jueves, 15 de septiembre de 2011

Pasto, recién cortado

Amo el olor del pasto recién cortado, me fascina tanto que cuando llego a olerlo muevo la nariz como cerdito (particularmente como la cerdita de Tiríndaro que era mi amiga) y sonrío cual vieja tonta. No estoy segura de por qué me hace sentir así, ni siquiera sé qué parte es la que más me gusta, pero me gusta. Tal vez tenga que ver con mi infancia, el olor a pasto recién cortado en casa de mis abuelos, o la emoción de arrastrarme en los pastotes (había una parte en casa de mis abuelos, donde ahora está la casa de mi tía, que casi nunca cuidaban, entonces ahí el pasto llegaba a casi un metro de altutra, y la llamábamos La Selva) de La Selva mientras salvábamos al mundo de algún enemigo mortal (mi hermano y yo, obviamente). Podría también ser por el paso de CU, donde pasamos cantidades casi sospechosas durante nuestra infancia (entre que mi papá trabaja ahí y nos llevaba de niños, y que fuera del horario de trabajo, ahí decidía llevarnos a jugar).
Tal vez no sea ninguna de las anteriores. Al final, ni a mí me importa mucho (ja, claro que sí me importa, probablemente pase todo el tía tratando de dilucidar el cuándo de esta situación, pero eso no debo escribirlo aquí, que no es sesión de psicoanálisis), lo que debe ser importante es disfrutar, en cada ocasión, el delicioso olor del pasto recién cortado (preferentemente con rocío, eso me gusta más), y controlar las ganas de echarme pecho-tierra para salvar al mundo.

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