de Tlalpan, con café y amigos, las caminatas a casa de Ale o Celeste. Todos los martes y jueves caminando a las 6 mientras reflexionaba sobre mi visita a terapia, alzando la mirada y respirando profundamente, sientiéndome afortunada de ver un atardecer de primavera, verano, otoño y, tal vez, invierno.

Sin tornado ni zapatos rojos tengo los mismos recuerdos fugaces de los indescriptibles atardeceres de Kansas, el viento, cálido en verano y helado el resto del año, que danzaba con el polen de los girasoles. Una tarde con helado en el jardín de Brian, esperando ansiona el término del invierno real para poder ver las rosas de tan buena fama.

Recuerdo con nostalgia mis tardes, noches y ocasionales mañanas en la Toriello Guerra, los parques que solía visitar con Ale, mi hermano y mis perras. La sensación de que alguien toca o puede tocar mi ventana... poder adivinar quién sería.

Ahora salgo todas las mañanas de casa de mis abuelos, y al ver el jardín y las casas donde solía haber pasto, me veo ahí, de niña, jugando, riendo y llorando. Suspiro siempre y bajo la mirada esperando que esos recuerdos no desaparezcan, porque entonces, tal vez, yo ya no esté para recordarlos.

Siempre termino preguntándome si alguien también los recuerda, si sonríe al pasar por mis casas o donde solíamos vernos, por un olor, una risa, un graznido, un comentario, o la simple sensación del viento que nos hace sentir acompañados. No lo sé, tal vez nunca pueda saberlo, y tal vez por el miedo a no olvidar y dejar de sentir, soy yo la que en cada esquina, lugar, olor, sensación o sentimiento, tiene un fugaz recuerdo de lo que alguna vez fue el presente. Mi presente.
Mayo 2003

Notas al pie de las ferhormonas

Cuando le comenté a Adriano que iba a escribir su teoría de las ferhormonas, me dijo que no la recordaba, al contársela, me dijo que no era cierto, que él no podría crear una teoría de ese tipo, pero que si así había sido, cambiaba su argumento o causa.

Ahora, explica que ha dejado de usar desodorante porque éste con el tiempo, no sólo no evita la sudoración, sino que la aumenta. Hizo un recuento de todas las personas que conoce que han usado regularmente desodorante y que ahora sudan más. En su experiencia, algo similar le ocurrió con la magnesia. Antes de comenzar a escalar, sus manos nunca sudaban, pero después, por ponerse magnesia para no resbalarse, sus manos comenzaron a sudar, y ahora sudan (en sus palabras) como cerdo.

Por esto, ha decidido no usar desodorante, para evitar una vida adulta con círculos de sudor en la playera. ¿Será cierta su nueva teoría?

Reivindicación

Ángel se siente agredido por mi anterior escrito, por lo cual, pido una sincera disculpa. Él es, afirmo rotundamente, intelectualoide con miras a intelectual. Se dedica al teatro, y es un artesano musical (porque no crea música, sólo repite las obras de arte que otros han compuesto). Le gusta leer, aunque tampoco lee el periódico ni revistas especializadas, ama el teatro, y ultimamente escribe (todavía no sabemos qué, pues no nos permite leer sus creaciones).

Sus amistades de la infancia no lo definen, de hecho, ni siquiera él los considera amigos, son sus antiguos amigos, ésos con los que entrenaba gimnasia cuando aún era un mozalbete. Ahora no tiene nada en común con ellos, se mueven en círculos sociales distintos, y quieren cosas diferentes de la vida.