martes, 25 de septiembre de 2018

Hija de mi padre

Mi papá y yo no tuvimos una relación cercana durante 34 años (tengo 36); no teníamos una mala relación, pero tampoco una buena relación. No salíamos a comer, a tomar algo, a hacer algo, sólo nos veíamos tres o cuatro veces al año si, y sólo si, yo iba a visitarle a su casa. Durante más de 20 años, existió la prohibición (implícita, pero bien clara para todos) que mi papá no podía salir con sus hijos de la primera camada (mi hermano mayor y yo) solos, sólo podíamos ver a mi papá si iba su esposa. Por qué, no lo sé, como era implícito, nunca lo hablamos ni tratamos de corregirlo, hasta que un día (tendrá 3-4 años) mi hermano le dijo a mi papá que era el colmo que no pudiera ver a sus hijos si no era en su casa, con su esposa ahí (ahora que lo pienso, mi papá y hermano sí se veían solos, comían a veces en la universidad, y pasaban poco tiempo juntos... lo cual me hace pensar que la prohibición se refería específicamente a mi).

Después de que enfermó, hice un esfuerzo en irle a visitar, pasar un rato de domingo con él, platicar sobre libros, ver algunos inicios de películas (le gusta poner los inicios de las películas, para ver cómo están, no tanto ver la película completa), desayunar o comer.

De repente, comencé a escuchar de su boca, de su esposa y en la sobremesa, que yo era la consentida de mi papá, que no había nada en su vida que le hiciera más feliz que pasar tiempo conmigo. Podrán imaginar el desconcierto que sentí, porque ni pasábamos mucho tiempo juntos, ni solía invitarme a verle. 

En Semana Santa de este año, me invitó a que fuéramos a una feria del libro en la Alameda, ¡obviamente dije que sí! libros, libros, libros. Pasó por mi al trabajo, fuimos al centro, nos estacionamos a unas cuadras de donde íbamos y, como él quería comer comida china, caminamos sobre Av. Juárez hacia el zócalo. Íbamos a cruzar Eje Central (una avenida de 6 carriles) y el semáforo marcaba sólo 15 segundos más, así que apretamos el paso, cuando el semáforo iba por el 7, ambos comenzamos a gritar: 6, 5, 4, 3, 2, 1 ¡maaaaaaambo! ¡hum! y nos pusimos a bailar (aún sobre la avenida). Al llegar a la banqueta, entre risas, sólo pude decirle "ahora entiendo por qué mi hermano mayor ni quiso venir con nosotros".

Justo en ese momento me di cuenta de que esa frase de Lacan "no hay que matar al padre, sino servirse de él", tenía varios matices; yo no había matado a mi padre (simbólicamente, nadie propone el parricidio li-te-ral), ni había renegado ser su hija; de alguna forma y con el paso del tiempo, había podido disfrutar esas cosas mías que también son de él, que tiene él, comenzar a crear lazos entre nosotros, historias y recuerdos que no estuviesen atravesados por la obligación de la paternidad. 

Sólo nos tomó 36 años tener una relación, pero ha valido la pena. Ahora nos mandamos mensajes para contarnos tonterías de libros, de series, de noticias, para platicar un poco. Compartimos cuenta de kindle y leemos los mismos libros al mismo tiempo para poder platicarlos, nos vamos presionando uno a otro (ambos leemos mucho), hacemos "como que" nos contamos qué pasa, para que el otro apriete el paso y termine el libro. Salimos a desayunar, a tomar café, platicamos.

Sólo tomó 36 años, pero sucedió antes de que él muriera, tomó mucho tiempo, pero no demasiado.
Ahora, tengo una relación con mi padre que es nuestra, que hemos construido desde donde y como somos, sin expectativas, sin reclamos, sin necesidades; no es una relación ortodoxa, pero es nuestra. Al final, no sólo no hubo necesidad de matar al padre, pude servirme de él y construir con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Soy sólo yo?