jueves, 24 de enero de 2019

Con la edad...

Hasta que cumplí 37 años (es decir, hace unos días) pensaba que, con la edad, me convertiría en "señora", en una mujer adulta, en algo que (aún) no era. Como si la edad, el tiempo y lo transcurrido en él, fueran a hacer de mi otra persona, a cambiar ciertos rasgos, conductas o gustos, como si esa que yo era/soy fuera pasajera, el "mientras" me hago adulta.

No sé bien si es una idea que saqué de mi familia, de ver a las mujeres (ya adultas) en mi familia, en cómo se comportaban a cierta edad, y que eso me hizo pensar que yo, igual que ellas, sería así a esa edad; tal vez, es una cuestión cultural o de educación, que uno deja de ser adolescente y se convierte en un adulto responsable porque así debe ser, porque es lo esperado, porque hay que madurar, por lo que sea.

No lo sé. Lo que sí sé es que, más bien, yo no me he convertido en esas mujeres, ni en esa idea que tenía de una mujer adulta, vaya, ni siquiera soy señora (y ya casi voy a cumplir cuarenta).
Tengo casi cuarenta y no me he casado, lo cual no está mal porque me gusta mucho la soledad, vivir sola, y porque sólo he conocido a un hombre con quien creí que podría vivir feliz y sin pelear (es decir, un buen candidato para casarme... salvo por el hecho de que él decidió que no quería estar conmigo porque le incomodaba nuestra intimidad y porque "no teníamos futuro"... vaya diferencias de percepción, gracias, Lacan). 

Además, nunca he querido tener hijos, ya me hicieron la salpingoclacia y, consecuentemente, no tendré una familia; lo cual, al mismo tiempo, hace que encontrar, buscar o estar con un hombre no implique prisa alguna.

Ninguna de las ideas de mujer adulta que tenía implicaba esto: estar sola. Recuerdo que mi mamá a mi edad tenía ya 10 años divorciada, pero era eso: una mujer divorciada y con dos hijos. Yo no soy ninguna de las dos.

También pensaba que, a los treinta, ya me habría quitado el arete del ombligo y los "extras" de las orejas, porque las mujeres adultas no los usan. Pero no sólo no pasó, sigo usándolos todos (no he encontrado una razón para quitármelos, así que siguen aquí, ya con 20 años en mi cuerpo) y, después de los 30, comencé a tatuarme (bueno, fueron dos sesiones para seis tatuajes y una tercera para quitar dos anteriores y poner uno nuevo). Sin duda, las mujeres adultas de mi cabeza no se tatúan a esta edad.

Sigo usando las uñas pintadas de negro, azul, morado, blusas de tirantes, escotes, blusas sin espalda, mini-mini faldas, botas, pantalones a la cadera... esas cosas que estaban de moda cuando fui adolescente. Modas que, también, pensé que de adulta dejaría de usar, que comenzaría a vestir como mujer adulta exitosa-ejecutiva- formal. Pero no pasó. Mi trabajo (clínica psicoanalítica) me permite vestir como se me da la gana, mi cuerpo (para mis estándares, no pretendo generalizar ni esperar que todas se vistan como yo o sigan mis tontos estándares) me permite ahora, más que antes, usar mini faldas, enseñar las piernas, la espalda, los brazos. No sólo no dejé de usar esa ropa, sino que ahora la uso mucho más feliz y segura que en mis veintes (que pasé, en su mayoría, con sobrepeso... a diferencia de mi adolescencia, en la que estaba súper flaca y curveada).

Tal vez, con la edad, me he vuelto un poco menos agresiva, un poco más sabia, con más ganas de perdonarme y perdonar a los demás, de entender (a ellos y a mi); pero sigo teniendo el mismo sentido del humor, sigo diciendo groserías, haciendo chistes vulgares, hablando como si no me importara quién me escucha (no me importa, nunca me ha importado), no siendo capaz de controlar el volumen de mi voz, diciendo cosas fuera de lugar.

Ahora, a la mitad de mi vida, caí en cuenta que, ser adulta tal vez no se trata de dejar de ser yo, sino lo contrario: ser más yo, ser yo sin importar el otro, sin considerar expectativas, demandas y necesidades impuestas. 
Tal vez, ser adulta es poder estar en paz con esto, y no soltarlo. No dejar las botas ni aunque "sean para chavos", no dejar de reír a carcajadas, no dejar de disfrutar el tiempo y espacio sola, no dejar de vestir como me gusta, de decir lo que quiero, de sentirme.

Tal vez, ya tiene mucho que soy una mujer adulta, que soy, Ariadna, sólo que no me había dado cuenta de que esto es lo que habrá.

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¿Soy sólo yo?