miércoles, 11 de julio de 2012

Como mujerzuela barata


No soy un fulano con la lágrima fácil, como dice Sabina, aguanto vara y no suelo mostrar mis emociones en público, esa no soy yo. Tengo una tía que antes que otra cosa, ante un accidente o tragedia o lo que sea, se suelta a llorar y ya, no hay cómo hacer que reaccione, se apendeja completamente porque está llorando. Mi prima, su hija, es igual, un pinche mar de lágrimas. Una lata.

Por otro lado, mi mamá casi no llora, es macha y fuerte y no se anda con esas sensibilerías de cuento de Jane Austen (o de peli de Disney). A mi abuela materna (esa que tanto tanto quise y me cuidó y murió hace poco) sólo la vi llorar dos veces, cuando murió un sobrino que ella había cuidado como si fuera su hijo, y en otra ocasión, cuyo motivo no recuerdo, pero sí a ella llorando.

En cambio, mi papá, es un sensible. Quesque no llora y se aguanta para lo físico, pero en lo emocional, llora como Mujerzuela barata (frase que escuchó de un amigo suyo, un personajazo, de nombre Roberto Salcedo, de quien, tal vez, un día escribiremos algo); llora con las películas, con las muertes (obvio, que tampoco es un insensible sin lagrimales), con esas causas que repercuten en las emociones.

Yo, como ya dije, no soy emocional en público, odio llorar en lugares públicos, y odio hacerlo frente a mis amigos; si estoy llorando y me abrazan, inmediatamente paro de llorar, no puedo lagrimear a gusto, nada más no se me da. En cambio, y he aquí lo patético, lloro SIEMPRE con las películas sentimentales en los finales felices, cuando los amados no terminan juntos, cuando alguien muere, cuando todo es tristeza, cuando dicen cosas que me son familiares, cuando algo de mi pasado es casi igual a la película… y lo peor es que no puedo evitarlo, lo hago en el cine, en casa sola o con amigos, no hay amo ni señor que pueda ayudarme en ese asunto, simplemente me pongo a llorar y no paro. Igual me pasa en el teatro, lloro si la escena lo amerita.

Si sólo fuera una cuestión de películas, no habría tanto problema, finalmente puedo argumentar que las hacen con ese objetivo, así que yo simplemente me comporto como se espera (o como se debe, que es más mi asunto), el problema surge cuando lloro con los COMERCIALES, así es si pasan un comercial con ridiculeces, o ese del niño que mueve la boca todo el tiempo y al final se sienta con el abuelo que también lo hace… agárrense que yo ya inundé el cuarto, porque no puedo dejar de llorar.

Una de las situaciones más extrañas en las que lloro es al leer, obvio no todo el tiempo, pero sí a veces, cuando el libro es particularmente triste o cuando a mis personajes principales les ocurren tragedias: lloro. Lloré medio libro 7 de Harry Potter (aunque me pareció, todo el tiempo que lloraba, que era una estupidez hacerlo), en el Diario de una buena vecina de Doris Lessing, el Barón Rampante ni siquiera lo pude terminar de tanto que lloraba y lo mucho que el final me entristecía, o me entristecía lo que yo creía que sería el final, que no conozco, porque no lo terminé.

(Claro, así como lloro con los libros, río a carcajas o me enojo o les contesto o les grito, ahí sí no puedo contenerme)

En estos asuntos lagrimosos, a veces me gustaría ser más discreta, a veces me gustaría llorar cuando las emociones me lo piden y no cuando mi ridiculísimo ser lo decide ante algo que es ficción. Ari no llora con la vida, pero qué tal con las telenovelas o el cine o los comerciales…
Ahí sí, soy toda una mujerzuela barata.

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