jueves, 28 de junio de 2012

Ándale, es para convivir


Para mí, la hora de comida durante la jornada laboral es un lapso para descansar, comer y hacer lo que quieras, vamos, que es un momento en el que eres libre de tus obligaciones laborales. No hay más, no es complejo, es así de sencillo.
En los trabajos anteriores en que he estado, sin importar el tamaño de la empresa, cada quien hace de y con su hora de comida lo que le viene en gana, que para eso es. En la empresa pasada en que trabajé, comía con dos chicas, con una de ellas todos los días, pero no era una obligación hacerlo, es más, yo bajaba más temprano que ella para encontrar un buen lugar, y ella bajaba a la hora que podía. Así era, comíamos juntas siempre que tuviéramos ganas de hacerlo y, si no, no pasaba nada. Recuerdo un día que decidí no comer ahí, porque no me sentía de humor, simplemente no me aguantaba yo sola y sabía que sería una pésima compañía para comer, y que no debía hacerle eso a mi amiga.
Ahora, en el nuevo trabajo, todo funciona diferente. El viernes salimos temprano, así que cada quien come donde quiere. El resto de los días, es un poco más complejo. El día que entré me dijeron que lunes y martes cada quien traía su comida o pedía y comían en la oficina, y que miércoles y jueves salían a comer.
Yo, que soy una mujer avara y controladora, siempre hago de comer para los días de trabajo, y lo prefiero porque es, además, más fácil hacer dieta así (por no mencionar que es más barato). SI hago un análisis a conciencia, creo que no me gusta salir a comer, entre el tránsito y el estrés de la ciudad, siento que me canso más, en vez de descansar y distraerme. Así que, soy completamente partícipe de comer en el trabajo sola o acompañada.
Ahora, llegado el momento de relatar los sucesos de hoy, puedo contar que bajo la insistencia de los compañeros de trabajo, acepté salir hoy con ellos a comer sushi (hágase nota de que no como sushi, odio la sensación del masacote en mi boca), me di cuenta que sólo puedes decir que no un número delimitado de veces, y que ahorita, que estoy empezando aquí, no era bueno alejarme. Así las cosas, estábamos todos hambrientos y listos para salir a comer, cuando uno de ellos menciona que habrá semifinal de futbol y que deberíamos ir a verla. NI MADRES, pensé yo a gritos dentro de mi cabeza: sushi y futbol juntos, pero ni si me ofrecieran baro de por medio. Y no sólo eso, además se les ocurre que deberían de ir mejor a la cantina del Camino Real (hotel), porque ahí seguro hay lugar y pueden ver el partido. HÁGANME EL PUTÍSIMO FAVOR: futbol-caro-todos juntos. Bueno, que ni que fuera parte del trabajo.
Sí, nadie entendió que yo simplemente no quería ir, que no me gustan ni el futbol ni el ambiente que genera en el espectador. Que además me caga la madre pagar un montón de dinero por una comida que no quiero comer, sólo para estar con ellos, para formar parte del grupo. Es que lo escribo y vuelvo a molestarme, está mal, simplemente mal que esas sean las condiciones: alguien más decide qué hago yo con mi dinero, en qué tipo de comida y lugar lo gasto, pues son requisitos para ser aceptado en un grupo…
No, no, no, por donde lo vea me indigna. Es que es el colmo que en todos los grupos sociales es indispensable que uno se sacrifique, se ponga en situaciones incómodas o deba dar más de lo que le resulta lógico y sano dar. ¿Por qué? ¿Es justo esta la razón por la cual las relaciones de todo tipo terminan tan mal?
¿Qué nadie se ha dado cuenta?

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¿Soy sólo yo?